domingo, 9 de mayo de 2010

El Chocheras




¿Cómo están ustedes ?

BIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN

¿Queréis más extrañezas finiseculares ?

SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII

Pues ahí va una de uno de mis Extraños predilectos que, por razones del azar y de su ocupada agenda póstuma (aún tienen que redescubrirlo los ladrones de cadáveres universitarios), ha tardado en personarse en este blog.

Él es Dubut de Laforest, al que podríamos llamar sin temor a la hipérbole el Zola de lo Increíblemente Extraño.

Y es que el Dubut se cascó una monumental saga de treinta y siete novelas (en realidad la recopilación de todas sus obras anteriores) que llamó, sin comerse demasiado el tarro, los Últimos Escándalos de París (1898-1900).

Si ya a Zola le llamaron (sus propios colegas, bueno desde que dejaron de serlo, claro) “El gran fecal” por su fascinación por lo sórdido y abyecto, Dubut se llevó la palma del cropo-naturalismo y la perversión textual.

Basta echar una breve ojeada a cualquiera de sus páginas para encontrarnos con un universo barroco poblado por ninfómanas, sátiros (a lo Marou), homosexuales, lesbianas, morfinómanos, prostitutas, proxenetas, asesinos, sádicos, masoquistas, fetichistas, coprófagos, mujeres fatales, necrófilos, monos e incluso (toda una primicia) inseminaciones artificiales.

Y es que Dubut estaba fascinado por las rayadas sexológicas de la época, catalogadas en plan entomologista por el Über-Extraño Krafft-Ebbing en su Psychopathologia sexualis.

En la obra que hoy nos ocupa se trata de un estudio psicopatológico y muy sexual del viejo chocho.

Le Gaga, en gabacho, que es más rítmico y divertido…

un momento, me diréis, ¿no será como una tal Lady…?

¿Quiere entonces decir que su nombre… es Lady Chocho?

Corred a vuestros móviles y portátiles, difundid el scoop…

Lady Gaga es también una extrañonauta de las nuestras.

Y tiene nombre de aparato genital…

Pero volvamos a nuestro Gaga original…

No se trata de cualquier tipo de viejo chocho, claro. El viejo chocho y pervertido. Chocho por pervertido. Y no al revés, ojo.

“Son miles los hombres que se derrumban antes de tiempo. Todos estos viejos chochos, víctimas de su inactividad, están atenazados por la muerte; y si la muerte tarda y si manos acariciantes, dedicadas y fieles no les protegen, todos estos chochos caen, una noche u otra, bajo el peso de la ley y terminan en las colonias penales o en los asilos de alienados”…

El viejo conde Jacques de Mauval, retoño de « una de las más ilustres familias francesas », es un viejo sátiro, en el sentido clínico de Merou, “el viejo enamorado padecía satiriasis, esa neurosis que es, para los hombres, lo que la ninfomanía es para las mujeres”

El Gaga es ante todo, dirá Dubut en el célebre proceso por obscenidad que provocó su libro, “un libro de ciencia. Para convencerse basta ver el lugar que ocupa la historia de la enfermedad, las páginas dedicadas a la decadencia romana, los relatos sobre íncubos y súcubos, las observaciones puramente médicas relativas a los neurópatas, los chochos y los satiriásicos [sic]…”

Toma ciencia, como diría Rogelio (la marioneta. NOTA: Oscura referencia arqueológica a viejos programas tele-infames).

El chocheras que da título a la obra es un senador chocho y sádico casado con una mujer amantísima, una de esas santas del hogar dispuesta a toda para complacer a su infame marido.

A todo. De ahí el proceso por obscenidad.

A los jueces pareció gustarles especialmente una escena un poquito subida de tono (incluso para 1885) donde la mujer se presta a las abyectas fantasías del viejo monómano, con el loable propósito de tratar de curarlo…. Y devolverlo al lecho conyugal y a la virtud!!

