miércoles, 23 de septiembre de 2009

Monsieur Baluchon


Nada sabemos de Monsieur Baluchon ni de su supuesta obra baudeleriano-decadente Tas d'Ordures (Montón de Basura) fuera de lo que de ambos comenta Eugène Minot en su artículo sobre "Nuestros poetas" publicado en La Parisienne de octubre de 1865.

Minot acusa a los poetas de su tiempo por no tener originalidad. "Se me citará a M. Charles Baudelaire", escribe, reconociendo que este "ha sabido cortarle el rabo a su perro para singularizarse". Sin embargo, para Minot, Las Flores del Mal no son en realidad tan originales... buena prueba de ello sería la obra de M. Baluchon, poeta-trapero del barrio (entonces) marginal de Batignolles.

Se nos afirma que Baluchon tiene preparado su Montón de Basura, con títulos como: "Pedazo de Melón", "Espina de pescado", "Hueso de cereza", "La Tibia de la Oca en la noche de Navidad", "El gato espichado", "Pellejos y huesecillos"...

Y se nos cita, a modo de ejemplo, el del gato...

O pauvre chat crevé!
Toi que voilà sans poils gisant sur le pavé,
Le ventre à plat, la queue inerte,
L'oeil chaviré dans son orbite verte,
Toi, jadis la terreur des rats et des souris,
Et l'heureux sultan des houris
Qui cascadent sur la gouttière,
C'est donc bien vrai! tout n'est rien que poussière!
A ton tour te voilà surpris
Dans l'éternelle souricière...


O pobre gato espichado!
Hete aquí sin pelos agonizando en el pavimento,
Despanzurrado, la cola inerte,
El ojo revuelto en su órbita verde,
Tú, antaño terror de ratas y ratones,
Feliz sultán de las huríes
Que cascadean por los canalones,
Es verdad pues! Todo no es sino polvo!
Hete a tu vez sorprendido
En la eterna ratonera...

Y Minot concluye:
"El padre Baluchon me parece con mucho superior a Monsieur Baudelaire..."

Todo apunta a que Monsieur Baluchon salió del tintero de Monsieur Minot, a modo de fácil sátira.

Un Montón de Basura pasará pues a las filas ingentes de esa Literatura Inexistente que flota, casi espectralmente, sobre la otra -no menos inexistente, cuando no leída.

Quizás alguien, tal vez incluso alguno de Uds. se anime a dotar de vida a todos esos residuos poéticos, anticipación clara de la estética del deshecho que, de Daniel Spoerri al junk art contemporáneo, inunda nuestros museos y, en cierto modo, nuestras fétidas vidas.

jueves, 4 de junio de 2009

El Mayor Espejo del Mundo



Uno de los tratados más Increíblemente Extraños de la bizarrísima producción enciclopédica del Medievo es sin duda el Speculum Maius (o Gran Espejo) del dominico Vicente de Beauvais.

Inspirándose en nuestro querido Isidoro de Sevilla y nutriéndose de las novedades científicas de los árabes, Vicente montó un bicho enorme que trataba de dar cuenta a los fratres communes de la totalidad de los saberes permitidos por el studium de su Orden (sin permitirse, cómo no, caer en el pecado de la vana curiosidad o libido sciendi como decían entonces los tratadistas)

Nutriéndose de cientos de fuentes (entre las cuales los “sospechosos habituales” de la época, Alberto Magno y su Aristóteles redescubierto, Plinio, Hipócrates, Avicena, Avicebrón, Isaac Israeli, etc) dividió su Speculum en tres espejos (ya que “es espejo todo aquello que es digno de contemplación”…), el Naturale, el Doctrinale y el Historiale que fue el que mayor éxito cosechó (más de 200 manuscritos subsisten hoy en día de aquel best-seller dominico –me pregunto si esa categoría existe en alguna biblioteca del mundo…). Algún listo, aprovechándose del renombre de la obra, añadió un cuarto Espejo, Morale, que es en realidad un refrito de Aquino y compañía.

El más freaky de los tres es sin duda el Espejo de la Naturaleza, constituido por 32 mamotretos y nada más ni nada menos que 3708 capítulos. Se trataba de compilar todos los conocimientos “naturales” disponibles hasta la fecha en las fuentes griegas, latinas, hebreas y arábigas. Pero en realidad se trataba de una elucubración bastante sorprendente (y, podemos añadir, monstruosa) sobre el Génesis.

Así el primer libro nos habla de la Trinidad en su relación con la creación, antes de proseguir discurriendo sobre los atributos, poderes y distintos órdenes de los ángeles, entrando en minucias como sus métodos de comunicación (sus pensamientos y su lenguaje, afirma el letrado, difieren en sus respectivos procesos… como muestra a continuación (Hala, a sacar los diccionarios de latín, que no tengo versión castellana del tratado…):

“Angelorum autem locutio spiritualis qua eius sibi invicem ostendunt affectus suos et intellectus de hiis rebus quarum cognitio non erat in eis a principio duplex est. Una secundum naturam suam in qua communicant boni et mali angeli scilicet cogitatio directa per voluntatem ostendendi alteri ipsi cogitatum vel intentum. Non enim in angelo loqui est cogitare tantum vel intelligere, sed cogitatum vel intentum quadam luminositate irradiante alii voluntarie exprimere. Et quod uni exprimitur, non semper ab aliis intelligitur nisi ille velit qui loquitur. Alia vero per gratiam scilicet secundum virtutem speculi sive motoris supremi, in qua communicant angeli boni tantum et anime sanctorum. Unicuique enim innotescit intellectus vel voluntas alterius secundum speculi representationem, et ipsius motoris supremi voluntatem qui ostendit cui vult, quantum vult. Non enim omnes angeli omnia vident in speculo, sed hec plena revelatio reservatur plenitudini glorie, qua consummabitur eorum premium in futuro. Ad animam quoque loquitur angelus bona suadendo sine medio corporali cooperante, vel impediente quadam virtute occulta intentionem suam ei imprimendo sicut magnes attrahit ferrum, etiamsi interponatur argentum, et etiam ymagines imprimendo incitantes ad bonum sicut dyabolus ad malum. Est autem tertia locutio qua utuntur angeli deum laudando scilicet secundum intellectum et secundum affectum, quia intellectus comprehendit secundum modum suum et miratur bonitatem dei, et affectus consentit et adheret et conformat se ei. Unde hiis laudare deum est bonitatem dei cognitam protestari, et cognitio quidem pertinet ad intellectum, protestatio vero ad affectum. »

El segundo libro trata del mundo creado, la luz, el color, los cuatro elementos, Lucifer y sus ángeles caídos y lo que ocurrió el primer día de la Creación…

Los libros tres y cuatro tratan de los cielos y del tiempo, medido por el movimiento de los cuerpos celestes, hablando también de los vientos, la lluvia o el rayo…

Luego la obra trata del mar y la tierra firme, los ríos y la agricultura, los metales, las piedras preciosas, las plantas, las hierbas, los árboles y las frutas. Cada especie viene con su utilización medicinal posible.

