martes, 23 de diciembre de 2008

Navidades fantasmales



Nada mejor, para sobrevivir a estas empalagosas fiestas, que retrotaernos a una de las más peculiares costumbres que las acompañaron en el pasado. Nos referimos al bizarro subgénero de la historia de fantasmas navideños, creado por los mismos victorianos que nos legaron la parafernalia moderna de jinglebells, chimeneas y juguetes para los “niños-reyes”.

Si todos conocemos como si lo hubiéramos parido el Christmas’ Carol de Dickens pocos sospechan la ingente cantidad de relatos fantásticos que acompañaron las navidades del siglo XIX, coronando las ediciones especiales de las grandes revistas (que por entonces tenían la buena idea de ofrecer ante todo intrigantes ficciones y no dar tanto el coñazo con el famoseo, el marketing y las liposucciones).

Entre las creaciones más Extrañas de esa peculiar celebración navideña (ya casi halloweenesca) se cuenta sin duda la Casa Desvaneciente (Vanishing House) del prolífico Bernard Capes publicada en The Sketch el 5 de enero del finisecular 1898. Durante una cena de Navidades unos músicos se agarran un buen pedal, charlando de lo humano y lo divino. Jack, el del banjo, cuenta cómo su abuelo, que formaba parte de un trío de músicos errantes, se encontró con un auténtico fantasma.

Era, cómo no, Navidad. El trio se perdió en la campiña. Para no desfallecer de frío, se ponen a tocar.

De repente ven una verja que no habían advertido en la oscuridad. Siguen tocando y la puerta se abre, dando paso a una bella joven que les da, como en un anuncio de Freixenet, un reconstituyente. Sólo que las caras raras que se agolpan contra las ventanas de la mansión no saldrían jamás en un anuncio de Freixenet.

El abuelo, sobreponiéndose al miedo, le da un lingotazo al brebaje.

La mujer ríe, diciéndole que acaba de beber sangre.

Acto seguido lanza el resto de la copa a la cara de los dos músicos, la estrella contra la verja y se desmaya.

El trío despierta al amanecer. Evidentemente la verja y la mansión han desaparecido.

Pero queda una mancha roja en la nieve.

Y otras dos, imborrables, sobre la cara de los dos músicos.

Una tercera, más sutil, se alojó en el cerebro del abuelo, provocándole un tumor cuarenta años después…

Clásico. Incluso predecible.

Pero por lo menos no tiene nada de renos ni duendecillos ni chimeneas.

Y nos recuerda un tiempo en que las Navidades eran, ante todo, fantasmales.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Lord Horror



La serie de David Britton y Michael Butterworth dedicada al extraño Lord Horror (Lord Horror, seguida de Motherfuckers: Auschwitz de Oz y Bautizado en la Sangre de Millones) constituye sin duda la más polémica contribución a la Ciencia-Ficción contemporánea, enarbolando el disputado título de última novela prohibida por la censura en el Reino Unido (valiéndole a Britton una temporadita en la cárcel de Strangeways, en su Manchester natal).

Se trata de una revisión a lo bestia de un topos conocido por todos los fans: la historia alternativa (o “alo-historia” según el término de G. Rosenfeld) en la que los nazis ganan la Segunda Guerra Mundial y establecen su soñado Reich milenario. Dicho topos nació de hecho antes de ser “alohistórico” en sentido estricto, ya que desde la llegada de Hitler al poder varios autores advirtieron de los peligros que acechaban si no se le paraban los pies (el Swastika Night de Katherine Burdekin, Grand Canyon de la célebre bohemia Vita Sackville-West o el Yo, James Blunt de HV Morton –nada que ver con el sacarínico y engañoso aeda de “you’re beautiful”…). Por desgracia se ilustró una vez más el “complejo de Casandra” que acecha a toda genuina obra de ciencia-ficción y dichos gritos fueron callados por el buen-rollismo de Munich.

Hubo que esperar la derrota del Eje para que el topos triunfara dando pie a un pequeño subgénero coronado, claro está, por El Maestro del Alto Castillo de nuestro gurú (lo queramos o no nos soñó antes y mejor que nadie) P. K. Dick, con una América dividida entre nazis del Este y nipones de la Costa Oeste.

Otras notables pesadillas fueron The Sound of His Horn de Sarban, terrorífica reconstrucción del clásico del celuloide The Most Dangerous Game con sus cacerías humanas lideradas por el sádico Conde Zaroff. En la obra de Sarban son los dignatarios Nazis los que se dedican, aburridos por la victoria, a cazar untermenschen por sus vastos territorios feudales. La idea de la derrota aliada tomaba acentos de cotidianeidad depresiva y distópica en obras como SS-GB del ingenioso Len Deighton y el best-seller Fatherland de Robert Harris (adaptado al cine con el siempre estresante Rutger Hauer).

Más complejo (y bestia), explorando el propio imaginario mito-sádico de los nazis y confrontándolo al barbarismo escapista de la “heroic fantasy”, fue el Sueño de Hierro del agresivo Norman Spinrad, imaginando que Hitler hubiera emigrado a América antes del putsch, convirtiéndose en aclamado autor de pulps de espada y brujería fascistoides, incluyendo el Señor de la Esvástica, libro Increíblemente Extraño que vamos leyendo horrorizados pues se trata del trasunto a lo Conan de la barbarie histórica de los S.S. Prueba de lo logrado de la obra es que fue prohibida en Alemania durante una década.

Combinando la violencia de Spinrad y el detallismo cotidiano de Dick o Harris, la versión de Britton y Butterworth da una vuelta de tuerca al subgénero, nutriéndolo de fantasías sádicas herederas de aquel género de máxima polémica que fue la “nazixploitation” cinematográfica de los 70.

Remotamente inspirado en William Joyce, oscuro personaje que distribuyó propaganda nazi en las ondas británicas durante la Segunda guerra mundial (!!) tras participar en la Unión de Fascistas Británicos de Oswald Mosley y antes de ser ahorcado en el 46, Lord Horror es el über-sádico DJ de moda en una Inglaterra derrotada y ocupada por los nazis tras la victoria del Eje en 1945.

Versión glamourosa del Nazi sado-fetichista Lord Horror aspira a ser a la vez repulsivo y fascinante, cruce psicopático entre el decadente Des Esseintes de Huysmans y el Alex de la Naranja Mecánica, deleitándose en la paradoja mortal de la delicada sofisticación cultural que acompañó la barbarie genocida (anunciando así al narrador de Jonathan Littell en su reciente y polémico best-seller Las Benévolas).

Se dedica a discutir sobre el arte contemporáneo (esto es post-nazi) en complejas y wildeanas disquisiciones (a veces animadas por su hermano, el oscuro escritor James Joyce!) así como a describir con pelos y señales cómo asesina impunemente judíos en extrañas y perversas performances como el nauseabundo footjob con la pierna cortada de una joven, reminiscente de las barrabasadas de Pat Bateman las cuales, irónicamente, burlaron la censura y lograron captar el interés del mainstream, sin duda por remitir a una psicopatología personal –si bien metafórica del yuppismo neoyorquino- y no a la de una ideología genocida.

En una mezcla de Pynchon, Swift, Bataille, Dalí, Ballard y el Bosco (todas ellas referencias aducidas por los defensores de la obra durante el sonado proceso), se suceden escenas extrañas en la grotesca odisea de Lord Horror y sus “androides negroides”, a bordo de una retro-futurista nave empujada por vapor en busca de Hitler, el cual es ahora un ser metamórfico acosado por un mutante, rebelde y elefantiásico pene –el singular Old Shatterhand- y recluido en la investigación de la obra de Schopenhauer. La referencia al Holocausto se va haciendo cada vez más insistente hasta disolver materialmente el texto, invadido por las fotografías de los propios campos.

Iniciada en 1985, en plena reinvención del post-punk anarcoide, la obra salió en forma manuscrita (bajo seudónimo) en el 89, siendo al punto secuestrada por la brigada “anti-vicio” de Manchester. El personaje de Lord Horror es genuinamente multimedia, transitando de los libros a los comics (Hard Core Horror precede, de hecho, a la novela, narrando la génesis del personaje, paralela a la del histórico Joyce), la música con versiones de grupos emblemáticos como the Cramps o New Order –hay mucho del Atrocity Exhibition de Joy Division (y de J. G. Ballard) en la propia novela- y pronto el cine (a ver quién es el listo que se atreve con el nazi-gore!!).

Saludada por varios de los Grandes (Moorcock, Colin Wilson, Stableford, Ramsey Campbell, etc), la obra ha sobrevivido en la clandestinidad. “Ultraviolenta, blasfema, xenófoba, desprovista de cualquier simpatía y tan alocada que hace parecer foto-periodístico al surrealismo clásico” (D. E. Winter). Keith Seward, autor de la igualmente polémica y bizarrísima Extraterrestrial Sex Fetish, infringió la ley publicando largos extractos de la obra prohibida en un interesante ensayo sobre la “más perturbadora historia alternativa que leeremos jamás”.

jueves, 4 de diciembre de 2008

El príncipe Apprius



El siglo de las Luces fue también el siglo de la pornografía y la utopía. Nada más natural, pues, de combinar ambas, como hicieron Sade o Diderot, ya tratado en estas páginas.

Menos conocido, sin duda, pese al éxito del que gozó en el momento de su publicación, es el librito de P. L. Godard de Beauchamps, Historia del príncipie Apprius, cuyo verdadero título sigue Extraída de los Fastos del Mundo, desde su Creación, manuscrito persa encontrado en la Biblioteca del Scha-Hussain [!!], rey de Persia, destronado por Mamuth en 1722. Traducción francesa de Messire Espíritu, gentilhombre provenzal sirviente en las tropas de Persia. Impreso en Constantinopla, el año 1728.

La obra relata las aventuras del príncipe Apprius (anagrama de Priapus), joven y apuesto rey (como se aprecia en la arcimboldesca ilustración de la portada!!) que empieza por entregarse a su favorito Danbre (de “bander”, empalmarse) antes de partir a la conquista de Taliélaré (“la realité”!). En el intento naufraga y aparece en el reino de Mina (la mano) antes de ser hecho prisionero por los temidos bárbaros Brularnes (los “branleurs”, onanistas pero también, por extensión, los inútiles o perezosos).

“Un día Apprius, llevado por el ardor de la caza, se extravió, la noche le sorprendió; distinguió al favor de una tenue luz unas casas sobre una colina, llegó hasta ellas y cayó entre las manos de los Brularnes (Pajilleros), pueblos feroces e indómitos, extrañamente ávidos del bien del prójimo, que no quieren tomarlo más que para disiparlo en pura pérdida y sólo lograrn conseguir con su furor el atroz plazer de destruirse a sí mismos haciendo perecer aquellos de quienes se han hecho los amos por fuerza o por habilidad; disípulos de un tal Gidonèse (Diógenes), aprendieron de él a cometer dicho crimen sin vergüenza ni remordimiento…”

Gracias al rey Lucanus (culanus) consigue escaparse e incluso reinar sobre los Ugobers (los “bougres” o sodomitas) y los Chedabars o “bardaches”… Godard retoma aquí, en su alegoría pornográfica, uno de los mitos sexuales más curioso de la Era de los “Descubrimientos”.