Chocheante a golpe de satiriasis, el viejo senador ya casi no puede ni hablar…
“Su voz no era ya más que un farfulleo, una serie de frases perdidas entre sofocos y gargarismos…. Mascando las palabras en un ruido de ferretería, entrecortado por los silbidos de una vieja locomotora descuarinjada y casi acabada…”
Vemos que en cuestión de lirismo, el Dubut no tiene parangón… y el descuarinje parece más de la frase que del viejo chocho…

La escena se vuelve totalmente hilarante cuando en el capítulo VI Mauval tiene que dirigirse al senado, siendo sólo capaz de articular lo siguiente:

“Me- essieurs Mé-é-é-é-essieurs é-é-é-é-é-essieurs...”

hasta que “ya ningún sonido salía de su garganta”

Y todo por darle tanto a la minga.

Claro que es un neurópata.

“Tout s’explique”, como dicen nuestros vecinos.

Para más “ciencia”, Dubut añade al final de la novela una serie de fantasías eróticas del viejo chocho, así a modo de documento psicopatológico. Como haría poco después, en su pequeño gabinete vienés, el joven Sigmund Freud.
Sólo que las guarradas del viejo chocho, por muy científicas que le parecieran a Dubut, no dejaban de ser soberbias guarradas.

Y los jueces, que no eran tontos, se pisparon.

Pero el gaga y su santa esposa no son los únicos colgados de este retablo tremendista (sí, los franceses también son tremendistas, antes, más y mejor que nosotros).

Está el “amigo” del conde, el sadiquísimo marqués de Sombreuse, artífice de su ruina, quien “se arrojaba sobre sus amantes de paso como los grandes monos se arrojan sobre las hembras de los salvajes de América [otra vez el Dubut con sus sinpares símiles!] y, como éstos, capaz de matarlas si se le resistían…”

De hecho, como para ilustrar esta idea, terminará cargándose a su chacha y… a su mono.

Porque resulta que también hay un mono (no sólo de símiles vive el mono…). Y no un monito cualquiera…

Uno de esos monos decadentes que tanto nos gustan. Se llama La Hire y es una especie de eslabón perdido, “supermono” antorpomórfido que recuerda al Hémo de Dodillon, publicado precisamente ese mismo año (vale que la decadencia fuera simiófila y para-darwiniana pero aquí huele un poco a plagio).

Supermono (éste será el título de otra novela extraña de Edme Tassy) o subhomre, La Hire tiene la “talla de un bello caballero francés”, un hocico “poco proeminente, cuyo ángulo no parecía más oblicuo que el de un negro, confiriéndole sorprendente parecido con un humano”… cómo no, hemos reconocido el racismo ordinario de la Europa imperial.

De hecho, por si no quedaba claro, La Hire tiene a su servicio a… un negro!
“En los días más bellos, Jack Novar venía a deshacer la cadena de plata que mantenía al mono junto a su cocotero y ambos, el negro y el animal, como buenos amigos, similares de aspecto y de cara, bajaban a darse una vuelta por el jardín…”

Qué cabrón el Dubut. Lo peor es que en aquella época esto era lo que pensaban, sin pizca de ironía, la inmensa mayoría de los “bienpensantes” europeos.

En el banquete final ofrecido por el marqués de Sombreuse, mezcla alucinante de extrema civilización y extrema barbarie, habrá también un indígena de Tierra-de-Fuego, sacado del Jardín de aclimatación donde estaba expuesto (práctica corriente de las grandes capitales metropolitanas) para mayor recogijo general.
Cuando el banquete degenera en orgía, serán precisamente el mono y el indígena quienes se disputen los favores de… una africana.

Los dos protagonistas de esta fricada se encuentran al final de la orgía cuando el “chocheras” contempla, “saltarineando sobre los cuerpos apelotonados de hombres y mujeres, su pariente y amigo La Hire, el mono riente, rey de la naturaleza”…

Unidos a medio-camino entre la regresión del chocheras al estado animal y la elevación friqui-darwiniana del mono al estado social.