En el capítulo 7 del libro seis Vicente se pregunta qué pasaría si una piedra cayera por una agujera y fuera hasta el centro de la tierra. La respuesta es que se quedaría allí, como atraída magnéticamente.

El libro quince trata de astronomía, presentando la luna, las estrellas, el sol, los planetas y el zodiaco mientras los dos siguientes tratan de los peces, presentados en orden alfabético y según sus virtudes medicinales.

Luego se nos habla de los animales salvajes y domésticos, refiriéndonos extrañezas como la del “pescado sierra”, (xvii, ch. 127) engendro alado que “nada escondido bajo los barcos, rompiendo a través de sus calas para que, al entrar el agua, ahogue a su tripulación y él pueda deleitarse con sus carnes” (traducción libre, claro). Los últimos libros hablan de la psicología (¡) y fisiología del ser humano, ápex y pináculo de la Creación, desde sus órganos y sentidos hasta su razón y su memoria, pasando por los fenómenos oníricos y otras intrigantes lindezas.

En el Speculum doctrinale (17 libros con 2354 capítulos), se nos hablan de las artes y ciencias gracias a las cuales el hombre consigue parcialmente retomar los bienes perdidos con la Caída original. El historiale (31 libros, 3793 capítulos) narra la historia de la humanidad desde la creación hasta 1254, anticipando un poco sobre la inminencia del Juicio Final…

Vicente escribió también unos tratados para el rey Luis IX, uno sobre la educación de los hijos de los nobles De eruditione filiorum nobilium (1247-50) y otro sobre la conducta del príncipe ideal De morali principis institutione (1260-62). Allí se nos explica, por ejemplo, la utilidad de tener monarcas…

“Dada la precariedad de este siglo, la monarquía —a pesar de tener sus inicios en el mal— se debe mantener para que los que obran mal sean corregidos por castigos, mientras que los que obran bien sean premiados y recompensados, según se dice en Romanos XIII, [3]: "Los gobernantes no están para amedrentar a los que obran bien, [sino a los que obran mal]"; y I Pedro II, [13-14]: "Sed sumisos a toda autoridad humana por amor al Señor: al emperador como soberano, a los gobernadores como delegados suyos para castigar a los que obran mal y premiar a los que obran bien." En el mismo sentido, comenta San Gregorio en su Regula pastoralis: "La naturaleza engendró iguales a todos los hombres, pero la culpa los fue diferenciando según el distinto grado de sus pecados. Ahora bien, el juicio divino halló una compensación a la diversidad surgida de la culpa, esto es, que los hombres sean regidos por hombres, puesto que no pueden vivir en condiciones igualitarias. Por tanto, los gobernantes no deben interpretar su poder como una forma de superioridad, sino de igualdad y, en vez de alardear de su primacía, se deben mostrar útiles a sus súbditos…"


jueves, 14 de mayo de 2009

Baldus



Una de las obras más Increíblemente Extrañas de la literatura renacentista (e italiana en su conjunto) es la gigantesca saga “macarrónica” del singar Teófilo Folengo.


Nacido un año antes del descubrimiento del Nuevo Mundo en un suburbio de Mantua, Teófilo entró a los 16 años en un convento de Benedictinos, del que se piró a los 20 con una mujer a la que había seducido. Arrestado por las autoridades pontificias, encerrado durante varios añitos, prosiguió una vida de mendicidad por la Italia aúrea de Maquiavelo y compañía-


Su hermano, el filósofo Juan, le trajo de vuelta a su convento, dándole unas buenas chapas que luego publicó en un Tratado de Moral y de Teología donde contrastaba su heroico combate contra las pasiones con los errores amorosos de su díscolo hermano. Contento, tras todas las movidas por las que había pasado, de calentar su culo en el aburrido convento, Teófilo se dedicó a rememorar nostálgicamente sus aventuras que ya habían dado pie, en 1517, a una epopeya bufa ciertamente singular, publicada en Venecia bajo el pseudónimo de Merlinos Cuqus (Merlín el cocinero).


Parodiando así desde el propio pseudónimo, como Luigi Pulci, las novelas caballerescas que tanto fascinaban aún a aristócratas y villanos, Teófilo creó el género “macarrónico”, es decir, escrito en un idioma inventado que mezcla palabras del dialecto original del autor con la sintaxis y los prefijos y sufijos latinos. El término vendría ya de antes, aludiendo a un personaje que fabricaba macarrones ( !!) en una historieta del trovador Alione d'Asti.


Así la historia comienza con el rapto de Ralduina, hija de Carlomagno (nada menos) por Guy, descendiente del famoso Renaldo de Montalbán, que se la lleva, disfrazados de mendigos, a casa de un campesino (Bertus Panada) en un pueblucho italiano, antes de partir a la conquista de algún que otro principado. La pobre Ralduina la palma al dar a luz al pequeño Baldus, de fuerza extraordinaria, que crecerá ignorando su ilustre origen, nutrido de fábulas caballerescas por su campechano tutor, junto a simpáticos compañeros como el gigante Fracasso, descendiente de Morgante (y prototipo del Gargantua de Rabelais), Falchetto y el sutil Cingar, ladrón de iglesias y de todo lo que se le ponga por delante.


Tras cantidad de gamberradas que constituyen una pequeña epopeya campesina y popular (entre las cuales cargarse, literalmente, al macho alfa local) Baldus termina en la cárcel, de donde le saca Cingar, disfrazado de confesor. Empiezan así años de errancia dignos de las aventuras más caballerescas: exterminio de brujas que tenían trato carnal con el propio demonio, masacre de corsarios, expediciones a las lejanas fuentes del río Kû –de culo, claro- en África, peleas con extrañas criaturas anguiloides y ballenas, el encuentro in extremis con su padre, que se ha hecho ermitaño y le predice un futuro glorioso y, por fin… la visita a los mismísimos Infiernos.

