viernes, 24 de abril de 2009

Retrato del pícaro como joven atún



Un mito persistente excluye y purga nuestras letras de todo lo que huela remotamente a maravilloso o fantástico. La literatura hispánica es por cojones (o por gracia de Dios),realista. Se aceptan algunas excepciones, claro, porque, dicen, confirman la regla.


Algo cuanto menos extraño cuando pensamos que salieron de las hispanas imprentas oleadas de libros de caballerías (ignorados, los más delirantes, durante siglos hasta su reciente y paciente rescate por editores “heterodoxos y marginales”) que “conquistaron” Europa y las Américas, emblema e icono de la imaginación más estrafalaria como queda patente en el máximo homenaje, a la vez que réquiem elegíaco y metaficcional parodia, que es el Quijote.


Más allá de esa obviedad nos encontramos con cantidad de Libros Increíblemente Extraños olvidados (o, conspiranoicamente, silenciados) de la tradición hispánica. Así los que, en nuestros Siglos de Oro, retomaron la fecunda tradición lucianesca de las metamorfosis jocosas (y algo rijosas). En la filiación de la novela picaresca apunta así Menéndez Pelayo (el ortodoxo heterodoxo, viviente contradicción que refleja la de toda nuestra cultura) el curioso Crotalón, donde, a imagen del Lucio del Asno de Oro, un gallo (llamado Gallo, por cierto) se ve metamorfoseado en «un muy apuesto y agraciado mancebo cortesano y de buena conversación (…) de natural crianza y continua residencia en la corte de nuestro rey, hijo de un valeroso señor de estado y casa real». Como Lucio también se ve envuelto en una aventura amorosa con una de aquellas «grandes hechizeras encantadoras, y que tenían pacto y comunicación con el demonio para el effecto de su arte y encantamiento», pero que, para suerte de Gallo, no es una vieja decrépita como la que le tocó montar a su predecesor asnil… Otro día os hablaremos más de él, ya que hoy queríamos evocar rareza del mismo palo.

Se trata de la muy desconocida continuación del Lazarillo de Tormes, publicada por primera vez en Amberes en 1555, sin nombre de autor, atribuida por algunos a un tal fray Manuel de Oporto (otro de esos frailes cachondos mentales a lo Rabelais). Esta Segunda parte de Lazarillo de Tormes resultó ser un fiasco, tal vez por romper con la línea realista y picaresca del libro original y porponer una fantasía alegórica lucianesca, en la que el protagonista se convierte en atún, se casa con una atuna con quien procrea alegremente peces y sostiene en la Corte atunil todo tipo de guerras contra varios otros pescados. Posiblemente, el desconocido autor (tal vez alguno de los muchos perseguidos que tuvieron que eclipsarse por Flandes), quiso aludir de forma velada a personajes y circunstancias de la “gesta imperial” hispana (quizás incluso a la reforma militar del Gran Capitán), pero la sátira tuvo poco éxito, y solamente se reimprimió en Milán en 1587 y 1615, irónicamente adjunta (cual monstruoso parásito marino) con el primer Lazarillo.

Lázaro “por importunación de amigos” (un poco como Bardamu al inicio de su Viaje al fin de la noche), se fue a embarcar para la guerra de Argel y en uno de los frecuentes naufragios de nuestra literatura aúrea se vio “hecho atún” por la gracia de Dios (¡otra vez!)…

“Finalmente, el Señor, por virtud de su passión y por los ruegos de los dichos y por lo demás que ante mis ojos tenía, con obrar en mí un maravilloso milagro, aunque a su poder pequeño, y fue que estando yo assí sin alma, mareado y medio ahogado de mucha agua que, como he dicho, se me había entrado a mi pesar, y assí mismo encallado y muerto de frío de la frialdad, que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca había sentido, trabajado y hecho pedaços mi triste cuerpo de la congoxa y continua persecución, y desfallecido del no comer, a deshora sentí mudarse mi ser de hombre, quiera no me cate, cuando me vi hecho pez, ni más ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cerrado me habían tenido y tenían. A los cuales, luego que en su figura fui tornado, conocí que eran atunes, entendí cómo entendían en buscar mi muerte, y decían: «Este es el traidor, de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Este es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados que tan executivamente se ha habido con nosotros desde ayer acá, hiriendo y matando tantos de los nuestros; no es possible que de aquí vaya; mas venido el día, tomaremos dél vengança».