En la nueva escalera evolutiva la regresión del Homo-deus al Homo-sinicus es ya un hecho consumado.

Quizás por ello el extraño Dubut decidió, en pleno apogeo de su éxito, volarse la cabeza en 1902.

sábado, 8 de mayo de 2010

Rabia carnal




Ya os hemos hablado en estas páginas de algunos Libros Increíblemente Extraños de la extrañísima Fin-de-siècle que tanto nos flipa (sin duda por lo mucho que a la vez se nos asemeja y que nos es ya ajena).

Pues bien, quizás la que se lleve la palma del malrollismo y la abyectomanía naturalista es la Rabia carnal (Rage charnelle) del belga Jean-François Elslander (1890).

En esta "novela naturalista" (así reza el subtítulo, por si no nos coscamos) nos presenta a uno de esos palurdos degenerados que tanto gustaban a Maupassant, Zola y compañía (por no hablar, en nuestros lares, de Felipe Trigo o Pinillos, sobre los que os tendré que contar algunas extrañezas en algún otro momento).

Se llama Marou y es leñador y cómo no cazador furtivo. Es también un jodido obseso sexual.

Y una de sus obsesiones es la joven y virginal Madeleine, la hija de su ex amante, ya fallecida.

Un día, en la torre derruída que les sirve de cobijo, se propasa y ella huye.

El la busca, enloquecido, or un paisaje que bien podría ser, más que la campiña belga, el trasunto del propio Infierno, a mil leguas de cualquier idilismo pastoral.

Una noche la encuentra, la viola y la mata.

Luego se la lleva cual animal salvaje, arrastrándola por los matorrales hasta una cueva.

Allí, aún más loco si cabe, pasa días y noches (esto es docenas de páginas bastante indescriptibles) profanando el cadáver hasta que, destruído por su fervor bestial y su carencia de alimento (nuevo y necrófilo Quijano que de mucho... y poco... enfin, creo que queda claro, no?)

Y como decía Porky al final de los dibujos de la Warner, "eso es... eso es to... eso es todo amigos"

Os podéis imaginar, tras ver el vuestro en el espejo, el careto que se le quedó a la peña que leyó esta rayada en 1890.

Marou radicaliza la idea naturalista del hombre regido por la tiranía genética de sus instintos, pasándose, como quien dice, tres pueblos.

Si Charlot se divierte nos presentaba el caso clínico del destajismo onanista, la "rabia carnal" de Marou ejemplifica lo que los sexólogos de la época llamaban, en sus latinajos habituales (igual que ahora se angliciza todo para quedar profesional) la "satiriasis".
Y si pensáis que quizás al Eslander se le ha ido un poquito la mano, bastan con echar una ojeada a uno de los numerosos tratados "satiríasicos" de la época para daros cuenta de a donde os pueden llevar los excesos de "rabia carnal":::

Así leemos en el "Tratado práctico de las enfermedades nerviosas" de Claude-Marie-Stanislaus Sandras y Honoré Bourguignon:

"los organos genitales están excitados, calientes, en acción continua. La verga esté en erección violenta; no solo están duros y llenos los cuerpos cavernosos, como en el priapismo; el canal de la uretra y sobretodo el glande están hinchados y duros. Esos órganos están así en tensión durante horas y días y, si vienen a apaciguarse por un momento, se despiertan a la menor excitación.
Un pensamiento, un olor, una visión, la cercanía de una mujer son suficientes para que el paroxismo empieze de nuevo. En este estado algunos hombres repiten el acto venéreo de manera increíble. Los autores citan ejemplos escalofriantes. He curado a un enfermo que todas las noches reemprendía el coito con su mujer al menos doce o quatorce veces, y cuando ella se negaba a tan penosa fatiga, él se masturbaba a su lado. Esos excesos terminaron, en este caso, por una tisis pulmonar tuberculosa de las más agudas. El desdichado había sufrido durante meses la enorme perdida que su satiriasis implicaba. Los ejemplos de cincuenta, sesenta e incluso setenta coitos completos en veinticuatro horas que los autores describen han sido todos casos de satiriasis aguda"...