Allí terminan por llegar a una gigantesca calabaza (para los que os preguntábais dónde se escondían las criaturas del Bosco en la literatura) donde se encuentran, torturados por diablillos arrancadores de dientes, con una cantidad de charlatanes, desde los astrólogos y nigromantes hasta los propios poetas, en cuya compañía decide quedarse el propio narrador (¡!!), despidiéndose de Baldus y deseándole buena suerte en algún otro libro…


Más allá de la parodia y de la invención verbal, Teófilo aprovechó (como un siglo después nuestro genial Manco) para decir unas cuantas verdades sobre la religión, la política, las ciencias, los papas, los reyes, los curas y el pueblo de la época… Así arremete (como era tan propio de la época) contra las órdenes mendicantes en violentas sátiras (el octavo canto es un catálogo de los habituales vicios frailunos, de la pereza e ignorancia a la avaricia, la glotonería y la lascivia ilimitada, sin cesar alimentada por ejércitos de meretrices) que van hasta la escatología y la discreta blasfemia


Así uno de los personajes que se cruzan con Baldus le comenta que había abierto un pequeño albergue a la entrada del paraíso… lo cual resultó ser una idea catastrófica (algo que da que reflexionar en estos tiempos de crisis): se tiró cuarenta años sin apenas clientes…

“Si llegaba alguno era algún cojo, o jorobado, tuerto o ciego. Pocas veces he visto papas, reyes, duques, ni señores, marqueses, barones, de esos que llevan mitras o atuendos cardenalcios. Si alguna vez veía llegar algún procurador, algún avogado o notario, no creyendo a mis propios ojos, me exclamaba: “Milagro!”…


Satirizando, como Erasmo y Lutero los cultos a las reliquias, Folengo evoca el sacrosanto cuchillo de san Brancat, que resucita a aquellos a los cuales ha contribuido a cortar el pescuezo… Hasta las pelotas también de la escolástica, reserva un digno lugar en los Infiernos a los adeptos de Alberto el Grande y el Tomás de Aquino, “fuente permanente de población infernal”…


Prefigurando la moda postmoderna de la metaficción, el narrador se cachondea constantemente de su lector. En el libro 22 Merlino introduce incluyo una pequeña autobiografía (o, más precisamente, auto-ficción al tratarse de un ente imaginario) donde refiere su infancia entre la familia Folengo (la de Teófilo, claro), mezclada con las confesiones de todos sus personajes (!!), inclusive los numerosos híbridos (que, prudentemente, no tienen que confesar lo que hicieron sus órganos bestiales…).


El imaginario sexual también es cuanto menos sorprendente. Así la nariz de Cingar se ve encantada, logrando fantásticas y freudianas proporciones, apaleada por dos invisibles efebos (¡) invocados por Seraphus, el doble malicioso de Merlino. Tan desigual combate en torno a “la verga” de Cingar, explícitamente aludida en una de las habituales y verborreicas listas de la obra (umido mucrone, fral cannuccia, mirabil Vermo, etc.) es seguido, en el libro 23, por la transformación de un tal Boccalo en un asno apuleico que se identifica con la virginal Io, violada por Zeus… Con lo que la temática gay (tan habitual en la subcultura goliarda) queda bastante clara… hasta el punto que el nuevo asno trata de montar al propio Baldo, que asiste, invisible, a su flagelación por órdenes de la malvada reina Culfora (¡!)…


La crítica decimonónica vio en todo esto la señal de una mentalidad revolucionaria nutrida de odio implacable contra las clases dominantes y toda forma de tiranía, mientras que la visión actual, nutrida de las teorías carnavalescas de Bajtín y las teorías relativas a la cultura popular de la época, nos muestra la complejidad de aquellos auténticos “outsiders” del Renacimiento, clérigos desclasados que unían la erudición humanista con la jocosidad y la mala leche de los oprimidos.


Aunque también hay algunos hermenéupatas que ven en el Baldus una autobiografía velada, regida por recuerdos de abusos sexuales infantiles… a manos de los frailes.


(No es coña, ved sino

http://www.teofilofolengo.com/Docs/Allegorical_Reading_4_13_09.pdf)

viernes, 24 de abril de 2009

Retrato del pícaro como joven atún



Un mito persistente excluye y purga nuestras letras de todo lo que huela remotamente a maravilloso o fantástico. La literatura hispánica es por cojones (o por gracia de Dios),realista. Se aceptan algunas excepciones, claro, porque, dicen, confirman la regla.


Algo cuanto menos extraño cuando pensamos que salieron de las hispanas imprentas oleadas de libros de caballerías (ignorados, los más delirantes, durante siglos hasta su reciente y paciente rescate por editores “heterodoxos y marginales”) que “conquistaron” Europa y las Américas, emblema e icono de la imaginación más estrafalaria como queda patente en el máximo homenaje, a la vez que réquiem elegíaco y metaficcional parodia, que es el Quijote.


Más allá de esa obviedad nos encontramos con cantidad de Libros Increíblemente Extraños olvidados (o, conspiranoicamente, silenciados) de la tradición hispánica. Así los que, en nuestros Siglos de Oro, retomaron la fecunda tradición lucianesca de las metamorfosis jocosas (y algo rijosas). En la filiación de la novela picaresca apunta así Menéndez Pelayo (el ortodoxo heterodoxo, viviente contradicción que refleja la de toda nuestra cultura) el curioso Crotalón, donde, a imagen del Lucio del Asno de Oro, un gallo (llamado Gallo, por cierto) se ve metamorfoseado en «un muy apuesto y agraciado mancebo cortesano y de buena conversación (…) de natural crianza y continua residencia en la corte de nuestro rey, hijo de un valeroso señor de estado y casa real». Como Lucio también se ve envuelto en una aventura amorosa con una de aquellas «grandes hechizeras encantadoras, y que tenían pacto y comunicación con el demonio para el effecto de su arte y encantamiento», pero que, para suerte de Gallo, no es una vieja decrépita como la que le tocó montar a su predecesor asnil… Otro día os hablaremos más de él, ya que hoy queríamos evocar rareza del mismo palo.

Se trata de la muy desconocida continuación del Lazarillo de Tormes, publicada por primera vez en Amberes en 1555, sin nombre de autor, atribuida por algunos a un tal fray Manuel de Oporto (otro de esos frailes cachondos mentales a lo Rabelais). Esta Segunda parte de Lazarillo de Tormes resultó ser un fiasco, tal vez por romper con la línea realista y picaresca del libro original y porponer una fantasía alegórica lucianesca, en la que el protagonista se convierte en atún, se casa con una atuna con quien procrea alegremente peces y sostiene en la Corte atunil todo tipo de guerras contra varios otros pescados. Posiblemente, el desconocido autor (tal vez alguno de los muchos perseguidos que tuvieron que eclipsarse por Flandes), quiso aludir de forma velada a personajes y circunstancias de la “gesta imperial” hispana (quizás incluso a la reforma militar del Gran Capitán), pero la sátira tuvo poco éxito, y solamente se reimprimió en Milán en 1587 y 1615, irónicamente adjunta (cual monstruoso parásito marino) con el primer Lazarillo.