A continuación es llevado ante un poderoso general atún que toma a su servicio (podéis regocijaros con el capítulo en mi www.freaklit.blogspot.com). Lázaro-atún se hace amigo del igualmente atunil capitán Licio, el cual cae en desgracia en la Corte por culpa de una oscura traición y es encerrado en prisión. Lázaro, ni corto ni perezoso, organiza a sus atunes, liderando una revuelta palaciega para librar a su amigo de la muerte y acabar con el traidor don Paver.

Lázaro logra negociar con el rey de los atunes, haciéndose su privado y casándose con la linda Luna. Luego todo se hace más alegórico (la sombra de Erasmo planea sobre Lázaro como sobre toda nuestra literatura del momento), ya que Lázaro, yendo de caza por un bosque como tantos y tantos caballeros de la tradición céltico-artúrica (no olvidemos que sigue siendo un atún, lo cual es cada vez más Extraño), se encuentra nada más ni nada menos que con “la Verdad”…

“ la cual me dixo ser hija de Dios y haber baxado del cielo a la tierra por vivir y aprovechar en ella a los hombres, y cómo casi no había dexado nada por andar en lo poblado, y visitado todos los estados grandes y menores; y ya que en casa de los principales había hallado assiento, algunos otros la habían revuelto con ellos, y por verse con tan poco favor se había retraído a una roca en la mar.

Esta le cuenta “cosas maravillosas que había passado con todos géneros de gentes”, pero por suerte para el sufrido lector, el narrador pasa olímpicamente de referirnos una alegoría al uso (por muy erasmista que sea) y se va no a freír puñetas pero sí a desovar con las atunas (¡!), donde termina tomado en las redes de unos pescadores, volviendo a su morfología habitual,

“Sentí a la parte que de pece tenía detrimento y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora duquesa y a su marido que, por amor de Dios, me hiciessen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido; y dándoles cuenta del detrimento que sentía, holgaron de lo hacer. Y fue acordado que diessen pregón en Sevilla para que viniessen a ver mi conversión, y en una plaça que ante su casa está, hecho un cadahalso, porque todos me viessen allí, fue juntada Sevilla; y desque la plaça se hinchió, por calles y tejados y terrados no cabía la gente. (…)

“Pues puesto en el cadahalso, y allí, tirándome unos por la parte de mi cuerpo que de fuera tenía, otros por la cola del pescado, me sacaron como el día que mi madre del vientre me echó, y el atún se quedó solamente siendo pellejo. Diéronme una capa con que me cobrí, y el duque mandó me truxessen un vestido suyo de camino, el cual, aunque no me arrastraba, me vestí, y fui tan festejado y visitado de gentes, que en todo el tiempo que allí estuve casi no dormí, porque de noche no dexaban de me venir a ver y a preguntar, y el que un rato de auditorio comigo tenía se contaba por muy dichoso…”.

Tras este renacimiento un tanto blasfemo, entre Jonás y el símbolo crístico del pez, Lázaro, hecho hombre, vuelve al “territorio comanche” de nuestra picaresca, entre Sevilla y Salamanca…

Si os preguntáis porqué precisamente se convirtió el pícaro en atún (la mayoría, descreídos de lo imaginativo y literario lo asumirían como una simple y aleatoria barrabasada más, pero no vosotr@s, mis querid@s Extrañ@s), he encontrado una curiosa relación entre pícaros, atunes y… la tuna (!!) en http://www.tunaempresariales.uji.es/historia2.htm

Tuno sería, en efecto aquel que lleva una vida parecida a los atunes, "vagamunda y holgazana", como los antiguos estudiantes, incluidos entre la caterva de pícaros a los que se dirigían las Instrucciones contra Vagos y Maleantes, tal y como señala Fray Martín Sarmiento en su De los Atunes y de sus Transmigraciones y sobre el Modo de Aliviar la Miseria de los de los Pueblos (!!):

"Los atunes no tienen patria ni domicilio constante, todo el mar es patria para ellos. Son unos peces errantes y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí y a tiempos están allí. Y si por imitación de los atunes no se formaron las voces tuno, tunante y tunar de la voz atún o del thunnus latino, no se puede negar que los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, sin domicilio constante y conocido, sin oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma”.

Por lo demás existía en la tradición francesa un Roi des Thunes o Rey de los atunes, jefe de los vagabundos franceses, a quien se dio el apelativo original de Rey de Túnez en memoria del Duque del Bajo Egipto, jefe de los gitanos cuando sus bandas llegaron a París en el año 1427…

De ahí vendría la sorprendente metamorfosis de una de nuestras más emblemáticas figuras literarias en vulgar Thunnus (atún calvo… claro).


lunes, 20 de abril de 2009

Exhibición de Atrocidades



J. G. Ballard ha sido abducido por sus propias pesadillas. En los últimos meses estaba redactando el proceso de su cáncer terminal, máxima frontera del espacio interior en el cual siempre había buceado.