En efecto, los exploradores europeos se llevaron una buena sorpresa al encontrarse en casi todos los pueblos americanos hombres que se vestían y comportaban como mujeres. Eran incluso preferidos por los hombres como cónyugues, debido, supuestamente, a su mayor fuerza física… Toda relación heterosexual les era prohibida y debían aceptar cualquier pene que se les presentase, funcionando como chaperos de pueblo si bien algunos ocupaban un lugar sacramental, siendo penetrados ritualmente durante ciertas ceremonias.

Calificados primero de hermafroditas (veremos algún día la obra maestra de Artus al respecto), pronto fueron llamados “bardaches”, término persa para los efebos (siendo la mayoría de ellos adolescentes). El debate actual al respecto opone a los que ven la subcultura “bardache” como una expresión de la homosexualidad y los que lo consideran como simple abuso sexual de menores (no sólo como violación sino también como transformación de niños en niñas por padres que necesitaban más currantas en la choza!).

Apprius sigue deambulando por el país de los Siders (Deseos, en anagrama francés), entre varios personajes con nombres igualmente obscenos, como los Celulois (Cojones) que se harán íntimos amigos del héroe. Conoce, entre otras curiosidades, al pueblo de los Gimidoches (Consoladores), “pueblo grosero, estúpido, masa pesada e informe que no actúa sino por movimientos externos, máquinas por así decirlo inanimadas”…

Lucanus manda a Apprius al frente del ejército que marcha contra la reina Monilne (el “monin” o vagina). Pero Apprius, seducido por la apetitosa figura, levanta su propio ejército para detener la invasión de fuerzas inmundas, trasunto de distintas enfermedades venéreas. El happy end final consiste en el matrimonio triunfal del Priapo y el Coño, tras haber condenado de modo burlesco todas las otras formas de sexualidad.

Como véis, la ciencia ficción pornográfica aún tenía bastante camino por recorrer antes de llegar a clásicos como Barbarella o más aún los pequeños volúmenes de Jean Sadinet (pequeño Sade, pseudónimo de P. Bettencourt) como el muy curioso Los placeres del Rey, descripción de países insólitos cuyas costumbres bastante “diferentes” tienden extrañamente hacia la sado-escatología…

martes, 2 de diciembre de 2008

La invasión de los electrófagos



La psicotronía carpeto-vetónica, tan boyante en el cine bis de Paul Naschy o Jess Franco, hayó terreno predilecto en la “infra-literatura” de kiosko, remedo autóctono de los delirantes pulps anglosajones. Y fue, cómo no, en el campo tan denostado de la ciencia-ficción, donde dio sus frutos más Increíblemente Extraños.
Como bien señala E. Martínez Peñaranda en su contribución al necesario volumen colectivo La ciencia ficción española (Robel SL, 2002) la “extraña colección Robot de Alan Comet” se llevó la palma en eso del Extrañismo.

“Para desprenderse de los asesinos, los ladrones, los condenados a muerte, los indeseables de todas las especies, los terrestres les abandonan en la Luna. Al cabo de varias generaciones, estos individuos y sus descendientes se han organizado, han conseguido un enorme poder que mantienen oculto y que constituye una terrible amenaza para la Tierra, provoca una verdadera locura en la Humanidad, un cataclismo cósmico y, por último... el "Retorno a Cero"…

Así rezaba, allá por 1955, la enigmática contraportada del segundo volumen de la colección Robot, La invasión de los electrófagos!! España acababa de entrar en la ONU y he aquí lo que esperaba!!

“Para aquellos que creen que el tiempo y la evolución de la sociedad nos darán la efelicidad y la paz, está escrito este libro”, anunciaba ominosamente el prólogo. “Y si olvidan, llevados por la lectura de todos esos falsos profetas del FUTURO, que la Tierra es y será un valle de lágrimas, las líneas que siguen intentarán demostrarles que aunque los peligros internos desaparezcan, nuestro planeta puede ser centro de luchas desesperadas entre los infinitos mundos que habitan el Espacio…”

La Guerra Fría a escala intersideral, vista por un escéptico (un tanto agustiniano) del “progreso” –el Régimen, en los 50, también lo era…

¿Quiénes son esos temibles electrófagos? ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren de nuestro pobre planeta, a mediados del siglo XXI?

Los electrófagos provienen de Kruphon, en la constelación de Andrómeda…

“Aproximadamente en el tiempo en que se montaba en la Tierra el formidable edificio del Imperio Romano, a millones de añoz-luz de nuestro sistema, se iniciaba la vida de unos nuevos seres… LOS ELECTRÓFAGOS… ¡Comedores de electricidad! Pobladores de los abismos intersiderales, vagaban en el vacío, viviendo, reproduciéndose y muriendo en unas circunstancias fantásticas y flotando a merced de la masa de su polvareda c´somica, cuya carga eléctrica iba disminuyendo…”

Estos hambrientos vagabundos (rindiendo homenaje a uno de los iconos de aquella larga postguerra podríamos tirldarlos de “Carpantas interestelares”) aparecen por nuestro sistema solar y advierten nuestro pequeño planeta… “al percatarse de que se encontraban junto a un mundo excesivamente rico en electricidad, se lanzaron hambrientos sobre el mismo”…

Ni cortos ni perezosos los electrófagos se lanzan contra el Imperio Trans-Atlántico (las Américas unidas bajo la férula de la doctrina Monroe), papeando toda la electricidad que encuentran y causando colapsos urbanos al modo de los monstruos godzilescos de la contamporánea Toho. Más ladinos que estos (estamos, al fin y al cabo, en el país de la picaresca) deciden retirarse prudentemente a la espera que los estúpidos humanos reparen los desperfectos y así produzcan más electricidad!!

La pareja protanogista –los trans-atlánticos Bruce y Margaret- está visitando el Pabellón de Cibernética (homenaje a Norbert Wiener, padre de la tecnocrática “sociedad organizativa”) en la LII Exposición Internacional de Berlín y admirando un ejemplar de electrófago, cuya peculiar anatomía cubre un “depósito de carga eléctrica” protegido por capas de “masa grasienta (aislante)” (!!).

La contemplación del bicho capturado da pie a que Bruce, filósofo un tanto dominguero, reflexione sobre la pasada invasión:

“Los trágicos momentos por los que ha pasado nuestro Imperio demuestra que no somos mas qu elos esclavos de las propias fuerzas que hemos puesto a nuestros pies (…) Basó que la electricidad nos faltase para que todo nuestro poderío, para que toda nuestra fuerza y nuestro orgullo se viniesen abajo como el más frágil castillo de naipes…”

Tal era ya el mensaje de clásicos catastrofistas tecnofóbicos como el Ravage de Barjavel, alegato, como el de Bruce, contra la modernidad eléctrica –la “Era eléctrica” de MacLuhan, sucesora de la Galaxia Gutenberg… Tal vez la obra refleje aquí el retro-arcaísmo del Régimen franquista frente a los miedos del timidísimo aperturismo en ciernes –ONU, turismo, tecnocracia…- o tal vez no, ya que la literatura –y más la que a nosotros aquí nos interesa- puede resistir de miles de maneras al peso de la Historia.

En todo caso los electrófagos, como en las buenas pelis de monstruos, están de vuelta, esta vez para zamparse la eléctrica Berlín y, de paso, los Estados Unidos de Europa.

Mientras Bruce trata de convencer al embajador del Imperio de la necesidad de acabar de un plumazo con la electricidad (!!), la Tierra se salva del único modo que sabe hacerlo en las producciones más rutinarias de los fifties, a cohetazo limpio.

La polvareda cósmica donde transitan los electrófagos queda destruída, y con ella sus habitantes.

El Apocalipsis había sido, una vez más, conjurado.

No por mucho tiempo, ya que estaban esperando a las puertas de la próxima entrega en el kiosko Los micro-robots de Saturno…

Enrique Sánchez Pascual, el hombre que fue Alan Comet pero también Alan Star, Alex Simmons, H.S. Thels, Law Space, Marcus Sidereo (!!) o W. Sampas, prosiguió una increíble carrera –responsable, junto a García Lecha y Juan Gallardo Muñoz de más del 42% del total de los bolsilibros españoles de ciencia ficción, que se cuentan por miles!!

Otro de esos héroes olvidados que, como apuntaba Larry Winter (alias José Caballer, o viceversa), salvó mensualmente a la Humanidad de su destrucción total en cientos de modestos libritos cargados de ruido y furia interestelar…


ps. Para los amantes de la añeja psicotronía ibérica señalemos entre nuestros ciber-hermanos, la siempre útil http://www.tercerafundacion.net/biblioteca y la divertida iconografía de http://museodeliteraturapopular.blogspot.com/

jueves, 20 de noviembre de 2008

El Misterioso Doctor Cornelius



La llamada Belle Époque (por contraste con la que iba a caer luego, en 1914) fue en Francia la Edad de Oro del folletín más delirante. Poco antes de que los pulps norteamericanos tomaran el relevo de lo Increíblemente Extraño se puede decir que el hexágono se llevó la palma en lo que a rarezas y friquismos se refiere, fruto de una generación enfermiza que contaba a polígrafos iluminados como Gaston Leroux, Jean de la Hire, H. Gayar, Maurice Renard, André Couvreur o el tándem de Pierre Souvestre y Marcel Allain.

Pero sin duda, primus inter pares, destacó la figura el Gustave Le Rouge, superviviente de la bohemia heroica del Procopio y el Gato rojo, del circo Priami y de Verlaine (llegando a compartir la última cena del poeta!), buscavidas polifacético que encontró en el formato industrial del folletín el laboratorio para sus experimentos de automatismo pre o para o supra surrealista.

1912, dos años antes del inicio de la “carnicería heroica” que derrumbaría a Europa.
Una ciudad champiñón del Far West (¡aún existía el Far West!), al pie de las Montañas Rocosas.
Un millonario, Fred Jorgell, da una fiesta en honor de su hija Isidora.
Un rubí único, de color sangre, desaparece.
Un invitado es electrocutado.
Y luego más y más tipos.
Cada vez que las luces de la ciudad se apagan aparecen nuevos cadáveres.
El sofisticado homicida eléctrico resulta ser el vicioso hijo del millonario, Baruch Jorgell.
Descubierto y perseguido, Baruch huye.
Una mansión perdida en Bretaña.
Un prestigioso químico y minerólogo, M. de Maubreil, acoge a un desvalido vagabundo.
Maubreil ha logrado realizar la síntesis que permite crear innumerables diamantes.
El vagabundo, que no es sino Baruch fugitivo, mata al viejo.
“¡Muere, viejo loco!”
Se lleva el secreto de los diamantes.
De vuelta en América Baruch se entrevista con un antiguo cómplice, el inquietante “escultor de carne humana”…
El Dr. Cornelius Kramm, el genial creador de la “carnoplastia”.
Ni corto ni perezoso el Dr. transforma la cara del asesino, dándole la del inocente hijo del millonario William Dorgan…
Y así comienzan las cada vez más abracadabrantes aventuras del misterioso Doctor y su psicopático hermano Fritz, el ladino Baruch y la temible organización secreta “Mano Roja”.
Robando, asesinando, raptando, cambiando rostros (algunos de ellos una y otra vez!!) y clonando víctimas.
Haciendo, en general, el mal por todo el orbe, de Canadá a Japón, de “la torre febril” a la “isla de los ahorcados”…
En el vertiginoso periplo encontraremos cantidad de seres bizarros, como el muy decadentista lord Burydan, “buscador de sensaciones raras”, el “patriarca de la secta de los vitalistas místicos”, un exjockey transformato en psicólogo mentalista y podomántico, el jorobado Oscar Tournelos o el afable Prosper Bondonnant, científico soñador que logra dominar las intemperies y la vegetación, así como las capilosidades femeninas (!!) gracias a su prodigioso “elixir capilógeno”…
Así irrumpía la “Patafísica” de Alfred Jarry en el universo de las aventuras científico-policiaco-junglescas…
Fascinado, su amigo el poeta vagabundo Blaise Cendrars se propuso gastarle una pequeña broma y homenaje, demostrándole a él y al mundo la genialidad latente de la obra…
Así que cortó aquí y allá párrafos y frases.
Los fue juntando, a modo de versos libres.
Y publicó con ellos un pequeño poemario, llamado, en honor a la nueva musa de la modernidad, Kodak.
El libro fue un pequeño éxito de los Locos Años 20.
Pero nadie entendió la broma. Empezando por el propio Le Rouge.