Lázaro “por importunación de amigos” (un poco como Bardamu al inicio de su Viaje al fin de la noche), se fue a embarcar para la guerra de Argel y en uno de los frecuentes naufragios de nuestra literatura aúrea se vio “hecho atún” por la gracia de Dios (¡otra vez!)…

“Finalmente, el Señor, por virtud de su passión y por los ruegos de los dichos y por lo demás que ante mis ojos tenía, con obrar en mí un maravilloso milagro, aunque a su poder pequeño, y fue que estando yo assí sin alma, mareado y medio ahogado de mucha agua que, como he dicho, se me había entrado a mi pesar, y assí mismo encallado y muerto de frío de la frialdad, que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca había sentido, trabajado y hecho pedaços mi triste cuerpo de la congoxa y continua persecución, y desfallecido del no comer, a deshora sentí mudarse mi ser de hombre, quiera no me cate, cuando me vi hecho pez, ni más ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cerrado me habían tenido y tenían. A los cuales, luego que en su figura fui tornado, conocí que eran atunes, entendí cómo entendían en buscar mi muerte, y decían: «Este es el traidor, de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Este es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados que tan executivamente se ha habido con nosotros desde ayer acá, hiriendo y matando tantos de los nuestros; no es possible que de aquí vaya; mas venido el día, tomaremos dél vengança».

A continuación es llevado ante un poderoso general atún que toma a su servicio (podéis regocijaros con el capítulo en mi www.freaklit.blogspot.com). Lázaro-atún se hace amigo del igualmente atunil capitán Licio, el cual cae en desgracia en la Corte por culpa de una oscura traición y es encerrado en prisión. Lázaro, ni corto ni perezoso, organiza a sus atunes, liderando una revuelta palaciega para librar a su amigo de la muerte y acabar con el traidor don Paver.

Lázaro logra negociar con el rey de los atunes, haciéndose su privado y casándose con la linda Luna. Luego todo se hace más alegórico (la sombra de Erasmo planea sobre Lázaro como sobre toda nuestra literatura del momento), ya que Lázaro, yendo de caza por un bosque como tantos y tantos caballeros de la tradición céltico-artúrica (no olvidemos que sigue siendo un atún, lo cual es cada vez más Extraño), se encuentra nada más ni nada menos que con “la Verdad”…

“ la cual me dixo ser hija de Dios y haber baxado del cielo a la tierra por vivir y aprovechar en ella a los hombres, y cómo casi no había dexado nada por andar en lo poblado, y visitado todos los estados grandes y menores; y ya que en casa de los principales había hallado assiento, algunos otros la habían revuelto con ellos, y por verse con tan poco favor se había retraído a una roca en la mar.

Esta le cuenta “cosas maravillosas que había passado con todos géneros de gentes”, pero por suerte para el sufrido lector, el narrador pasa olímpicamente de referirnos una alegoría al uso (por muy erasmista que sea) y se va no a freír puñetas pero sí a desovar con las atunas (¡!), donde termina tomado en las redes de unos pescadores, volviendo a su morfología habitual,

“Sentí a la parte que de pece tenía detrimento y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora duquesa y a su marido que, por amor de Dios, me hiciessen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido; y dándoles cuenta del detrimento que sentía, holgaron de lo hacer. Y fue acordado que diessen pregón en Sevilla para que viniessen a ver mi conversión, y en una plaça que ante su casa está, hecho un cadahalso, porque todos me viessen allí, fue juntada Sevilla; y desque la plaça se hinchió, por calles y tejados y terrados no cabía la gente. (…)

“Pues puesto en el cadahalso, y allí, tirándome unos por la parte de mi cuerpo que de fuera tenía, otros por la cola del pescado, me sacaron como el día que mi madre del vientre me echó, y el atún se quedó solamente siendo pellejo. Diéronme una capa con que me cobrí, y el duque mandó me truxessen un vestido suyo de camino, el cual, aunque no me arrastraba, me vestí, y fui tan festejado y visitado de gentes, que en todo el tiempo que allí estuve casi no dormí, porque de noche no dexaban de me venir a ver y a preguntar, y el que un rato de auditorio comigo tenía se contaba por muy dichoso…”.

Tras este renacimiento un tanto blasfemo, entre Jonás y el símbolo crístico del pez, Lázaro, hecho hombre, vuelve al “territorio comanche” de nuestra picaresca, entre Sevilla y Salamanca…

Si os preguntáis porqué precisamente se convirtió el pícaro en atún (la mayoría, descreídos de lo imaginativo y literario lo asumirían como una simple y aleatoria barrabasada más, pero no vosotr@s, mis querid@s Extrañ@s), he encontrado una curiosa relación entre pícaros, atunes y… la tuna (!!) en http://www.tunaempresariales.uji.es/historia2.htm

Tuno sería, en efecto aquel que lleva una vida parecida a los atunes, "vagamunda y holgazana", como los antiguos estudiantes, incluidos entre la caterva de pícaros a los que se dirigían las Instrucciones contra Vagos y Maleantes, tal y como señala Fray Martín Sarmiento en su De los Atunes y de sus Transmigraciones y sobre el Modo de Aliviar la Miseria de los de los Pueblos (!!):

"Los atunes no tienen patria ni domicilio constante, todo el mar es patria para ellos. Son unos peces errantes y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí y a tiempos están allí. Y si por imitación de los atunes no se formaron las voces tuno, tunante y tunar de la voz atún o del thunnus latino, no se puede negar que los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, sin domicilio constante y conocido, sin oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma”.

Por lo demás existía en la tradición francesa un Roi des Thunes o Rey de los atunes, jefe de los vagabundos franceses, a quien se dio el apelativo original de Rey de Túnez en memoria del Duque del Bajo Egipto, jefe de los gitanos cuando sus bandas llegaron a París en el año 1427…

De ahí vendría la sorprendente metamorfosis de una de nuestras más emblemáticas figuras literarias en vulgar Thunnus (atún calvo… claro).


lunes, 20 de abril de 2009

Exhibición de Atrocidades



J. G. Ballard ha sido abducido por sus propias pesadillas. En los últimos meses estaba redactando el proceso de su cáncer terminal, máxima frontera del espacio interior en el cual siempre había buceado.


