lunes, 22 de febrero de 2010

Corrupción de las costumbres (1911)



“No soy yo, por mi edad ni por mis circunstancias, intolerante ni búho; pero, con todo, es cosa clara a mi ver, que hemos llegado a una época de grande corrupción de las costumbres. Las costumbres modernas, mayormente las costumbres de las ciudades populosas tiranizadas por la moda y por las exigencias y complejidad de la vida de este siglo, hay que reconocer, francamente, que no tienen nada de patriarcales. La frivolidad de todo se adueña. Los vínculos familiares, sino se desatan a menudo, cuando menos suelen estar harto flojos. Ningún empacho siente la más recatada y linajuda dama de mezclarse y arrimarse a la meretriz elegante y pomposa, en casinos, teatros, paseos y otros lugares públicos. Confieso a usted que, a veces, no sé distinguir bien una duquesa de una ramera, y temo cometer indiscreciones y pifias harto enfadosas tomando a unas por otras; tal es el parecido en trajes, modales, y otros ademanes y apariencias, entre muchas damas y muchas prostitutas. Particularmente de los trajes que usan las mujeres en el día, lo mejor será no hablar: en pocos años hemos avanzando tanto en esto del traje femenino que lo de llevar al aire a todas las horas, cuello, pecho y brazos, usar corpiños y medias caladas y faldas ajustadísimas (…) es ya tan corriente que nadie se asusta como no sea sujeto pacato y bobo. Las incitaciones que de suyo tiene el vicio las aumentamos con otras atracciones, tan bien combinadas y disimuladas que hacemos del vicio la cosa más agradable y más amable del mundo. La obscenidad, mejor que se respira, diré que se masca, aun en plena calle y en pleno día, a ciencia y paciencia de las gentes y no hay más que dar un par de vueltas por la calle de Alcalá, de Madrid…”

Enrique de Benito, 1911