El cual siguió, dale que te pego, enfrascado en su colosal obra (que totalizó, según Cendrars, 310 volúmenes) hasta palmarla, un año antes de la ocupación nazi. En cierta medida la dominación mundial soñada por su sabio loco estaba a punto de hacerse realidad, a manos de otros “escultores de carne humana”…

Hablaremos otro día de la otra gran obra de Le Rouge, el ciclo de aventuras marcianas de Robert Danvil, enfrentado, entre otras minucias, a obstinados vampiros interestelares…

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El Escarabajo andrógino



Cuentan que Bram Stoker y su colega Richard B. Heldmann apostaron, como hicieran antaño Byron, Shelley y Mary, a quién escribiría la historia más terrorífica. Richard se pulió la suya en unas cuantas semanas. Stoker tardó aún unos cuantos años en terminar Drácula. La de Richard (publicada con el pseudónimo Marsh) sería una de las obras más Increíblemente Extrañas del fin de siglo, conociendo un éxito fulgurante pero eclipsado, ante la posteridad, por el Conde inmortal de su amigo. Un selecto club de fans ha mantenido viva, empero, la llama del Escarabajo y ahora entenderéis por qué.

Paul Lessingham viaja en su juventud, como tantos otros niños bien del Imperio británico, por Egipto. En las calles del Cairo oye una voz embriagadora proveniente de un café. Dentro hay una fascinante hurí que, como era de esperar, droga al joven pardillo y (algo ya más inquietante) lo lleva a un templo subterráneo consagrado a la diosa Isis, utilizándole (how very shocking!) como juguete sexual durante unos meses, entre “orgías de horrores indecibles” que incluyen sacrificios humanos, preferentemente de virginales inglesitas que se han visto sometidas a “más variedades vejaciones que las que las mentes de los demonios podrían concebir”…!!

Durante uno de esos sacrificios el drogado Lessingham consigue desatarse y estrangular a la sanguinaria sacerdotisa… Lo cual no resulta ser una buena idea, ya que se transforma, ante sus propios ojos, en un enorme escarabajo, “creación delirante de alguna loca pesadilla”… Y es que los Hijos de Isis pueden transformarse en escarabajos al morir…

Veinte años más tarde (cómo no), Paul se volverá a encontrar con su antigua dominatrix, en el preciso momento en que este se va a casar con la respetable Marjorie Lindon (algo similar ocurre, en cierto modo, en la obra de Stoker). El escarabajo (¿O deberíamos decir “la escarabaja”? Aquí la neutralidad del inglés nos aventaja) aparece en Inglaterra, hipnotizando, ni corto ni perezoso, a un pobre indigente, Thomas Holt, en una escena totalmente decadentista que nada tiene que envidiar a los mordiscos del Conde y sus esclavas…

Transformando la posesión fálica en una pesadilla freudiana (por desgracia desconocemos qué opinó Sigmund de este perverso best-seller), el Escarabajo trepa por las piernas del homeless hasta llegar a sus labios y… en ese momento se transforma en un extraño andrógino, “horrendamente repulsivo” que le obliga a desnudarse, mirándole con “sonrisa de sátiro” y palpándole las carnes como “si hubiera sido alguna res lista para la plancha del carnicero”…

Como el Renfield de Drácula, Holt se verá impelido a servir a su Amo/Ama en sus maquiavélicas disposiciones, algunas de ellas ridículamente victorianas (como el robo de las cartas de Paul a su prometida!). Tras varios incidentes a cada cual más delirante, el Escarabajo rapta a la virginal Marjorie, con la clara intención de llevársela a sus indescriptibles orgías egipcias… Sigue una persecución, hasta que, de modo un tanto simplón, el tren que lleva al engendro y su víctima se descarrila, matando al primero y dejando ilesa a la segunda, que puede finalmente casarse con su galán. Se nos refiere, por último, que el templo de los Hijos de Isis fue encontrado y destruído por las autoridades…

Destacando en la ingente masa de producciones fantásticas victorianas y finiseculares, El Escarabajo combina grandes temas decadentes como el orientalismo, la mujer fatal, la metamorfosis, la androginia, la hipnosis y las sociedades secretas dotándoles de una energía que ya prefigura los delirios de la era dorada del Pulp y de los “seriales” cinematográficos tales como el Retorno de Chandú. Lástima que ninguno de los estudios se atreviera con ella pero así nos queda a nosotros el placer de imaginarla entre decorados estrafalarios de cine mudo y absurdas persecuciones ralentizadas por nuestras cámaras mentales…

Marsh prosiguió con su exitosa carrera como escritor de best-sellers, hoy ya totalmente olvidados. La exquisitamente gótica editorial Valancourt ha resucitado dos curiosos opúsculos, The Joss, A Reversion, y Curios, Some Strange Adventures of Two Bachelors. The Joss narra la enrevesada historia de una joven empleada, Mary Blyth, que recibe en herencia de un misterioso tío lejano una mansión poseída por el torturado espíritu de éste, también codiciada por tres grotescos homicidas, ignorantes del horrible secreto que alberga. Más Extraña (e inquietantemente afín a nuestro actual proyecto) resulta Curios, colección de historias narradas por los bizarros Mr. Pugh y Mr. Tress, coleccionistas rivales de “curiosidades” rayanas en lo macabro y terrorífico. Mientras Pugh, supersticioso, cree que toda antigualla que cae en sus manos está encantada, Tress, cínico y desencantado no se arredra ante nada –inclusive el asesinato- para añadir una nueva pieza a su colección. Juntos evocarán una pipa envenenada que toma vida al ser fumada, una mano cortada del siglo XIV con desagradable propensión al asesinato y un fonógrafo en el que una mujer asesinada habla desde su tumba…

Felices sueños.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Don Manuel de Poictesme



Una de las obras más inclasificables, por lo Increíblemente Extraña, de la Fantasy norteamericana es sin duda la inmensa saga de James Branch Cabell Biografía de la vida de Don Manuel. En sus 25 volúmenes –escritos entre 1905 y 1927- seguimos la vida, ilusiones y decepciones del héroe epónimo, guardián de cerdos que poco a poco asciende hasta el rango de conde de Poictesme (provicincia ficticia de Francia, entre Poitiers y Angoulême) así como de sus descendientes físicos o espirituales (!) a través de varias generaciones (y con varias rarezas temporales, desde reencarnaciones hasta inmortalidades…).

Una estructura común une las distintas obras, según el autor: "La comedia siempre es la misma. En el primer acto el héroe imagina un lugar donde la felicidad existe. En el segundo se encamina tras ese objetivo. En el cuarto se queda corto o lo que viene a ser lo mismo consigue lograrlo sólo para darse cuenta de que la felicidad queda un poco más allá todavía…” Lo cual redunda en una relectura irónica del moto del propio Manuel, Mundus Vult Decipi (el mundo quiere ser engañado), pues los propios héroes, manipuladores de sus coetáneos, vagabundean por el tiempo y el espacio persiguiendo ilusiones.

La novela más conocida (digamos mejor la única conocida) de la serie es la octava, la simpar Jurgen (1919). Prestamista cincuentón, Jurgen se hace un día el abogado del diablo ante un monje. Agradecido, el propio Satanás se le aparece y le ayuda a deshacerse de su mujer, Dama Lisa, excesivamente chismosa. Pero el remordimiento lanza a Jurgen en busca de su mujer y juventud perdidas. Rejuvenecido por un nuevo milagro, dotado por el centauro Neso de una camisa mágica y una sombra que apunta sus mínimos gestos y palabras, se lanza a una serie de aventuras predominantemente eróticas, marcadas por el feliz amoralismo que iba a triunfar en los locos años 20.

Siguiendo un meteórico ascenso similar al de su ancestro Manuel, elevado a duque, príncipe, emperador y papa, Jurgen se va cansando de trajinarse a la insaciable Anaitis, se casa con una curiosa hamadríade (!), o silfa arbórea, se enrolla con la Bella Helena de la mitología –aquí doble fabuloso de su amor de infancia, Dorothy la Deseada- y hasta con una vampiresa bastante deslenguada en el fondo del Infierno. En el Paraíso, le enseña las matemáticas a Dios mientras discuten de metafísica. Al final del dantesco y faústico perilo que alterna irónicamente personajes de la mitología cristiana con héroes antiguos y fábulas medievales, Koschquei, nuevo Mefistófeles, le devuelve su antigua identidad y su mujer.

Curiosamente esta “comedia de la justicia” que redunda en una apología de la monogamia fue considerada obscena por la Sociedad neoyorquina de lucha contra el Vicio y le valió al autor un sonado juicio que, como suele ser el caso, le confirió una extraordinaria (si efímera) fama internacional.

Dandy marcado por la cultura “fin-de-siècle” de su adolescencia, Cabell había ya vivido envuelto en el escándalo, desde su expulsión del College de Virginia (que ahora, irónicamente, se honra de albergar sus obras en la biblioteca a la cual da nombre) por su relación “demasiado íntima” con uno de los profesores, hasta su supuesto asesinato del amante de su madre.

La extraña versión cabelliana de lo que se daría en llamar la “fantasía heroica” o “espada y brujería” debía más al Simbolismo descabellado de Lord Dunsany o de William Morris que a los pulps que empezaban a conquistar el mercado y las mentes de América. La Mejor de las Bromas (The Cream of the Jest) retomaría así el conflicto entre el ideal erótico y la realidad –clave en la cultura finisecular- apuntado en Jurgen con la historia de Felix Kennaston, novelista de éxito que huye del tedio de la vida contemporánea gracias a los sueños inducidos por un disco mágico que descubre en su jardín. Transformado en un tal Horvendille salva a la bella Ettara a la que persigue incansablemente a través de los sueños y las épocas, desde la Crucifixión hasta el Terror revolucionario del 93. Cada vez que cree poseerla su sueño se desvanece. Hasta que un vecino le convence de que su disco mágico es sólo un vulgar tarro de cosméticos y que su mujer Kathleen, a la que tiene totalmente olvidada con tanto onirismo, no es sino la reencarnación de su soñada Ettara. La reconciliación final está aquí, contrariamente a Jurgen, teñida de tragedia, pues Felix se da cuenta de su error justo cuando su mujer muere, condenándole a la soledad.