En el vasto panorama de su proteica y teratológica galería mental es sin duda la Exhibición de Atrocidades la obra que mejor merece el título de Increíblemente Extraña Cum Laude. Publicada en el Reino Unido en el año de gracia de 1970 (la edición americana, titulada Love and Napalm: Export U.S.A. sólo saldría dos años después), se trataba de un Ovni literario incluso en el contexto de los prodigiosos seventies, tan dados al experimentalismo y la transgresión. Ballard recogía en sus “novelas condensadas” (troceadas en secciones de densos párrafos, herederos de los cut-ups del gurú beat William Burroughs, prefacista por lo demás de la Exhibición) textos radicales ya antes publicados en la constelación fanzinerosa de la Nueva Ola de la Ficción Especulativa británica.

El “protagonista” (cuyo nombre, al parecer inspirado en el enigmático novelista Traven, autor del extraño Barco de la Muerte, cambia en cada nuevo capítulo) es un trasunto arquetípico de la obra de Ballard, declaradamente obsesiva y circular. Psiquiatra rendido paulatinamente a la psicosis reconfigura maniáticamente los grandes eventos de la década de los 60 (el suicido de Marilyn, el alunizaje del programa Apolo y sobre todo el asesinato de Kennedy) en un “espacio interior” corroido por el discurso mediático y la proliferación de la “iconosfera” contemporánea (junto a Burroughs podríamos situar a Marshall McLuhan como la otra influencia clave de la obra).


Su mujer, a la que ha asesinado (como Burroughs himself y contrariamente a Mary Ballard, fallecida accidentalmente en 1963 en la localidad de… Alicante!), muere y revive innumerables veces mientras Marilyn le acompaña en un viaje suicida quemada por extrañas radiaciones nucleares (la Bomba rige, omnipotente, sobre toda la década y especialmente sobre Ballard) y los espacios “exteriores” contaminan víricamente el “interior” de la psique… e inversamente, más allá de las referencias surrealistas (Magritte y Dalí han tomado posesión del continuum espacio-temporal, monstruosos profanadores no sólo de cuerpos sino de ideo-cosmos y socio-cosmos) naufragadas por los párrafos de la obra.

El surrealismo ha muerto puesto que hemos entrado en la esfera de lo hiperreal. Los paisajes destrozados del Shangai ocupado le enseñaron desde la infancia que “la realidad misma es un estado que puede ser desmantelado en cualquier momento, no importa cuán magnífica pueda parecer". Los gepetos radiados de Hiroshima y los cuerpos de los crematorios nazis han vuelto inevitablemente obsoletas las anamorfosis dalinianas.

Pero, entonces,


¿Porqué quiero follarme a Ronald Reagan?


Reagan, por entonces gobernador de California (como nuestro patético Schwartzie), candidato a las presidenciales de 1968 (demasiado pronto, Ronald, aún habría que esperar a que la oleada libertaria se pegara la Gran Hostia), fue para Ballard una revelación, la llegada de un nuevo fascismo, el de los “políticos mediáticos” (el antiguo, en realidad, ya lo era, como Ballard bien sabía, pero en plan aún un poco “artesanal”). La presidencialidad del actor de serie B (y coleguita de la mafia, como se sabría después para confirmar, por si cabiera duda, su carácter totalmente ballardiano –o dickiano, pues Dick y Ballard constituyen la doble hélice de nuestro enfermizo ADN) presagiaba el salto final hacia la Hiperrealidad Terminal, basado en la superjodida psicosexualidad creada por los media.


El texto analizaba fría, tecnocráticamente, el efecto sexual del “show” reaganiano (“en tests colectivos la cara de Reagan era uniformemente percebida como una erección penil”; “los speeches de Reagan pasados a cámara lenta producen un marcado efecto erótico entre los niños espásticos”, etc.). Lo más escalofriante fue que diez años después la Convención Republicana de San Francisco distribuyó el texto de Ballard como prueba del “sex appeal” subliminal del candidato… y el resultado electoral confirmó sus premisas!!


El camino estaba preparado para la Tercera Guerra Mundial, y no sólo en la mente del Doctor Traven, o Talbert o Travis…



ps. http://freaklit.blogspot.com/

miércoles, 8 de abril de 2009

Atmofitas de Ignis



Una de las obras más desconcertantes de la singular Edad de Oro de la anticipación (antes de que Gernsback bautizara el género de la ciencia-ficción) que fue la Fin de Siècle es sin duda la Increíblemente Extraña Ignis del misterioso conde de Chousy. Nada se sabe del tal Chousy y sólo nos queda de él, a modo de juego de pistas borgesiano, una carta ditirámbica al creador de la Eva futura, el también Extraño Villiers de l’Isle-Adam, hasta el punto que algunos eruditos especularon que en realidad se trataba de una broma del propio Villiers, inventándose un heterónimo para firmar otra de sus desopilantes sátiras anti-tecnológicas. Pero encontramos también su nombre en la dedicatoria del poema de C. Cros (otro Increíble Extraño, cómo no) “Sultanerie”, publicado en la revista emblemática del movimiento hidropático L'Hydropathe del 19 de febrero de 1879.

Sea quien fuere de Chousy, el caso es que su única obra es un auténtico meteorito en la órbita de lo “maravilloso científico” anunciado por los Goncourt. En ella asistimos al proyecto del excéntrico y erudito Lord Hotairwell de perforar un gigantesco pozo en Irlanda hasta llegar al legendario “fuego central” de la Tierra, fuente prodigiosa de energía. Sabiendo que el Lord había ya propuesto arrancar Inglaterra de la corteza terrestre para transformar la isla en portentoso navío, no nos hemos de sorprender.

El caso es que, ni corto ni perezoso, ayudado por un matemático absolutamente loco (sospechosamente cercano a nuestro querido Lewis Carroll) y de un ingeniero enano presentando un agudo caso de perforomanía (desviación que se le escapó al contemporáneo Sigmund Freud, siempre tan atento a ese tipo de detalles), el Lord se pone a edificar la ciudad utópica de Industria-City, salvando todo tipo de obstáculos (desde los sabotajes de los militares alemanes hasta los suicidas proyectos de destruir la Tierra de algunos de los propios ingenieros).

