jueves, 14 de mayo de 2009

Baldus



Una de las obras más Increíblemente Extrañas de la literatura renacentista (e italiana en su conjunto) es la gigantesca saga “macarrónica” del singar Teófilo Folengo.


Nacido un año antes del descubrimiento del Nuevo Mundo en un suburbio de Mantua, Teófilo entró a los 16 años en un convento de Benedictinos, del que se piró a los 20 con una mujer a la que había seducido. Arrestado por las autoridades pontificias, encerrado durante varios añitos, prosiguió una vida de mendicidad por la Italia aúrea de Maquiavelo y compañía-


Su hermano, el filósofo Juan, le trajo de vuelta a su convento, dándole unas buenas chapas que luego publicó en un Tratado de Moral y de Teología donde contrastaba su heroico combate contra las pasiones con los errores amorosos de su díscolo hermano. Contento, tras todas las movidas por las que había pasado, de calentar su culo en el aburrido convento, Teófilo se dedicó a rememorar nostálgicamente sus aventuras que ya habían dado pie, en 1517, a una epopeya bufa ciertamente singular, publicada en Venecia bajo el pseudónimo de Merlinos Cuqus (Merlín el cocinero).


Parodiando así desde el propio pseudónimo, como Luigi Pulci, las novelas caballerescas que tanto fascinaban aún a aristócratas y villanos, Teófilo creó el género “macarrónico”, es decir, escrito en un idioma inventado que mezcla palabras del dialecto original del autor con la sintaxis y los prefijos y sufijos latinos. El término vendría ya de antes, aludiendo a un personaje que fabricaba macarrones ( !!) en una historieta del trovador Alione d'Asti.


Así la historia comienza con el rapto de Ralduina, hija de Carlomagno (nada menos) por Guy, descendiente del famoso Renaldo de Montalbán, que se la lleva, disfrazados de mendigos, a casa de un campesino (Bertus Panada) en un pueblucho italiano, antes de partir a la conquista de algún que otro principado. La pobre Ralduina la palma al dar a luz al pequeño Baldus, de fuerza extraordinaria, que crecerá ignorando su ilustre origen, nutrido de fábulas caballerescas por su campechano tutor, junto a simpáticos compañeros como el gigante Fracasso, descendiente de Morgante (y prototipo del Gargantua de Rabelais), Falchetto y el sutil Cingar, ladrón de iglesias y de todo lo que se le ponga por delante.


Tras cantidad de gamberradas que constituyen una pequeña epopeya campesina y popular (entre las cuales cargarse, literalmente, al macho alfa local) Baldus termina en la cárcel, de donde le saca Cingar, disfrazado de confesor. Empiezan así años de errancia dignos de las aventuras más caballerescas: exterminio de brujas que tenían trato carnal con el propio demonio, masacre de corsarios, expediciones a las lejanas fuentes del río Kû –de culo, claro- en África, peleas con extrañas criaturas anguiloides y ballenas, el encuentro in extremis con su padre, que se ha hecho ermitaño y le predice un futuro glorioso y, por fin… la visita a los mismísimos Infiernos.

Allí terminan por llegar a una gigantesca calabaza (para los que os preguntábais dónde se escondían las criaturas del Bosco en la literatura) donde se encuentran, torturados por diablillos arrancadores de dientes, con una cantidad de charlatanes, desde los astrólogos y nigromantes hasta los propios poetas, en cuya compañía decide quedarse el propio narrador (¡!!), despidiéndose de Baldus y deseándole buena suerte en algún otro libro…


Más allá de la parodia y de la invención verbal, Teófilo aprovechó (como un siglo después nuestro genial Manco) para decir unas cuantas verdades sobre la religión, la política, las ciencias, los papas, los reyes, los curas y el pueblo de la época… Así arremete (como era tan propio de la época) contra las órdenes mendicantes en violentas sátiras (el octavo canto es un catálogo de los habituales vicios frailunos, de la pereza e ignorancia a la avaricia, la glotonería y la lascivia ilimitada, sin cesar alimentada por ejércitos de meretrices) que van hasta la escatología y la discreta blasfemia


Así uno de los personajes que se cruzan con Baldus le comenta que había abierto un pequeño albergue a la entrada del paraíso… lo cual resultó ser una idea catastrófica (algo que da que reflexionar en estos tiempos de crisis): se tiró cuarenta años sin apenas clientes…

“Si llegaba alguno era algún cojo, o jorobado, tuerto o ciego. Pocas veces he visto papas, reyes, duques, ni señores, marqueses, barones, de esos que llevan mitras o atuendos cardenalcios. Si alguna vez veía llegar algún procurador, algún avogado o notario, no creyendo a mis propios ojos, me exclamaba: “Milagro!”…


Satirizando, como Erasmo y Lutero los cultos a las reliquias, Folengo evoca el sacrosanto cuchillo de san Brancat, que resucita a aquellos a los cuales ha contribuido a cortar el pescuezo… Hasta las pelotas también de la escolástica, reserva un digno lugar en los Infiernos a los adeptos de Alberto el Grande y el Tomás de Aquino, “fuente permanente de población infernal”…


Prefigurando la moda postmoderna de la metaficción, el narrador se cachondea constantemente de su lector. En el libro 22 Merlino introduce incluyo una pequeña autobiografía (o, más precisamente, auto-ficción al tratarse de un ente imaginario) donde refiere su infancia entre la familia Folengo (la de Teófilo, claro), mezclada con las confesiones de todos sus personajes (!!), inclusive los numerosos híbridos (que, prudentemente, no tienen que confesar lo que hicieron sus órganos bestiales…).


El imaginario sexual también es cuanto menos sorprendente. Así la nariz de Cingar se ve encantada, logrando fantásticas y freudianas proporciones, apaleada por dos invisibles efebos (¡) invocados por Seraphus, el doble malicioso de Merlino. Tan desigual combate en torno a “la verga” de Cingar, explícitamente aludida en una de las habituales y verborreicas listas de la obra (umido mucrone, fral cannuccia, mirabil Vermo, etc.) es seguido, en el libro 23, por la transformación de un tal Boccalo en un asno apuleico que se identifica con la virginal Io, violada por Zeus… Con lo que la temática gay (tan habitual en la subcultura goliarda) queda bastante clara… hasta el punto que el nuevo asno trata de montar al propio Baldo, que asiste, invisible, a su flagelación por órdenes de la malvada reina Culfora (¡!)…


La crítica decimonónica vio en todo esto la señal de una mentalidad revolucionaria nutrida de odio implacable contra las clases dominantes y toda forma de tiranía, mientras que la visión actual, nutrida de las teorías carnavalescas de Bajtín y las teorías relativas a la cultura popular de la época, nos muestra la complejidad de aquellos auténticos “outsiders” del Renacimiento, clérigos desclasados que unían la erudición humanista con la jocosidad y la mala leche de los oprimidos.


Aunque también hay algunos hermenéupatas que ven en el Baldus una autobiografía velada, regida por recuerdos de abusos sexuales infantiles… a manos de los frailes.


(No es coña, ved sino

http://www.teofilofolengo.com/Docs/Allegorical_Reading_4_13_09.pdf)