El estilo arcaizante del autor, muy marcado por el Decadentismo y por la recuperación que hiciera Audrey Beardsley del ciclo arturiano de Thomas Malory, envejeció súbitamente con la llegada de la “generación perdida”. El perfume escandaloso de Jurgen, saboreado por contemporáneos como Mark Twain o el mismísimo Alisteir Crowley, se desvaneció como había llegado, sumiendo a Cabell en el mismo letargo encantado que sus propias irónicas y frágiles criaturas.

martes, 4 de noviembre de 2008

La Isla Afortunada



A los antiguos Griegos les chiflaban las islas. Basta con curiosear un poco en Google Earth para entender la razón, pues el Mediterráneo toma en la órbita helénica cariz de Micronesia…

Y de las islas, como todo sabemos, ninguna mejor que las imaginarias.
Salvando las deliciosas islas homéricas donde uno se puede encontrar desde Cíclopes hasta pivones de escándalo que lo convierten a uno en gorrino (visión poética de lo que sucede en cualquier bareto de nuestro Magalluf balear), tenemos curiosas formaciones como la Nefelococygia de Los Pájaros de Aristófanes, prototipo de las islas aéreas tan socorridas en la Ciencia-Ficción clásica… O la Panchaia de Evemero, ya evocada.

La Isla afortunada de Iámbulo, obra que sólo conocemos –como tantos centenares de otras- gracias a la insustituible Biblioteca Histórica de Diodoro de Sicilia- era una de esas fabulaciones geográfico-delirantes que tanto vendían en los mercadillos literarios de los puertos helénicos.

Se trataba de una especie de utopía social del tiplo de la Atlantis de Platón. El narrador, navegando hacia Arabia con objeto de comerciar era capturado por unos corsarios etíopes que degollaban a todos sus compañeros menos (sorpresa) a él y a otro menda. Pero lo que los aguardaba no era mucho mejor, como en las pelis italianas de caníbales…

Ya que en efecto estaban destinados a “participar”, en el papel de víctimas expiatorias, a una ceremonia celebrada cada 600 años (¡!) en Etiopía. Dicha ceremonia consitía en dejar a dos hombres en una barca a la deriva. Si los dioses (y los vientos) les eran propicios, llegarían a una isla en la que serían recibidos hospitalariamente, con lo que la felicidad de los etíopes quedaría asegurada por otros 600 años.

Al cabo de 4 meses Iámbulo y su colega llegan a una isla redonda de unos 100 kilómetros cuadrados (500 estadios, según el sistema griego) rodeada de un agua dulce y de color violeta (!) y siete islas de misma extensión situadas a idéntica distancia unas de otras (en plan extraterrestre, según las descabelladas y entrañables teorías del viejo Von Däniken).

Pero lo más extraño es sin duda que allí los hombres miden cuatro codos de altos, son imberbes hasta la coronilla (ésta sí coronada con algo de cabello!), tienen una excrescencia nasal semejante a una epiglotis, huesos elásticos y la lengua bifurcada en su raíz, lo que les permite conversar con dos personas a la vez (!!).
Distribuidos en familias y en tribus, gozan de una concordia perfecta, pues desconocen la ambición y la envidia (los cargos públicos son ejercidos por todos alternativamente, en una democracia directa que superaba a la ateniense), viven de la caza y la pesca, adoran al Sol y a las estrellas. Mejor aún, disfrutan una promiscuidad absoluta de sexos, desconociendo la monogamia. Los hijos son criados por distintas madres con objeto de que las verdaderas acaben por no poder reconocerles…

Para colmo viven 150 años, al cabo de los cuales se acuestan sobre una determinada hierba que les proporciona una muerte feliz (!!!). Tienen ciertos animales cuya sangre les permite aglutinar las partes de un órgano mutilado, lo cual alivia bastante el sistema sanitario de la isla. Otros pájaros les sirven de montura, permitiéndoles volar –sueño antiquísimo griego que remontaba a los desafortunados Ícaro y Faetón.

Es tal la utopía que el pobre Iámbulo y su compañero son expulsados tras diez años de felicidad, por jugárseles de malas costumbres. Tras 4 meses de navegación llegan a la India, donde el amigo perece ahogado (un testigo menos, pensaréis los más cínicos) y Iámbulo llega a una aldea donde es rescatado.

viernes, 31 de octubre de 2008

Zofloya


Celebremos hoy Halloween, la fiesta de lo Bizarro, con uno de nuestros géneros literarios predilectos, a fuer de Increíblemente Extraño, la Novela Gótica, floreciente a la sombra de las Luces y cuya apoteosis coincidió con el Romanticismo más frenético, macabro y delirante.

Entre las joyas olvidadas (y recientemente rescatadas) de aquella barahúnta infernal de mazmorras, torturas, sepelios, ultratumbas y estatuas malignas, brilla con inusitado fulgor (satánico, por supuesto) la novela de la misteriosa Charlotte Dacre, Zofloya o el Moro (1806).

Dejando a un lado los sentimentalismos didácticos de sus Confesiones de una monja de St Omer, y bajo el efecto de la obra inmortal de “Monk” Lewis (el primer seudónimo literario de la autora fue precisamente “Rosa Matilda”, en homenaje a la heroína del Monje), Dacre traza la carrera criminal de Victoria de Lorendani, prototipo de la Femme Fatale más salvaje y una de las malas más malas de la historia de la literatura.

Trasunto femenino del lujurioso Ambrosio de Lewis, Victoria hace un pacto, para satisfacer sus ilimitados y perversos deseos, con un hijo de Satanás, el moro Zafloya que da título a la obra. El hermano de Victoria, Leonardo, tampoco se queda corto, ni la brutal amante de éste, Magalena Strozzi, ya que ambos la inician en los placeres del vicio, completando su pedagogía sadiana (¿Leyó Dacre al Divino Marqués? Conjeturamos que Lewis seguramente sí, pero en realidad el sadismo no fue una rayada individual, por muy genial que fuera Donatien Alphonse de Sade…) con los placeres del asesinato.

Victoria es enviada a Venecia para casarse con un tal Berenza, típico sosete de novela sentimental de la época. Aburrida (y con razón), decide trajinarse más bien al hermano, Henríquez. Subvirtiendo la lógica patriarcal de la novela dieciochesca, la encargada de perseguir con ánimos lúbricos a su víctima es aquí la propia hembra. Victoria trata por todos los medios de cepillarse al escurridizo galán, contactando (en sueños!!) con el demoníaco sirviente de éste, el Zofloya.

Tras envenenar al engorroso Berenza, Zofloya y Victoria organizan el espantoso asesinato de la amada de Henriquez, Lilla, en una de las escenas más gore (que ya es decir) del género gótico, eco de los Crímenes del amor sadianos.
“Sin poder, ni querer, controlarse, Victoria agarró las fluidas trenzas de la frágil Lilla y la echó para atrás. Con su puñal la apuñaló en el pecho, en el hombro y en otras partes del cuerpo. La expirante Lilla cayó sobre sus rodillas. Victoria redobló sus puñaladas. Curbió el bello cuerpo con innumerables heridas, antes de arrojarla de cabeza por el borde del acantilado”.

Acosada por la Inquisición, Victoria cae cada vez más en las redes del diabólico Zofloya. Remedando el inolvidable clímax del Monje, Victoria, a cambio de escapar a los brutales tormentos del Santo Oficio, rinde cuerpo y alma a Zofloya sobre un vertiginoso precipicio. El moro al punto se transforma en “el jurado enemigo de toda la Creación, llamado por los hombres SATAN”!!!!

Irónicamente, Victoria se salva así de la hoguera para verse precipitada de cabeza (como su virginal víctima) en el “aterrador abismo”, que, nos podemos imaginar, no se limita al simple despeñadero sino que va bastante más abajo…

La obra conoció un momentáneo éxito de público e influyó vivamente sobre algunos contemporáneos, empezando por el propio Percy Shelley (el torturado amante de Mary, creadora de Frankestein y El último hombre), mientras la crítica, como era habitual con los –y especialmente LAS- gótic@s, lamentaba hipócritamente aquello mismo que la sustentaba, el sensacionalismo más radical. “Hay una voluptuosidad de lenguaje y alusiones en esos volúmenes que hubieramos esperado la delicadeza de una pluma femenina hubiera rechazado trazar (!); y hay una exhibición de puterío (!!) y de rijosidad que hubieramos deseado que la delicadeza de una mente femenina hubiera sido demasiado chocada en imaginar…” escribía un anónimo chupatintas de la Annual Review and History of Literatura.

Por suerte a Dacre, y a las góticas más radicals que la sucedieron hasta nuestros días (pues el terror, y no la chick lit que nos aflige, es sin duda uno de los campos más fértiles de la literatura femenina), toda esa delicadeza le tocaba bastante los ovarios.

Para que quedara claro, Dacre volvió a la carga al año siguiente con otra escandalosa obrita, simple y llanamente titulada El Libertino, (nada que ver con el sosete biopic del genial duque de Rochester, pese al siempre sugerente Johny Depp), que venía a ser como las Relaciones Peligrosas a lo gótico; una tragedia de la seducción dominada por pulsiones sádicas y masoquistas que prefiguran los melodramas delirantes de los paperbacks y culminan en incesto, infanticidio y suicidio…


Ps. Existe edición española de Zofloya, gracias a Jaguar Ediciones (2005).

miércoles, 29 de octubre de 2008

Evemeros



Hablaremos hoy de la Historia Sagrada de Evemeros, auténtico best-seller de la Antigüedad.
El autor, un meseniano del siglo IV antes de Cristo, se embarca en un puerto de la Arabia Feliz y, tras varios días de navegación, llega a una isla denominada Sagrada por sus habitantes, junto a la cual hay otras dos, una de ellas llamada Panchaia. El suelo de estas islas, de fertilidad asombrosa, está distribuido entre todos, así como los rebaños y todos los demás bienes (algo que influyó, antes de Marx, a varios teóricos del comunismo primitivo). Pero en este kolkoz utópico los apparatchiks que organizan las distribuciones (y por tanto son “más iguales que los demás”)son los sacerdotes, que se adjudican el doble de lo que conceden a los demás y disfrutan, solitos, de las magnificencias del lujo (o, diríamos en estos tiempos de crisis, del superávit).

Se nos describía entonces (suponemos, pues no queda casi nada del original) un templo colosal, el de Júpiter Trifilino, que deja chico al de Olimpia y de cuyo jardín fluye un manantial que forma un río navegable donde los peces entonan himnos en honor al Sol (“y beben y beben”…).En una columna aúrea del templo descubre el curioso impertinente una extraña lista genealógica, con las fechas de nacimiento, muerte y sepelio de varios nombres un tanto sorprendentes. Urano, Pan, Cronos, Rea, Demeter, Heré, Poseidón o incluso Zeus!! Todos muertos y enterrados!!!