Más específico, el Diccionario de medicina y cirugía práctica de Gabriel Andral explica que:

« Tranquilo o furioso, según el paciente, este delirio monomaníaco viene acompañado de fiebre ardiente: la cara se vuelve roja, los ojos brillantes, y la sobre-excitación del encéfalo complica varias funciones de la vida nutritiva; la boca, dicen los autores [siempre los mismos, misteriosos y ausentes!], deja escapar una bava espumajeante; el enfermo exhala un olor similar al de los animales en celo y tan sólo busca satisfacer su rabia amorosa sobre un objeto cualquiera. Si encuentra alguna resistencia empleará todos los medios para superarla. Así un soldado de Montpellier se precipitó sobre una joven y la violó públicamente... “

Así que, por lo que vemos, Eslander no iba tan mal encaminado en su “estudio clínico”.

Y respecto al tema un tanto chocante del abuso póstumo, no hacía más que imitar al abanderado del Naturalismo belga, el gran Camilla Lemonnier que en Un macho (Un mâle) nos presentaba una escena de corte inverso, esto es, a la joven P'tite (esto es Pequeña) satisfaciendo sus "aviesos deseos de virgen" sobre el cadáver de... un cazador furtivo!!

Pero ahí donde Lemonnier se quedaba en una mera alusión, Elslander se recrea a ojos vistas siguiendo las elucubraciones cada vez más repugnantes de su "héroe".

De hecho, anticipando técnicas novelescas de lo que se dio en llamar la Nueva Novela, consigue aquí un exceso de realismo o sobre-realismo que se convierte en delirio casi fantástico.

El libro, como os podéis imaginar, fue interceptado por la Justicia tanto en Francia como en Bruselas y curiosamente (lo cual demuestra lo falso que es suponer una censura puritana de la que nosotros, los más guais, nos habríamos emancipado) absueltos.

Es más, la revista de Edmond Picard L'Art moderne saludó la obra como "una de las más curiosas publicadas en los últimos tiempos [y tanto] y [al loro] fecunda en auténticas bellezas de estilo (!!!!)"

Elslander, que debía de ser un poco rarito, reincidió en la temática macabra en sus cuentos recogidos bajo el simple y efectivo título de Cadáver (1891). En él tenemos desde una historia de matricidio con uno de los sádicos más sádicos del sadiquísimo fin-de-siècle hasta una historia de un cadáver putrefacto que poco a poco obsesiona a su involuntario asesino

Y ahora, como colofón, el detalle quizás más inquietante de toda esta historia.

Jean-François Elslander fue sobre todo conocido por sus libros de pedagogía, con títulos influyentes como La educación desde el punto de vista sociológico (1898) o, ya mucho más tardía, La infancia liberada (1948)…

¿Acojona, no? Si hasta suena como Freinet… ya decía yo que los pedagogos…

En un pequeño texto teórico sobre “la vergüenza de ser uno mismo”, quizás haya desvelado un poco de su bipolaridad nuestro elusivo e inquietante pedagogo:

“En realidad, sean cuales sean las apariencias, siempre estaremos en rebelión contra las leyes de la moral y de la sociedad, y cuando las acatamos es porque se nos imponen a la fuerza, fuerca convencional o ficticia, fuerza social real. Claro, hay en nosotros un convencimiento más o menos razonado, más o menos poderoso, de la necesidad de nuestra sumisión; pero también sentimos que se oponen a menudo a nuestras necesidades y deseos. Y actuamos de un modo u otro según los casos...”