En el vasto panorama de su proteica y teratológica galería mental es sin duda la Exhibición de Atrocidades la obra que mejor merece el título de Increíblemente Extraña Cum Laude. Publicada en el Reino Unido en el año de gracia de 1970 (la edición americana, titulada Love and Napalm: Export U.S.A. sólo saldría dos años después), se trataba de un Ovni literario incluso en el contexto de los prodigiosos seventies, tan dados al experimentalismo y la transgresión. Ballard recogía en sus “novelas condensadas” (troceadas en secciones de densos párrafos, herederos de los cut-ups del gurú beat William Burroughs, prefacista por lo demás de la Exhibición) textos radicales ya antes publicados en la constelación fanzinerosa de la Nueva Ola de la Ficción Especulativa británica.

El “protagonista” (cuyo nombre, al parecer inspirado en el enigmático novelista Traven, autor del extraño Barco de la Muerte, cambia en cada nuevo capítulo) es un trasunto arquetípico de la obra de Ballard, declaradamente obsesiva y circular. Psiquiatra rendido paulatinamente a la psicosis reconfigura maniáticamente los grandes eventos de la década de los 60 (el suicido de Marilyn, el alunizaje del programa Apolo y sobre todo el asesinato de Kennedy) en un “espacio interior” corroido por el discurso mediático y la proliferación de la “iconosfera” contemporánea (junto a Burroughs podríamos situar a Marshall McLuhan como la otra influencia clave de la obra).


Su mujer, a la que ha asesinado (como Burroughs himself y contrariamente a Mary Ballard, fallecida accidentalmente en 1963 en la localidad de… Alicante!), muere y revive innumerables veces mientras Marilyn le acompaña en un viaje suicida quemada por extrañas radiaciones nucleares (la Bomba rige, omnipotente, sobre toda la década y especialmente sobre Ballard) y los espacios “exteriores” contaminan víricamente el “interior” de la psique… e inversamente, más allá de las referencias surrealistas (Magritte y Dalí han tomado posesión del continuum espacio-temporal, monstruosos profanadores no sólo de cuerpos sino de ideo-cosmos y socio-cosmos) naufragadas por los párrafos de la obra.

El surrealismo ha muerto puesto que hemos entrado en la esfera de lo hiperreal. Los paisajes destrozados del Shangai ocupado le enseñaron desde la infancia que “la realidad misma es un estado que puede ser desmantelado en cualquier momento, no importa cuán magnífica pueda parecer". Los gepetos radiados de Hiroshima y los cuerpos de los crematorios nazis han vuelto inevitablemente obsoletas las anamorfosis dalinianas.

Pero, entonces,


¿Porqué quiero follarme a Ronald Reagan?


Reagan, por entonces gobernador de California (como nuestro patético Schwartzie), candidato a las presidenciales de 1968 (demasiado pronto, Ronald, aún habría que esperar a que la oleada libertaria se pegara la Gran Hostia), fue para Ballard una revelación, la llegada de un nuevo fascismo, el de los “políticos mediáticos” (el antiguo, en realidad, ya lo era, como Ballard bien sabía, pero en plan aún un poco “artesanal”). La presidencialidad del actor de serie B (y coleguita de la mafia, como se sabría después para confirmar, por si cabiera duda, su carácter totalmente ballardiano –o dickiano, pues Dick y Ballard constituyen la doble hélice de nuestro enfermizo ADN) presagiaba el salto final hacia la Hiperrealidad Terminal, basado en la superjodida psicosexualidad creada por los media.


El texto analizaba fría, tecnocráticamente, el efecto sexual del “show” reaganiano (“en tests colectivos la cara de Reagan era uniformemente percebida como una erección penil”; “los speeches de Reagan pasados a cámara lenta producen un marcado efecto erótico entre los niños espásticos”, etc.). Lo más escalofriante fue que diez años después la Convención Republicana de San Francisco distribuyó el texto de Ballard como prueba del “sex appeal” subliminal del candidato… y el resultado electoral confirmó sus premisas!!