Aquí empezaba la chicha “filosófica” del asunto, en la línea escéptica de los luego tan denostados (por ultra-hedonistas) Cirenaicos. Los sacerdotes desvelan al ahíto narrador que aquellos finados fueron en realidad los antiguos monarcas de la isla. Y le cuentan la “verdadera historia” que se esconde tras sus leyendas… Así el rey Urano había sido más bien dulce, muy intrigado por la astronomía y Saturno un bonachón lejos de las calumnias que le acusaban de devorarse a sus hijos, ya que lo único que engullían eran dátiles (!!). El rey Júpiter, más belicoso, había extendido su dominación sobre otros pueblos, los cuales, ora por miedo ora por conformismo, acabaron por divinizar a los reyes de Panchaios.

“En efecto, cuando los hombres vivían todavía en el desorden y la confusión, aquellos de entre ellos que sobrepujaban a los demás en fuerza y habilidad obligaron a éstos a someterse a su voluntad. Luego, para rodearse aún de mayor admiración y respeto, se atribuyeron un poder superior y divino”…

Respecto a los dioses inferiores, Evemero se propasa ya claramente, afirmando por ejemplo que Venus fue simplemente “la primera mujer en hacer de la prostitución un arte y la que forzó a las mujeres de Chipre a traficar con su belleza pues no quería que se pudiera decir que ella era la única hembra impúdica y libertina (!!)”.
Tamaña profesión de ateísmo, velado bajo el género de fantasía novelesco, hubo de ser protegido aún así por un rey ilustrado, Kassandros de Macedonia. Por bastante menos habían hecho los atenienses beber la cicuta al viejo Sócrates… No es que la idea en sí fuera novedosa: años atrás el historiador Eforos había ya explicado de dicho modo (que se daría en llamar “evhemerismo”) los mitos, y los sofistas sostenían que los legisladores habían inventado las religiones con objeto de sancionar las leyes”. Pero fue este Extraño librito el que cuajó, impresionando a las mentes más inquietas del momento y valiéndose las feroces críticas del pío Plutarco contra “ese enemigo de los mitos, que ha forjado él mismo una mitología desprovista de toda verosimilitud y de toda realidad y que ha extendido la impiedad por la tierra”…

Poco después un discípulo de Aristóteles, il ignotísimo Palaiphatos perpetró su Sobre las Historias Increibles, donde explicaba, a lo evemerista, que los Centauros fueron originalmente hombres a caballo que venían de una aldea llamada Nephele (Nube), y no del cielo, o que Kallisto fue una chiquilla devorada por osos mientras cazaba, lo que dio pie a las leyendas de su propia metamorfosis en osa…

Irónicamente la teoría desmitificadora de Evemero sería utilizada de modo insospechado para afirmar una nueva (y bastante más fanática) fe: los primeros cristianos emplearían sus mismas críticas contra los dioses paganos para mostrar su falsedad y enaltecer, por el contrario, la Verdad de los Evangelios…

Hubo de esperar bastante tiempo a que el “evhemerismo” se volviera contra la propia Iglesia que se lo había apropiado. Al fin y al cabo, la idea era tan aplicable a Yahvé como a Zeus… Hubo unos cuantos libros quemados, unas cuantas personas quemadas y al final los cachondos de la Ilustración se volvieron todos “evhemeritas”, haciendo de la religión (y pensaban, esta vez, en el cristianismo) una fábula para los tontos y los desvalidos…

lunes, 27 de octubre de 2008

Los Ritos Escatológicos del Capitán Bourke



Uno de los libros más extraños de la antropología decimonónica fue sin duda el Notes and Memoranda on Human Ordure and Human Urine Rites of Religious or Semi-Religous Character in Various Nations (1888), a veces simplemente aludido como Scatologic Rites of All Nations (Ritos escatológicos de todas las naciones) de JOHN G. BOURKE Capitán del Tercer Cuerpo (que no del cinematográfico Séptimo) de Cavallería de la United States Army e importante estudioso de los amerindios que se suponía debía exterminar…

Empezando por estudiar la danza de la orina de los Zunis de Nuevo Mexico (8-10), comparándola con la de los Beduinos y los Parsis, así como las de Apaches, Mojaves, Moquis, y Sioux, pormenoriza la absorción del dicho líquido así como la ingestión de excrementos caninos y humanos.

Explica la dieta excrementicia de varios indios de Florida, Texas y California. Cita luego una extraña modalidad de hospitalidad siberiana en la que las mujeres son ofrecidas a los extranjeros pero no para que se solacen vulgarmente como en Los dientes del diablo, sino para que beban su orina. En Africa, Mungo Park refería por su parte cómo la orina de las novias era alegremente esparcida entre los convidados a la boda. Una estilizada variante consistía en lograr miccionar a través de la alianza –costumbre que tal vez inspire a algun@ de nuestr@s contemporáne@s, ávidos de novedades bodísticas… Los Hotentotes por su parte, no se limitaban a salpicar orina sobre los himeneos, sino también sobre los guerreros y, para que no se sintieran sólos, los muertos.

Analiza luego Bourke aspectos escatológicos de las Fiestas de los Tontos en la Europa medieval, citando la aspersión de “aguita amarilla” (como en la célebre tonadilla de los Toreros Muertos) sobre los regocijados festejantes en Portugal y pasa luego, como quien no quiere la cosa, a los ritos psicotrópicos –en los que a menudo interviene la absorción de la droga a través de la orina del chamán.

Estudia la influencia de “la mierda de vaca y la orina de vaca en la religión” (no es broma!!), refiriendo especialmente su papel en los antiguos Israelitas (!!!) y los asirios (cuyos altares se llenaban, al parecer, de tordos votivos a Baal-Peor). Nos habla de Dioses excrementicios entre los egipcios y los romanos (así la poca conocida –al menos por nosotros- Cloacina). Cita también cómo los Sioux y los Assinniboines juran solemnemente sobre pedazos de boñigas de búfalo (resecas, eso sí).

Los excrementos también fueron empleados como curas medicinales, así en Paraná contra flechas envenenadas o en Irlanda para los niños con fiebre. Por extensión, se utilizaron para combatir el mal de ojo y todo lo brujeril: así las matronas romanas miccionaban sobre las estatuas de la diosa Berecinthia mientras los Hurones canadienses se rebozaban en mierda, según el Padre Le Jeune, para combatir malos espíritus.

Nuestro capitán nos habla luego del papel de la orina en las abluciones, especialmente en el tratado del cabello y la conservación de los dientes, precediendo nuestros golosíneos dentríficos… La belleza lograda “cum stercore humano” es de hecho un topos de la Chylologia clásica, citada tanto por Apuleyo, Catulo, Estrabón, Diodoro y sobre todo nuestro queridísimo (por su Extrañismo) Plinio (Historia Natural, libro XVIII, cap. V)

Con el Renacimiento “renace” también este lugar común estético-higiénico, “alimentando” una auténtica Biblioteca scatologica como bien señala Dominique Laporte en su frustrante –por lo breve y un tanto incoherente- Historia de la mierda (1978). Citemos, por el placer de la compilación de Títulos Extraños, el De Excrementis, el Dissertatio de expulsione et retentione excrementorum, la Dissertatio de medicina stercoraria (1700), la Chylologia historico-médica (1725) o la Dissertatio de alvina excretione ut signo (1756).

Paralelamente se iba afinando en las Cortes del absolutismo el arte del perfume (trasfondo del ingenioso best-seller de Süskind). El médico M. Geoffroy cita así el caso de una coqueta aristócrata que se lavaba con las deyecciones de “un joven mayordomo muy sano cuya función consistía en satisfacer las necesidades de la Naturaleza en una bacenilla de cobre, cerrada exactamente por una tapa. La cosa hecha, la bacenilla era al punto recubierta, por miedo a que se evarporara algo de su contenido, y cuando el joven juzgaba que todo estaba ya enfriado, recogía atentamente el agua que salía de ella, la metía en un frasco para que fuera conservada como un perfume precioso para el aseo de su ama. Dicha Dama no dejaba de lavarse cara y manos con ella todos los días y gracias a este fardo odorífero había encontrado el secreto de conservarse bella durante toda su vida” (Continuación de la Materia médica de M. Geoffroy, p. 474).

El insólito tratado de Bourke tuvo una posteridad insospechada al inspirar a dos de los más influyentes espíritus de la cultura finisecular, al James Frazer del Ramo de Oro y al mismísimo Sigmund Freud, autor de un célebre prefacio a la edición alemana. Gracias a ambos, los “ritos escatológicos de todas las naciones” están aún entre nosotros…

miércoles, 15 de octubre de 2008

El lenguaje de los monos



En su Anatomía del lenguaje, publicada en Florencia en el año de gracia de 1529, un tal Giuseppe Bernardi llegó a la conclusión que los monos poseían el don de la palabra pero que guardaban celosamente su secreto…

Un jesuita, de apellido Cremoni, logró refutar la tesis herética (pues equiparaba, tres siglos antes de Darwin, a Adán con una de sus más abyectas criaturas), exponiendo que dicha facultad no se hallaba descrita en las Santas Escrituras, con lo cual no podía en ningún caso ser cierta.

El 17 de noviembre de 1893, el Profesor Robert GARNER, llevado por una sospecha similar a la de Bernardi, anunció que su visita a África en busca del lenguaje de los simios había sido enteramente satisfactoria y que se traí de vuelta a dos chimpanzés con los que estableció “relaciones conversacionales”, lo cual estaba dispuesto a demostrar públicamente ante cualquier incrédulo.

El profesor afirmaba haber sido abandonado en una jaula en medio de la jungla afircana, escuchando lo que cuchicheaban los monos circundantes. Empleando un fonógrafo logró captar algunos de sus sonidos en unos discos cuyo paradero, por desgracia, desconocemos (ya que no sólo serían un material científico inigualable sino que ayudarían para un sampling electrónico en un proyecto acariciado desde antiguo con mi amigo Javi Venero...).

Según Garner empero, no existe "ningún lenguaje mono, o Volapük simio", ya que "cuanto más bajamos en la escala de la civilización más diverso y heterogéneo se vuelve el lenguaje, ramificándose en dialectos inintelegibles para los descendientes de los distintos linages primitivos. Así las tribus salvajes pertenecientes aparentemente a la misma raza no se pueden entender, siendo necesarios tantos intérpretes cuantas tribus hayas para comunicar".