Para ello inventarán los extraños Atmofitas, « hilotas de vapor » que prefiguran los robots que iban a inundar el género a partir de los años 20 (el término, como es bien sabido, será introducido por Karel Capek, jugando con el término checo robota o trabajo servil). Extremadamente dóciles en un principio, los esclavos mecánicos terminarán, cómo no, por rebelarse contra el régimen “pantopantárquico” (reino de todos sobre todos) de Industria, anunciando también otro de los más célebres topoï que iba a terminar, como quien dice, hasta en la sopa. Se genera así un cuanto menos absurdo debate en el Parlamento (al cual sólo son admitidos especimenes cuyo cerebro pesa más de dos libras) sobre la nueva “cuestión social” presentada por la “plebe de metal”…

Luego asistimos a las maravillas de la “Confortable City”, parodia feroz del utopismo positivista a lo Julio Verne, característico de la burguesía finisecular (y de la otra también). Autómatas en todo momento vigilados por el telectroscopo de Lord Hotariwell, los habitantes de Industria disfrutan del telecromofoto-fonotetroscopo, anticipación de todos los inventos en telecomunicaciones posibles e imaginables (más o menos viene a ser como los hologramas de la saga intergaláctica de Georges Lucas) hasta el día en que se produce una inverosímil hecatombe… la rebelión de las telecomunicaciones contra sus usuarios… en 1883!!

Liderados por “una especie de elefante armado de una maza incrustada en su trompa”, martillo de 200 mil kilos, las Máquinas electrocutan a los parlamentarios mientras los habitantes de la ciudad son despedazados y sometidos a todo tipo de tecno-suplicios delirantes…

Algo que tendría que haber abierto a de Chousy las puertas del Panteón de la Ciencia-ficción, pensaréis. Pues no. A pesar de haber sido “coronada por la Academia francesa”, Ignis pasó por completo desapercibida hasta que nuestro Maestro indiscutido Pierre Versins la exhumó. Por lo demás, como bien sabéis los más conspiranoicos, el negocio editorial de la ciencia-ficción está bastante controlado por el complejo militar-industrial yanqui (o cuanto menos por el complejo editorialo-periodístico yanqui), poco interesado en todo lo que no es anglo-sajón, sepultando siglos de anticipación europea bajo una pesada losa de silencio.

En todo caso nosotros le abrimos las puertas de nuestro Panteón Increíblemente Extraño y esperemos que se quede tan a gusto.

domingo, 22 de marzo de 2009

Un hijo desnaturalizado



Dentro del sangriento panorama del teatro barroco europeo pocas obras resultan tan truculentas como la desconocidísima Tragödie ven einem ungerathenen Sohn o sea Tragedia de un hijo desnaturalizado (¡y tanto!) del excéntrico duque Heinrich Julius von Brunswick.

Obispo desde la tierna edad de los dos años (!!), Heinrich asistió a sesudos debates teológicos (en latín, cómo no) desde los doce años y poco después optó por la Reforma protestante, de la cual se hizo importante artífice. También decidió cambiar la ley Sajona que regía el principado de Wolfenbüttel por la ley romana, comenzando una espantosa caza de brujas y de judíos. Apasionado por el teatro y la arquitectura hizo constuir uno en su castillo, invitando a una importante compañía itinerante del teatro jacobeo (sinónimo, como bien sabemos, de horrores y mutilaciones) para que amenizaran sus veladas con todo tipo de aberraciones.

Motivado por el descubrimiento (viendo realizadas en escena quien sabe qué inconfesables fantasías) el duque parió, entre 1593 y 1594, nada menos que once obras de teatro, cinco comedias de enredo italianizantes (cercanas a la dramaturgia, también desconocida, de su herético contemporáneo Giordano Bruno) y cinco espantosas tragedias que dejan chiquitas las barbaridades de Thomas Kyd y sucedáneos. De ellas se lleva la palma la ya citada del hijo que salió rana.

Nero (trasunto evidente del demente emperador romano), el hijo menor de un decrépito duque (¿Julius, el del propio Heinrich?), es un auténtico rayado. Tras caer en desgracia, finge arrepentirse, tan sólo para cometer una serie de crímenes que hacen de él, más que Macbeth y demás amateurs, el principal psycho-killer (literario) de la era barroca. Empieza por su propio hijo, fruto natural de un culpable coito. Y empieza por todo lo alto, como ahora veréis.

Se lleva a su vástago al bosque, donde prepara una hoguera. El chaval se huele algo e intenta huir, en vano. Como las incautas víctimas de los cuentos, el niño pregunta inocentemente qué es lo que va a a guisar su padre, ya que no se han traído nada para papear. Nero lo tira al suelo, le pone su rodilla en la boca, le abre el vientre con un cuchillo y le extrae el corazón, asándolo lentamente a la parrilla y engulléndolo después. Luego recoge la sangre en un vasito, la mezcla con vino y padentro.

El tema del corazón comido era ya un antiguo topos medieval reactivado por los rumores de canibalismo que llegaban del Nuevo Mundo y la parodia de Eucaristía remitía a las supersticiones católicas denunciadas por los protestantes. Aún así representar la escena constituía sin duda una barrabasada máxima a finales del siglo XVI.

Del bosque Nero pasa a un jardín donde se encuentra con su padre, clavándole a hachazos un taco en el cráneo. Luego, como en la mítica canción de los Doors o en cualquier vulgar matanza estudiantil de los últimos años, sigue su periplo homicida por la corte (¿de Wolfenbüttel?). Se encuentra a su sobrino sobado, estrangulándolo con una cuerda. En ese momento es sorprendido por su madre, a la que corta el cuello.
Luego alerta a todo el mundo, fingiendo inconmesurable dolor ante tamaña masacre. Lo cual le permite ganar un poco de tiempo, cargándose a su hermano y cercenando las cabezas de los tres consejeros de su padre.

En el último acto comienzan los remordimientos (¡!) y las paranoias (esto fue escrito unos diez años antes de Macbeth). Huyendo de extraños ruidos se refugia en el jardín, tumbándose un ratico. Se le aparecen los espíritus de los asesinados. Horrorizado, huye al bosque, encontrándose con los cadáveres descabezados de los consejeros que se levantan a saludarlo. Más allá se le aparece su hijo, con el corazón en una mano y el vasito de morapio en la otra (estampita crística un tanto gore). Clama venganza. El espíritu del padre también se apunta, con un hacha en la mano y el taco aún en el cráneo.

Nero huye, tropezando con el fantasma del sobrino, con la cuerda rodeada al cuello como un fantasmita nipón de reciente cuño. Vuelven los consejeros sin cabeza.
Acorralado, Nero se tira al suelo pataleando y berreando. Intenta por tres veces suicidarse, anunciando a los vagabundos beckettianos. El cuchillo se parte, el cinturón con el que iba a ahorcarse de rompe y el veneno cae al suelo derramándose.