El camino estaba preparado para la Tercera Guerra Mundial, y no sólo en la mente del Doctor Traven, o Talbert o Travis…



ps. http://freaklit.blogspot.com/

miércoles, 8 de abril de 2009

Atmofitas de Ignis



Una de las obras más desconcertantes de la singular Edad de Oro de la anticipación (antes de que Gernsback bautizara el género de la ciencia-ficción) que fue la Fin de Siècle es sin duda la Increíblemente Extraña Ignis del misterioso conde de Chousy. Nada se sabe del tal Chousy y sólo nos queda de él, a modo de juego de pistas borgesiano, una carta ditirámbica al creador de la Eva futura, el también Extraño Villiers de l’Isle-Adam, hasta el punto que algunos eruditos especularon que en realidad se trataba de una broma del propio Villiers, inventándose un heterónimo para firmar otra de sus desopilantes sátiras anti-tecnológicas. Pero encontramos también su nombre en la dedicatoria del poema de C. Cros (otro Increíble Extraño, cómo no) “Sultanerie”, publicado en la revista emblemática del movimiento hidropático L'Hydropathe del 19 de febrero de 1879.

Sea quien fuere de Chousy, el caso es que su única obra es un auténtico meteorito en la órbita de lo “maravilloso científico” anunciado por los Goncourt. En ella asistimos al proyecto del excéntrico y erudito Lord Hotairwell de perforar un gigantesco pozo en Irlanda hasta llegar al legendario “fuego central” de la Tierra, fuente prodigiosa de energía. Sabiendo que el Lord había ya propuesto arrancar Inglaterra de la corteza terrestre para transformar la isla en portentoso navío, no nos hemos de sorprender.

El caso es que, ni corto ni perezoso, ayudado por un matemático absolutamente loco (sospechosamente cercano a nuestro querido Lewis Carroll) y de un ingeniero enano presentando un agudo caso de perforomanía (desviación que se le escapó al contemporáneo Sigmund Freud, siempre tan atento a ese tipo de detalles), el Lord se pone a edificar la ciudad utópica de Industria-City, salvando todo tipo de obstáculos (desde los sabotajes de los militares alemanes hasta los suicidas proyectos de destruir la Tierra de algunos de los propios ingenieros).

Para ello inventarán los extraños Atmofitas, « hilotas de vapor » que prefiguran los robots que iban a inundar el género a partir de los años 20 (el término, como es bien sabido, será introducido por Karel Capek, jugando con el término checo robota o trabajo servil). Extremadamente dóciles en un principio, los esclavos mecánicos terminarán, cómo no, por rebelarse contra el régimen “pantopantárquico” (reino de todos sobre todos) de Industria, anunciando también otro de los más célebres topoï que iba a terminar, como quien dice, hasta en la sopa. Se genera así un cuanto menos absurdo debate en el Parlamento (al cual sólo son admitidos especimenes cuyo cerebro pesa más de dos libras) sobre la nueva “cuestión social” presentada por la “plebe de metal”…

Luego asistimos a las maravillas de la “Confortable City”, parodia feroz del utopismo positivista a lo Julio Verne, característico de la burguesía finisecular (y de la otra también). Autómatas en todo momento vigilados por el telectroscopo de Lord Hotariwell, los habitantes de Industria disfrutan del telecromofoto-fonotetroscopo, anticipación de todos los inventos en telecomunicaciones posibles e imaginables (más o menos viene a ser como los hologramas de la saga intergaláctica de Georges Lucas) hasta el día en que se produce una inverosímil hecatombe… la rebelión de las telecomunicaciones contra sus usuarios… en 1883!!

Liderados por “una especie de elefante armado de una maza incrustada en su trompa”, martillo de 200 mil kilos, las Máquinas electrocutan a los parlamentarios mientras los habitantes de la ciudad son despedazados y sometidos a todo tipo de tecno-suplicios delirantes…

Algo que tendría que haber abierto a de Chousy las puertas del Panteón de la Ciencia-ficción, pensaréis. Pues no. A pesar de haber sido “coronada por la Academia francesa”, Ignis pasó por completo desapercibida hasta que nuestro Maestro indiscutido Pierre Versins la exhumó. Por lo demás, como bien sabéis los más conspiranoicos, el negocio editorial de la ciencia-ficción está bastante controlado por el complejo militar-industrial yanqui (o cuanto menos por el complejo editorialo-periodístico yanqui), poco interesado en todo lo que no es anglo-sajón, sepultando siglos de anticipación europea bajo una pesada losa de silencio.

En todo caso nosotros le abrimos las puertas de nuestro Panteón Increíblemente Extraño y esperemos que se quede tan a gusto.