Así pues nuestro profesor no pretende ser capaz de comunicar con todos los monos, sólo con una pequeña parte, los chimpanzés Kulu-Kamba concretamente. El periodista del New York Times, ya por entonces bastante vacilón, termina señalando que los discos del profesor Garner causarán estragos entre los espiritistas (que gozarán con los mensajes simiescos como lo hacen con los recibidos de ultratumba) y los novelistas realistas franceses (tal vez estaba pensando en nuestro Champsaur y otros clásicos de la "literatura simiesca"?). No sabía, empero, lo que se hubiera alegrado nuestro Jörg Lanz von Liebenfels de oír lo que tal vez eran auténticos Sodomo-simios…

Otro cachondo mental se marcó una delirante satira de las teorías de Garner en la mítica Punch, Or the London Charivari (http://www.erbzine.com/mag18/garnerpunch.htm), Memos de Monolandia, donde invierte el punto de vista de la experiencia: aquí son los monos los que se preguntan si los sonidos extraños emitidos por el singular cautivo pueden ser considerados como un idioma en el sentido simio…

Llega a la siguiente conclusión:
“Que los Humanos entienden los sonidos que emiten entre sí y así pues poseen un lenguaje como nosotros.
Que los humanos poseen, en forma imperfecta y rudimentaria, la facultad de la razón.
Y que los Monos descienden de los Humanos. En otras palabras que un Mono es tan sólo un Humano altamente desarrolado y más ágil”…

Estas “estremecedores conclusions” no dejarán de causar controversia, apunta el narrador. Un orangután amigo suyo, de hecho, fue tan chocado por la teoría que declinó toda alimentación de manos humanas desde entonces. Termina pidiendo una ración suplementaria de manzanas y nueces para seguir con “este fatigoso campo de investigación”…

El humorista americano Bill Nye retomó la idea en su "Personal Experiences in Monkey Language" mientras que, ajeno al cachondeo, Garner publicaba sus descubrimientos en un sesudo tratado de 1900, Apes and Monkeys. Their Life and Language. Poco sabía él que su única descendencia vendría de la literatura.

Poco después el genial Leopoldo Lugones se inspiraba en éste para uno de los cuentos de sus Extrañas Fuerzas Extrañas (1906), “Yzur”, donde un anónimo narrador, emulando a Garner, experimenta con el simio epónimo para lograr comunicar. Sólo lo logrará en el trágico final (que no os desvelamos, claro, para que os lo leáis).

La idea de los monos habladores sería retomada por Edgar Rice Burroughs en su magnífica saga sobre el Hombre-Mono (nada que ver con las penosas muecas de Chita en las pálidas adaptaciones cinematográficas…).

Desde entonces el lenguaje simio forma parte del imaginario colectivo, y no de los debates científicos. Hace poco se habló de un bonobo, llamado Kanzi, que verificaría, tras siglos de oprobio y olvido, la tesis de Bernardi. Y es que Kanzi puede hablar. Bueno, en realidad puede emitir cuatro sonidos distintos para designar los conceptos “plátano”, “uvas”, “zumo” y el importantísimo “sí” (sin el cual no habría “sí, quiero”, ni perpetuación de la especie en el orbe católico…).

Por desgracia, los científicos insisten en creer que la laringe del mono es incapaz de reproducir nuestros sonidos, al contrario de los loros grises de África, por ejemplo. Y no se dan cuenta de que, como advirtiera Bernardi, Kanzi y los suyos se lo tienen muy callado, esperando su momento…

¿Es que ningún científico ha visto el Planeta de los Simios?


ps. Por suerte existen documentos secretos como este (http://www.youtube.com/watch?v=-1Lbk-6OIFo)

El Arte de la Locura




Uno de los documentos más Extraños sobre la locura nos viene, una vez más, de la zumbadísima “fin-de-siècle” gala.

Se trata de Los Misterios del poder oculto. El Arte de hacer locos y locas desenmascarado por revelaciones sobre el origen de la locura; e historia de un loco contada por sí mismo del olvidado Henry Rollin (1896).

“Lo que se designa bajo el nombre de locura”, explica el autor, “no es simple y llanamante más que hipnotismo, y como somos todos hipnotizables somos igualmente susceptibles de volvernos locos (o locas)”, añade.

Acto seguido nos explica el procedimiento a seguir: “Para hipnotizar a alguien se le hace absorber, sin que se de cuenta, un producto diluido en sus alimentos o su bebida que no es sino un violento veneno. El producto es la castaña de la India [!], fruto que orna nuestros paseos públicos o privados y que, reducida en polvo, puede meterse en el pan antes de cocerse (…) mientras que en las bebidas se utiliza, creo, esencia o extracto de castaña”.

Pero la cosa no para ahí. Una vez hipnotizada la víctima, hay que llevársela a un asilo…
“En los asilos existen varias categorías de internos; hay los locos propiamente dicho, es decir los hipnotizados; también están los hipnotizadores, diseminados entre estos y encargados de sugerirles los actos y palabras constituyentes de la locura…”!!!

¿Os suena por casualidad a película de terror? ¿Tal vez al clásico del horror paranoide El Gabinete del Doctor Caligari? Pues no sé si Hans Janowitz y Carl Mayer se inspiraron en Rollin para su magnífico guión (lo cual sería todo un scoop para los cinéfagos del mundo mundial) o si lo hemos de achacar al turbulento Zeitgeist (“espíritu de época”, en cristiano) finisecular pero todo lo demás concuerda…

“La mayoría de los guardianes son igualmente lectores de pensamiento (!) e hipnotizadores, sugestionando ellos también a las desgraciadas víctimas, reprimendándoles luego por los mismos actos a los que las han abocado… Cuando un infeliz no sabe ya lo que hace y que ya no es necesario, para su locura, sugestionarle con frecuencia, se dice de él que “ya anda solito” [!!]. Es el término empleado por el gremio…”

Y, más caligaresco aún, el régimen onírico de Rollin:
“Los sueños tienen idéntico origen, los lectores de pensamiento fastidian a la gente durante el sueño, proporcionándonos telepáticamente sueños a cada cual más estúpidos, ya que se sueña con frecuencia con cosas que uno no ha visto jamás y que ni siquiera existen. Así pues no es la preocupación personal la que hace soñar, ya que en ese caso se soñaría con cosas naturales y sensatas; así que es una tercera persona (un manipulador de bolas [!!] macho o hembra como se llaman a sí mismos; comprended manipulador de cabezas) quien nos sugiere todos esos sueños y sin esos reptiles no soñaríamos jamás”…

Así que ya tenéis una estupenda excusa para volver a ver el Opus Magnum del expresionismo alemán (descargable ahora legal y gratuitamente en el Internet Archive) con otros ojos, como diría el propio Rollin…

Mi cabeza… Me da vueltas… Veo…

Veo…

lunes, 13 de octubre de 2008

Fenomenología del Báter


En El breviario de la mujer, prácticas secretas de la belleza, de la Condesa de Tramar (1903) leemos :

“Pese al profundo deseo de inmaterializarse, la naturaleza humana se ve forzada a confesar, en ciertas ocasiones, que debe someterse a exigencias asaz tiránicas e imprevistas y que debe renunciar a la apariencia poética de un cuerpo celeste, la soledad siéndole entonces indispensable (!!!).

La regularidad de estos hábitos meditativos (!) es una de las condiciones más serias de buena salud y por lo tanto de belleza; cuando la naturaleza se rebela contra el despejamiento (!!) la tez se vuelve terrosa, se produce un valo malestar, conmoviendo el organismo en todos sus engrenajes.

Hay que solicitar todos los días, a la misma hora, obtener el despejamiento necesario y forzar la mala voluntad a cesar su rebelión (!!);casi siempre el resultado es favorable al perseverar.

Hay que tomar, por lo demás, ciertas precauciones indispensables en ese retiro inviolable; las mujeres pueden contraer enfermedades dolorosas y la utilización de sillas, necesarias otrora debido a la ausencia casi total de los buen retiros (en español!) que el confort moderno prodiga, resultaba a menudo práctica.

La silla [se refiere a la chaise percée, con un agujero en medio] era personal, no se arriesgaba uno a sufrir el contacto de un predecesor pensativo (!) cuya distracción puede haberse manifestado bajo una forma cualquiera [!!].

Es pues lícito mostrar algunas reticencias nacidas de una delicadeza bien natural.
Las mujeres han de temer la neuralgia uterina que las amenaza por esa vía; viene a veces una impresión de aire fría que, aunque no llegue hasta la cara, no deja de ser engorrosa, creando un cruel malestar.

Finalmente, pese a lo interesante que puead resultar la lectura y la belleza que revelan los caracteres impresos, es peligroso y poco higiénico usar papel, y menos aún el impreso…”

Así se introducía la revolución del water-closet en las intimidades de la Belle Époque.

Son este tipo de lindezas lo que llevó a nuestro querido Pierre Louys a redactar su obscenísimo Manual de civilidad destinado a las niñas pequeñas.

La escatología preciosista de Mme de Tramar, por otra parte, nos recuerda la obsesión voyeurista por las heces de las Tramar modernas, las célebres dietólogas de reality show británicos… La obsesión por la salud sigue así siendo pretexto para los gustos más Extraños.

sábado, 11 de octubre de 2008

La locura de Jeschouabar


Los delirios del positivismo, en concreto en el terreno de la psicología, igualaron a veces en intensidad los de la teología escolástica.

Buena prueba de ello es el insólito tratado del Dr. Binet-Sanglé consagrado a La locura de Jesús, su hereditariedad, su constitución, su fisiología (1908).
En él descubrimos que “desde hace 1900 años la humanidad occidental vivie en un error de diagnóstico”. “Sin prejuicios”, se trata de “aplicar a Jeschouabar-Iossef (el Jesús de toda la vida!!) el método de las ciencias naturales y establecer en parte su observación clínica”.

Ahí va. “Nacido entre el Mediterranio y el lago de Tiberias, en medio de una provincia montañosa poco frecuentada, salvaje, país de buen vino en una época en la que el alcoolismo se abatía sobre la población judía, en un agujero perdido cuyos autóctonos eran el hazmerrreir de los urbanitas; hijo de un carpintero piadoso y de una devota, hermano de un asceta esmirriado y cochambroso que, sugestionado por él, se hizo jefe de secta y pagó su fanatismo con la vida; tío de un jefe de secta que vivió el mismo destino, tío abuelo de palurdos cuya ingenuidad e impotencia excitaron la piedad de los romanos, contando en su familia siete místicos sobre trece miembros; pequeño de talla y de poco peso, de constitución delicada, presentando una anorexia de larga duración y una crises de hematidrosis (!), muerto prematuramente en la cruz de un síncope de deglución facilitada por la existencia de una peluresis posiblemente de origen tuberculosa y localizada en el ventrículo izquierda; teniendo ideas de eunuquismo, edipismo y de amputación manual (será por lo aquello de la mano pecadora…), reveladores de deseos sexuales ardientes, incluso de perversión sexual; por lo demás impotente y esteril Jeschouabar-Iossef aparece como un degenerado físico y mental”…

La idea del desequilibrio mental de Jesús no era, empero, original. Se podría incluso decir que constituyó un mini-subgnéro psiquiátrico a finales del siglo XIX (cómo no!). Desde que Friedrich Strauss en su histórica Vida de Jesús, hubiera catalogado el “fanatismo de Jesús” como “próximo a la locura”, el argumento floreció. El cachondo Jules Gay comentaba en sus Mezclas satíricas (1877), “creerse Dios o cualquier otro ser extraordinario es un caso de locura muy común. Jesús era sin duda un loco de esa especie”. Oskar Holtzmann, en Fue Jesús un Extático? (suena más contundente, como siempre, en alemán: War Jesu Ekstatiker? Buen título para un tema techno, por cierto) respondía con la afirmativa (1903), sugiriendo que no tenía gran contacto con la realidad…

Un año después el danés Emil Rasmussen escribió Jesus, Un studio comparado de psicopatología, concluyendo que el individuo en cuestión era epiléptico, citando el petit mal (o yuyu, diríamos hoy) en Getsemanía y el grand mal con los mercaderes del Templo. Dr. George de Loosten en Jesucristo desde el punto de vista de un psiquiatra (1905) explica que su comportamiento bizarre venía de una mala herencia genética que hacía de él un “degenerado” con un “sistema halucinatorio fijo”.