Entonces la obra se va realmente de madre. Aparecen unos diablos apoderándose de él con alborozo y llevándose dios sabe dónde (bueno, claro que sabe dónde, igual que los espectadores). Un corto epílogo nos recuerda la moraleja de toda esta escabechina, a saber que los hijos no deben desobedecer a sus padres (!!!).
“Hija desnaturalizada” del teatro de la venganza inglés, la tragedia de von Brunswick evidencia, más allá de la oleada de horror escénico que se extendió por todo Europa, las tensiones atroces de la era de la caza de brujas (a las que, sintomáticamente, Heinrich tanto contribuyó).

Años después nuestro insólito duque moría alcoholizado en la Increíblemente Extraña Corte praguense de Rodolfo II, del que había llegado a ser consegliere particular. Podemos hacernos una pequeña idea de cuales fueron las criaturas que le asistieron en sus últimos estertores de delirium tremens.


p.s. La imagen de arriba es un gravado de la impresionante biblioteca ducal de Wolfen büttel.

miércoles, 11 de marzo de 2009

MISCELANEA BIZARRIENSIS

Increíbles y Extraños,

me complace ancunciaros el lanzamiento de un blog plurilingüe complementario al presente,

MISCELANEA BIZARRIENSIS

dedicado, como su nombre indica, a cantidad de cosillas bizarras que no hayan hueco, por lo diminuto o por lo que sea, en nuestra Friquipedia literaria.

Basta con clicar en

www.freaklit.blogspot.com


Espero que lo disfruteis.

jueves, 19 de febrero de 2009

Crononhotonthologos



De las increíbles minas de Libros Increíblemente Extraños que constituyen los manuales bibliográficos del bizarrísimo siglo XIX (edad de oro de la erudición inútil que vuelve a florecer en nuestras webs, del metafilter a este modesto blog) me gustaría resaltar la obra de Francis Henry Stauffer The queer, the quaint, the quizzical; a cabinet for the curious (1882).

En él encontramos apartados tan singulares como “Libros de título impronunciable” (incluyendo el " Crononhotonthologos, the most tragical tragedy that ever was tragedized by any company of tragedians" y la "Panzoologicomineralogia” de Robert Lowell), “la literatura carcelaria” (de Boecio, Grotius y Bunyan a Cervantes) o (tal vez os suene a algun@s) autores arruinados por sus obras (llevándose la palma Lord Kingsborough, cuyo libro-homenaje a Mexico, publicado en siete inmensos volumenes con un millar de ilustraciones le costó unos $300,000 de aquella, llevándole a la bancarrota y la muerte).

Aprendemos que la librería vegetal de Warsenstein constaba, alrededor de 1535, de libros hechos de distintas maderas, cada cual conteniendo la fruta, semillas y hojas de su árbol original. Quinientos años antes del diseño verde…

O que existió, antes de las vanguardias del pretencioso siglo XX, un libro absolutamente sin palabras. Se trata de una alegoría religiosa, basada en el simbolismo del color de las páginas, dos de las cuales son negras (simbolizando el corazón del hombre), dos púrpura (la redención crística), dos blancas (la purificación lavada en la sangre del Cordero) y dos de oro puro (la felicidad radiante de la felicidad eterna). Toma abstracción.

Caso singular también el de la “Biblia india” del pastor John Eliot, redactada en dialecto Natick en 1658 (¡) tras 8 años de ardua labor. Se imprimieron 100 copias, 20 de ellas para el rey Charles. Se trataría del único monumento (literario o demás) de los Natick.

Stauffer se divierte durante cientos de páginas con innumerables rarezas (como una “sentencia de muerte del Salvador”, firmada por Poncio Pilato y supuestamente encontrada en unas excavaciones napolitanas) e inconsecuencias literarias (como La novia de Abydos, de Byron, donde no hay ninguna novia), las eternas estupideces de los críticos y las obsesiones bibliomaníacas que constituyen una forma tan deliciosa de locura.

La lectura del propio Índice de la obra, de la primera pierna artificial a los gusanos librófagos se convierte así en uno de los más fascinantes documentos del surrealismo real.

martes, 10 de febrero de 2009

Lisardo y Lisardo



Una de las ideas más tenaces y tristes de la historiografía literaria patria es la de la vocación unívocamente realista de nuestras letras, desde el Cid hasta la nueva novela social. Lo cual hace de los amantes de lo fantástico tristes huérfanos errabundos, a imagen del emblema máximo de la nostalgia del desengaño desmitificador que fuera don Alonso Quijano.

Por suerte existe un hilo ténue, verdaderamente underground, que nos viene desde la cuentística medieval y que haya, por momentos, potentes ecos que se constituyen en pilares de esa “otra historia” soñada, una literatura fantástica española. Uno de esos pilares subterráneos lo constituye el hoy olvidado comisario de la Inquisición y capellán de Reyes Nuevos, Cristóbal Lozano Sánchez.

Emblema del desmadre imaginativo de nuestros inigualados Siglos de Oro, que tanto fascinaran a los románticos de los países más “racionales”, nutriendo la imagen de una piel de toro fantasmagórica y espectral, Lozano es considerado el último buen prosista antes del descalabro imaginativo de la Ilustración carpeto-vetónica. Significativamente las narraciones legendarias y macabras de Lozano conocerían un éxito significativo en su propio país desde su publicación (1658) hasta, salvando las críticas previsibles de los sesudos ilustrados enemigos de la “España negra” (10) , la pálida adaptación local del romanticismo, que encontraría en ellas materia para sus mejores y más duraderos logros, desde el Estudiante de Salamanca cantado por Espronceda hasta la escena final del Tenorio de Zorrilla, pasando por obras de Juan Eugenio Hartzenbusch o Antonio García Gutiérrez y culminando en la figura insignia, si bien tardía, de nuestro Goticismo, Gustavo Adolfo Bécquer.

Y es que no hay para menos. Las leyendas recogidas en Reyes nuevos de Toledo (Cueva de Hércules, amores de Galiana y Carlomagno, nacimiento de Pelayo, etc.) y las novelas cortas de Soledades de la vida y desengaño del mundo (título ultra-barroco donde los haya, mezclando ingeniosamente a Góngora y Quevedo) son un receptáculo de ese fantástico hispano que triunfó durante dos siglos, a través de las baladas macabras canturreadas por los pueblos y las “comedias de santos” (y los consiguientes diablos tentadores o, mejor aún, diablesas) o las “comedias mitológicas” que poblaban los escenarios mientras los estantes de las librerías rebosaban de libros de caballerías.