Y ahí llegó nuestro Binet-Sangle con su citado diagnóstico, “demencia”, apoyándose en el Estudio clínico sobre el delirio religioso de un tal J.-M. Dupain y su noción de causada “paranoia religiosa”, identificando siete halucinaciones claras, dos de las cuales fueron puramente visuales, el resto siendo a la vez visuales y auditorio-verbales… Sus ideas serían retomadas por el neoyorquino Dr. William Hirsh dos años después Religión y Civilización—Conclusiones de un Psiquiata, añadiendo al diagnóstico la “megalomania, incesante e inconmesurable”: “Todo lo que sabemos sobre él coincide tan perfectamente con el cuadro clínico de la paranoia que es casi inconcevible que la gente pueda aún cuestionarse el diagnóstico”.

Tras un par de tratados más (tratando de mitigar la locura de Jesús, situándola en el contexto de las supersticiones de su tiempo), del alemán Dr. Albert Schweitzer y del Dr. Walter Bundy (La salud mental de Jesús, 1922) y un artículo con un título que bien podría anunciar un bailongo tema de Fatboy Slim (“Crazy Jesus” de E. Haldeman-Julius, 1925), el tema desapareció por completo del panorama psiquiátrico hasta nuestros días… ¿Se trata de una nueva conspiración vaticana? ¿Hemos de temer otro de Dan Brown?
Respecto a Binet-Sanglé, poca cosa sabemos, pero todo apunta a que pertenece a nuestra tribu Extraña. Libertario radical como sólo los había entonces escribió sobre “antropología sobrenormal” (!) y afirmó que “la virtud, en el sentido completo de la palabra, sólo se encuentra en las mujeres cuyo sistema nervioso genital no se ha desarrollado; es decir, en las degeneradas” (Le Haras humain, 1921) y que« el coito hace durar la vida », aduciendo la longevidad de los asnos sementales y el hecho de que « las solteronas no llegan a centenarias ».

Muy inquietante fue empero su afiliación al eugenismo finisecular. En 1919, tras la Primera Guerra escribió El arte de morir. Defensa y técnica del suicidio asistido. Allí afirmaba que “el infanticidio de los degenerados, el asesinato de los idiotas y de los melancólicos incurables (!) así como incentivar el suicidio de los malos procreadores son perfectamente racionales”…

“Si todos los medios de educación y profilaxia son impotentes para impedir que ciertos anormales y enfermos sean un peligro grave para la sociedad y su descendencia no habría que dudar en eliminarlos de modo ilimitado de la vida social (!), a condición que su segregación (!!) sea humana, científica, sin preocupaciones penales, inspirada ante todo con el deseo de curarlos (!!!)”. Así pues propuso la “creación de un Instituto de eutanasia donde los degenerados cansados de la vida (!!) serán anestesiados hasta la muerte con protóxido de azoto o gas hilarante”.

Sabemos así cual hubiera sido la suerte de Jeschouabar de haber caído entre las manos, no de Pilatos, sino de nuestro Doctor. La cámara de gas estaba ya a la vuelta de la esquina…

miércoles, 8 de octubre de 2008

Mangogul



Dentro de las joyas Increíblemente Extrañas de la literatura libertina de la Ilustración destaca una obra atípica del celebérrimo Filósofo Denis Diderot. Se trata de su primera novela, Las Joyas indiscretas, publicada anónimamente en 1748.

En ella un sultan, Mangogul del Congo –grotesco trasunto del monarca galo Luís XV y juego con “Comeculos”- se aburre escuchando la crónica escandalosa de los folleteos de la capital que le hace su favorita Mirzoza, práctica que el propio Luís gozaba, obligando a sus sabuesos a hacer de paparazzis avant-la-lettre y deleitándose con los cotilleos más escabrosos (especialmente los provenientes de los innumerables burdeles parisinos) antes de pasar a su harén personal, el célebre Parque de los Ciervos donde su favorita, la Pompadour, le aprovisionaba en jóvenes vestales...

Para animar a su soberano, Mirzoza le dice que vaya a consultar al genio Cucufa (era la moda de los genios desde que Galland publicara las 1001 noches), el cual le tiende un anillo mágico que hace hablar a los coños (las “joyas” del título)… La idea venía de antiguo, ya que uno de los más famosos (y extraños) “fabliaux” medievales era el del Caballero que hizo hablar a los coños. El propio conde de Caylus, muy libertino él, la había retomado en una historieta un año atrás, Nocrion, conte allobroge (anagrama invertido de “coño negro”). En ella el rey de los Alógrobos, Guigne VI, se bañaba en una fuente curativa mientras le contaban historias como la del “hombre que hacía hablar a los xxx y a los xxx” (los asteriscos eran entonces lo que nuestros biiiips audiovisuales), no reduciéndose así pues a los xxx femeninos…

Caylus era un especialista en fabliaux pero también enemigo jurado de Diderot, el cual, por todo epitafio, le dedicó: “la muerte nos ha librado del más cruel de los amateurs”, título ostentado por el fiambre en la Academia (la mezquineria en el mundillo, como veis, viene de largo).

El caso es que ahí se va Mangogul por los salones mundanos de Banza, su capital (reflejo de los parisinos según el topos de Montesquieu en las Cartas Persas), haciendo hablar a los coños de las cortesanas. Sorprendidos, los científicos saludan en el prodigio un logro de la Razón (!) mientras los sacerdotes ven en ello la mano de la Providencia y los negociantes venden mordazas vaginales (las cuales, empero, no resisten al anillo).

Buen pretexto para conocer los entresijos de la formidable sociedad libertina (que haría palidecer a la supuesta revolución sexual del pasado siglo), entre sátiras más coñazo de temas de la época (la reforma teatral, etc) y digresiones filosóficas sobre la naturaleza del alma o las ciencias experimentales…

Así aprendemos que Haria se acuesta con sus perros tan a menudo como con sus amantes, obligando a estos a compartir lecho con aquellos (v. supra). Fricamone sólo se deleita con mujeres. El sexo de Cypria, hablando en inglés (pues el anillo es políglota, como convenía a la alta sociedad cosmopolita de entonces), refiere cómo

“un rico señor me llegó a Londres. Qué hombre! Me penetraba seis veces de día y otras tanto de noche. Su polla soltaba chispas como las de un cometa: nunca sentí trances tan fulgurantes y desgarradores. Pero un mortal no puede aguantar mucho tiempo ese ritmo: fue bajando poco a poco y recibí su alma que se le fue por su sexo”…

Cypria es luego percutada por dos marineros al unísono, por un conde alemán adepto del 69, por cortesanas italianes que la introducen a la polisexualidad… El viejo cortesano Sélim se anima con tanta verborrea vaginal y cuenta sus propias aventuras, refiriendo la tradición de una de esas deliciosas islas imaginarias del XVIII donde se somete a toda pareja al test del termómetro para ver si sus miembros encajan o no…

Pero tal vez lo más extraño de todo esto es que la ciencia de la época digresaba también por esas lindes. Así en la traducción francesa de la Anatomía de Heister (1724), el autor dedica un extenso párrafo al “ruido que se oye a veces proveniente de las partes genitales de la mujer durante el coito (…) similar a los vientos que se sueltan por el ano”, rumor que podría constituir un proto-lenguaje para aquel que, como Mangogul o Guigne, tuviera el don de descifrarlo…

La idea de los sexos parlantes volvería dos siglos después en un clásico del primer porno, Le sexe qui parle (1975) de Claude Mulot (título inglés, más famoso, Pussy Talk) donde la bella Joelle (Penélope Lamour, eso sí que eran nombres artísticos!), joven publicista felizmente casada, descubre que su vagina posee la facultad de hablar. Y lo que le cuenta es la grave insatisfacción sexual que padece, pese a que ella afirme lo contrario. La indiscreta vagina comienza a hablar en público, provocando el interés de los medios de comunicación (en una hilarante escena, es entrevistada en directo). Eric, el marido, descubre a su vez que tras la cándida inocencia de su parienta se oculta una mujer con un turbulento pasado sexual.

Ilustrando a modo alegórico la ética del 68, la brutal franqueza de un utópico sexo parlante derriba una vez más, como lo hicieran las joyas de Diderot, la profunda hipocresía de la clase dominante…

lunes, 6 de octubre de 2008

Dr Voronoff II



Voronoff fue, como anunciábamos, el modelo para el Profesor Preobrazhensky (transfiguración, en ruso) de Mijail Bulgakov en su Extraño Corazón de Perro. Sátira ácida del Nuevo Hombre soviético, sólo pudo ser escrita durante el paréntesis dorado (comparado con las purgas que iban a seguir) de la NEP, equivalente soviet (salvando las distancias) de los locos años 20.

El Profesor chiflado en cuestión implanta testículos humanos y una pituitaria (provenientes de un borrachuzo llamado Chugunkin, parodia velada del nuevo líder Stalin- stal es acero y chugun es hierro) en un perro abandonado, el inolvidable Sharik. A raíz del xenotransplante, Sharif se va humanizando –al contrario del profesor Presbury pero a semejanza del mono kafkiano de Informe para una Academia, su contemporáneo. Tanto es así que adopta el nombre Poligraf Poligrafovich Sharikov (pulla del autor contra los plumíferos que le estaban amargando la existencia), encontrando curro en el Departamento de Limpieza de Moscú, responsable de la eliminación de cuadrúpedos errantes, venganza sobre sus antiguos rivales giróvagos (y doble ironía del ajuste de cuentas de Mijail)

La obra tuvo que esperar 60 años para ser publicada oficialmente en ruso, tras una existencia larvada en los samizdats. La sátira de la utopía soviética de transformar a la humanidad (contemporánea, no lo olvidemos, del eugenismo nazi que substituyó los enemigos de clase por los raciales), prefiguración de las teorías de Lysenko sobre el homo sovieticus, se mezclaba con la crítica desopilante de un sistema donde un perro puede terminar convertido en burócrata. Todo ello, como su genial correlato en la obra maestra de Bulgakov, El Maestro y Margarita, resultaba inasimilable para un régimen cada vez más totalitario.

Como el Maestro, la historia de Sharik (que algo le debe a nuestro cervantino Coloquio de los perros) recibe ahora estatuto de culto en Rusia, tras triunfar en la ópera (El asesinato del Camarada Sharik de William Bergsma, 1973), y el cine (de "Cuore di cane" con el siempre estupendo Max Von Sydow como trasunto voroffiano a la rusa Sobachye Serdtse del 88, filmada desde el punto de vista del perro por Vladimir Bortko).