El relato más célebre que ha mantenido el recuerdo de Lozano en esas cápsulas de crionización defectuosa que son los artículos eruditos de los académicos es sin duda el del estudiante Lisardo. Narrado en primera persona por el personaje homónimo, cuenta su pecamonisa y nocturna expedición al convento donde se haya su amada, Teodora (tema tradicional del erotismo blasfemo hispano).

He aquí que oye “confuso ruido de espadas y broqueles”…

“Oí que dijo uno en alta voz: “¡LIsardo es, matadle!” y reptidiento todos “!Muera, muera!”, movieron un tropel de cuchilladas y a poco rato, escuchando una voz, que lastimada y triste dijo solamente, “!Ay, que me han muerto!” escaparon todos corriendo a toda prisa, dejando la calle en aquel sordo silencio que antes estaba”…
Acercándose temerosamente al difunto el estudiante verifica que se trata, efectivamente, de su propio cuerpo asesinado…

“Aquí confirmé verdad lo que juzgaba sueño, aquí miré cumplido lo que juzgaba fantasía y aquí (…) finalmente volví a resolver las dudas de si era yo el difunto; y no muy descaminado, pues juzgando aquel cadáver ser mi cuerpo, sólo me contaba ya por alma en pena”…

Temiendo ser atrapado por la justicia como su propio asesino (!!), huye. Pero poco después se topa con “un grande acompañamiento de eclesiástico de sobrepellices y roquetes, con su cruz y manga negra delante”, que “llevaban entre cuatro un difunto tendido en un pavez y cubierto con una bayeta negra”…

“Me acerqué un poco al último de los cantores que estaban en aquella banda y tirándole de la ropa, y él inclinado el cuerpo para oírme, le pregunté con mucha cortesía quién era aquel difunto que enterraban, y respondióme, dando primero un suspiro:
- Este es Lisardo el estudiante.
- ¿Qué Lisardo?- le repliqué, palpitando ya el corazón en nuevas y más crecidas angustias, y díjome:
- Lisardo el de Córdoba, que vos concéis como a vos mismo”…

La historia ya había sido narrada en otro Libro Increíblemente Extraño de nuestras Letras, el Jardín de Flores Curiosas de Antonio de Torquemada (no confundir con el de las hogueras). Pero Lozano le añadió el dramatismo y la interiorización aterrada que hicieron de él precursor barroco del romanticismo internacional (el cual no fue tal vez más que un revival neobarroco, desde el calderonismo alemán hasta el shakespearismo anglosajón).

Más allá del moralismo obvio de la historia, tan acorde con la “pastoral del miedo” que triunfó incontestada con la Contra-Reforma (el propio Carlos V se había metido en su ataúd durante el “ensayo” de su futuro entierro), quedaba aquí patente una fibra macabra rayana en lo metafísico que caracterizaría la inquietud fantástica en nuestra cultura hasta el glorioso fantaterror de los setenta (los Caballeros Templarios de Osorio son tan becquerianos como lozanianos) y el revival presente (algo hay de Lisardo en el César de Abre los ojos, ¿no os parece?).


(10) Don Leandro Fernández de Moratín cuenta en La derrota de los pedantes (1789) cómo Bartolomé Leonardo de Argensola «cayó al suelo sin sentido de un golpazo que le dieron con los Reyes Nuevos del famoso Lozano» durante la lucha que sostuvo con los malos poetas. En cuanto a la popularidad de los libros de Lozano, ya había hecho referencia a ello Francisco Gregorio de Salas, cantando lo que vio en casa de un "vulgar" zapatero: «Una Gaceta atrasada,
un jilguero y un pardillo.
Los Doce Pares de Francia
con el David Perseguido», digresiva saga novelesca de Lozano.

martes, 13 de enero de 2009

La tragedia de México



Las crónicas de sucesos constituyen desde antiguo (al menos desde los Avisos o “canards” sangrientos del siglo XVI, pero también había colecciones de ellos bajo el Imperio Romano) una fuente de sorpresas Increíblemente Extrañas.

Más aún cuando se refieren a una tierra conocida por su extrema familiaridad con la muerte, desde las figurillas tragicómicas de esqueletos hasta la lírica tremebunda de los narco-corridos.

La Tragedia de México (1954) de Jose Lion Depetre constituye así pues una Suma de la Muerte Extraña, fiel anverso de las pesadillas buñuelianas del exilio mexicano que supera cualquier ficción tarentiniana, haciéndonos soñar con una telenovela ultraviolenta de unos Soprano south-of-the-border…

Ved sino. Un policía aborda a una joven. Le hace proposiciones moderadamente honestas. Ella huye. Él dispara. “Si no aceptas mi compañía, acepta la de la muerte”, dice, a modo de epitafio, el lacónico guardián de la ley y el orden.
Un portero se carga a un “pesado” que le preguntó dos veces si tal fulano vivía en su edificio (“Lo mató por preguntón” rezaba el artículo).

Un hombre se detiene ante una parada de autobus donde espera un joven. Pregunta si el 154 pasa por allí. El joven responde que no. El hombre saca un revólver de su guantera y lo deja frito.

Dos amigos, sentados en un café, ven pasar un tipo al que no conocen. “Y ese, ¿porqué no te lo cargas?”. “¿Porqué no?”, cavila el interpelado. Dicho y hecho.

Un asesino afirmó haber matado “por puro gusto” a un tipo que “le gustaba mucho como cadáver”. Un tipo fue asesinado por haber criticado un sombrero en 1953. En varias ocasiones hubo tiroteos en la propia Cámara de diputados.

Más allá de la plétora homicida, la modalidad suicida no se queda corta. Un hombre, festejando el nacimiento de su hijo proclamó que se moría de alegría. Tras haber sido harto vacilado por sus compis hubo de suicidarse para demostrar lo contundente de su afirmación. Inversamente, un joven se mató ante su padre afirmando: “prefiero morir a trabajar” (muy pocos de nuestros adolescentes más desganados se atreverían a tal lógica conclusión del pasotismo integral…).

Más allá de la tragedia socio-político-económica que implica, el absurdismo violento encarna, de modo tremebundo, aquel “ángel de lo bizarro” que los surrealistas bautizaron como “humor negro” integral, provocando, más allá de la molesta sonrisa una cierta inquietud metafísica sobre las magnitudes del azar, tema que, apropiadamente, domina las creaciones del gran mexicano universal Alejandro González Iñarritu…