Pero las andanzas de Voronoff no pararon ahí. Tratando de ampliar su clientela, el ya millonario doctor se puso a transplantar ovarios de mono en las mujeres. Y al revés (!!). Transplantó ovarios humanos en hembras simias, inseminándolas luego con esperma humano. Tal rayadura, ya plenamente cercana al Dr. Moreau de H. G. Wells, causó tremenda sensación, propiciando una inencontrable novela del olvidado hidrópata (algún día os hablaremos de tan ilustre cofradía) Félicien Champsaur, Nora, la guenon devenue femme (la mona hecha mujer).

Obra de ciencia ficción totalmente finisecular (los escritores fin de siècle lo fueron hasta la muerte, arrastrando sus neuras por la primera mitad del siglo XX), Nora narra la historia de una xenotransformación dirigida por el mismísimo Voronoff (¿cómo le habrá sentado tal dudosa publicidad?) por la cual una mona se convierte en estrella del music-hall. Se trataba sin duda de una caricatura racista (el paralelismo entre los monos y los negros era una constante del discurso racial eurocéntrico) de la célebre Joséphine Baker, icono de los años 20 y abanderada de la « negrofilia » de las nuevas élites que iba del neo-primitivismo cubista hasta las estatuillas del Art Déco. Sin embargo la obra termina exaltando los instintos, en especial “el amor sin freno ni ley”, contra las convenciones supuestamente civilizadas, lo cual aproxima a Champsaur de los jóvenes surrealistas que por entonces empezaban a pulular por los baretos y burdeles de Montparnasse.
Y, como no, el tema de la mujer-simia es también la ocasión de jugar con fantasías bestialistas, animalizando esta vez a la hembra frente a obras ya aludidas como Gamiani de Musset o La novela de un mono de Charpentier…

"En la depilación del cuerpo de la mona, los médicos habían formado un triángulo, de un ébano sedoso y Nora, divertida, lo acariciaba dulcemente, curbándose cada vez más para no perder detalle alguno de las voluptuosas contracciones de aquella orquidea. De repente sintió dos manos acariciantes tomándola por los flancos mientras un soplo ardiente le quemaba la nuca (…). El bramido de placer de los orangutanes rugíó en su garganta y se sintió penetrada hasta lo más profundo de su ser…”

El que así penetra a la estrella del « ballet negro » es Narciso, él también orangután hominizado… Otros capítulos incluyen, como el llamado Orgía de mujeres, alegres festividades tribádicas –tan de moda en los años 20- interrumpidas por la intrusión del celoso orangutánido, o el violento ataque a Anatole France en ocasión de su muerte (sólo superado por el célebre manifiesto de los surrealistas que lo ponía a caer de un burro), provocada, según Champsaur, por un injerto fallido de testículos. Mientras France se va al hoyo Narciso canta La Internacional, final inesperado para una obra cuanto menos singular.

Champsaur sigue siendo uno de esos prolíficos escritores de aquella increíble época totalmente olvidado pese a títulos tan geniales como Los jodidos de la vida, Noche de fiesta, El sembrador de amor, Orgía latina, El combate de los sexos y sobre todo Matar a los Viejos! Gozar! que en su día pasaban de los 100 mil ejemplares (¿quién cojones se atrevería no ya a publicar sino a escribir eso en nuestros días fuera de los webzines más bizarros?) .

Así mismo los experimentos del Voronoff “real” fueron cayendo en desgracia tras la resaca del krach. Todo un sistema de vida (golfa) se venía abajo, y con él las Glándulas de Mono, en cocktail o en especie…

La comunidad científica fue crecientemente escéptica. Se acusó al excéntrico millonario de charlatanismo, próximo a “los métodos de las brujas y los magos” según el cirujano británico Kenneth Walker. El descubrimiento de la testosterona tampoco avaló sus teorías. Cuando murió el 3 de septiembre de 1951 en Lausanne, casi ningún periódico incluyó su obituario.

Mayor oprobio cayó aún sobre su nombre cuando, a mediados de los años 1990, algunos investigadores relacionaron las experiencias voroffianas de xenotransplantes con la transmisión del virus de inmunodeficiencia simia a los humanos… haciendo del extraño Doctor uno de los causantes de la terrible enfermedad que nos asola…
Siniestro epitafio para nuestro sabio loco de serie B…

viernes, 3 de octubre de 2008

Dr. Voronoff



A petición de mi mujer (¿Qué no haríamos por ellas?) os hablaré hoy del extrañísimo Dr. Voronoff, célebre (pese a lo hoy olvidada) figura de los Locos Años 20 cuyo impacto en la historia literaria ha sido injustamente obviada.

Serge Abrahamovitch Voronoff era un cirujano francés de origen ruso fascinado por los transplantes y más concretamente, la xenotransplantación introducida por el Dr. C-E. Brown-Séquard. Tanto es así que en 1889, ni corto ni perezoso (tenía entonces 23 añitos), Voronoff se injectó subcutáneamente extractos de testículos de perros y cobayas. Infructuosamente. Por el momento.

Entre 1896 y 1910 estudió en Egipto los efectos rejuvenecedores de la castración en los eunucos (!). Empezábamos bien. Pensó entonces que los transplantes de glándulas serían más eficaces. Entre 1917 y1926, realizó más de 500 transplantes de testículos de jóvenes ovejas y cabras en especimenes más ancianos, logrando (según él) efectos rejuvenecedores que describe en el extraño Les Sources de la Vie.

Listo ya para dar el gran salto comenzó a transplantar testículos de criminales ajusticiados a pacientes millonarios pero, ante la abrumadora demanda, se pasó a los cojones de mono.

El primer transplante oficial de la “glándula simia” en un humano ocurrió el 12 de junio de 1920. Pequeñas tiras de testículos de chimpancés fueron implantados en el escroto del paciente. En 1923, el Congreso Internacional de Cirujanos de Londres celebraba el éxito de la experiencia del Dr. Voronoff…

Entre los efectos, descritos detalladamente en su opúsculo Etude sur la Vieillesse et la Rajeunissement par la Greffe (1926), más allá del meramente erectil (precedente de nuestro Viagra), se contaban el incremento de la memoria, de la capacidad laboral, la pérdida de la miopía (!), el tratamiento de la demencia precoz (!!) y el prolongamiento de la vida. La ilustración de arriba nos muestra lo infalible del método…

A finales de la década más de 500 hombres habían sido tratados en Francia y miles más alrededor del globo, en multitudinarias tournées (aún no existían las estrellas del rock). El Doctor creó su propio “Macacario” destinado a la reproducción de especimenes en la Riviera Italiana, empleando a un antiguo domador circense. La “crème de la crème” se precipitaba a por los milagrosos testículos, enriqueciendo de modo fabuloso (a lo Gatsby) al Doctor, envuelto en una nube de chóferes, mayordomos, sirvientes, secretarias y amantes.

El tratamiento de la “glándula simia” causó furor en la cultura popular de los cachondos años 20. Aparecieron curiosos ceniceros donde monos reticentes cubrían sus partes exclamando: “No, Voronoff, no me pillarás!”. Las fiestas privadas se plagaron de adeptos cuchicheando las virtudes de la glándula, llevando al avezado Harry MacElhone, propietario del famoso Harry's New York Bar en París a bautizar a su nuevo cocktail “La glándula de Mono”.

Inciso para los curiosos que quieran impresionar al personal en el próximo guateque: ginebra, zumo de naranja, granadina y absenta (!). No hay efectos secundarios conocidos. El primero que lo pruebe que escriba a estas páginas...

Irving Berlin se marcó una canción destinada al éxito, "Monkey-Doodle-Doo", que fue integrada (¿cómo no?) en un film algo olvidado de los Hermanos Marx, Los Cuatro Cocos. No podemos resistir el transcribirla. Para los que la quieran ver y oir en la versión Marx, id aquí.

“Oh, a little monkey playing on his one key
Gives them all the cue
To do the Monkey Doodle Doo

Let me take you by the hand
Over to the jungle band
If you're too old for dancing
Get yourself a monkey gland
And then let's

Go, my little dearie, there's the Darwin theory
Telling me and you
To do the Monkey Doodle Doo…”

En Brasil, tras una sonada visita donde el Doctor injertó a buena parte de la élite tropical, tuvo tambien un importante eco musical, al inspirar una de las primeras sambas del genial Noel Rosa, Minha Viola. El experimento falla, pues la virilidad orangutanesca se trueca en maullidos gatunos…

“Eu tive um sogro cansado dos rega-bofe
Que procurou o Voronoff, douto muito creditado
E andam dizendo que o enxerto foi de gato
Pois ele pula de quatro, miando pelos telhados...”

El propio poeta E. E. Cummings inmortalizó el tema del “famoso doctor que injerta glándulas de mono en millonarios” (más sonoro en inglés, claro: “monkeyglands in millionaires", hubiera sido un buen título de pulp, si es que no existe ya).

La historia del extraño Doctor no podía menos que atraer a los amantes de lo Bizarro (magnífico adjetivo que no poseemos plenamente, por desgracia, en castellano; hay que meterlo, y ya, en nuestro léxico).
Conan Doyle se inspiró en el experimento de Voronoff para su “Aventura del Hombre que Trepaba” (aunque en inglés Creeping Man puede también aludir a su degeneración, con connotaciones que van de lo siniestro a lo vagamente cerdo). El tardío relato (es de 1923) acerca el universo sherlockiano a la otra rama practicada por el Dr. Doyle, la ciencia-ficción, con la patética historia de un anciano enamorado, el Professor Presbury, que trata de recuperar el vigor y la energía perdidos, aún a riesgo de violar las leyes de la naturaleza.

Varios extraños incidentes se suceden: el profesor desaparece por las noches, a veces durante temporadas enteras (la familia se entera que ha estado por Praga… en una época en que aún no existían los low costs, recordemos). Su fiel cachorro no le reconoce, incluso trata de morderle. Las reacciones del profesor cambian, siendo cada vez más inquietantes. Así, a veces se dedica a arrastrarse a cuatro patas por el lujoso hall de su mansión… y su hija Edith lo ve trepando por la ventana de su dormitorio a altas horas de la madrugada… (Me encantan estos profesores degenerativos, hijos bastardos del Dr. Jekyll. No puedo sino imaginármelos en fotogramas algo descoloridos de la Hammer…).

Una carta llega de Praga, de un tal Dorak, un zíngaro (cómo no) que tiene una extraña tienda de ultramarinos (SÍ!!!). Holmes, as usual, reúne todas las piezas del rompecabezas y descubre que el Profesor se droga (como el propio Holmes o el otro Doctor de los 20, Sigmund Freud), exactamente cada nueve días, suministrado por el correo de Dorak. Luego trepa y hace esas cosas raras. ¿O deberíamos decir… simiescas?
La droga resulta ser extracto de langures (quizás el híbrido Trachypithecus johnii) que no sólo han revitalizado al profesor sino que le han transmitido algunas propiedades del animal… Elemental, queridos (aunque de sobra sabéis que Holmes nunca dijo eso bajo la pluma de Doyle…).

Pero la obra voroffiana más célebre es sin duda Corazón de Perro de M. Bulgakov, publicada dos años después del Trepador.

Os hablaremos de ella en breve.