lunes, 10 de noviembre de 2008

Don Manuel de Poictesme



Una de las obras más inclasificables, por lo Increíblemente Extraña, de la Fantasy norteamericana es sin duda la inmensa saga de James Branch Cabell Biografía de la vida de Don Manuel. En sus 25 volúmenes –escritos entre 1905 y 1927- seguimos la vida, ilusiones y decepciones del héroe epónimo, guardián de cerdos que poco a poco asciende hasta el rango de conde de Poictesme (provicincia ficticia de Francia, entre Poitiers y Angoulême) así como de sus descendientes físicos o espirituales (!) a través de varias generaciones (y con varias rarezas temporales, desde reencarnaciones hasta inmortalidades…).

Una estructura común une las distintas obras, según el autor: "La comedia siempre es la misma. En el primer acto el héroe imagina un lugar donde la felicidad existe. En el segundo se encamina tras ese objetivo. En el cuarto se queda corto o lo que viene a ser lo mismo consigue lograrlo sólo para darse cuenta de que la felicidad queda un poco más allá todavía…” Lo cual redunda en una relectura irónica del moto del propio Manuel, Mundus Vult Decipi (el mundo quiere ser engañado), pues los propios héroes, manipuladores de sus coetáneos, vagabundean por el tiempo y el espacio persiguiendo ilusiones.

La novela más conocida (digamos mejor la única conocida) de la serie es la octava, la simpar Jurgen (1919). Prestamista cincuentón, Jurgen se hace un día el abogado del diablo ante un monje. Agradecido, el propio Satanás se le aparece y le ayuda a deshacerse de su mujer, Dama Lisa, excesivamente chismosa. Pero el remordimiento lanza a Jurgen en busca de su mujer y juventud perdidas. Rejuvenecido por un nuevo milagro, dotado por el centauro Neso de una camisa mágica y una sombra que apunta sus mínimos gestos y palabras, se lanza a una serie de aventuras predominantemente eróticas, marcadas por el feliz amoralismo que iba a triunfar en los locos años 20.

Siguiendo un meteórico ascenso similar al de su ancestro Manuel, elevado a duque, príncipe, emperador y papa, Jurgen se va cansando de trajinarse a la insaciable Anaitis, se casa con una curiosa hamadríade (!), o silfa arbórea, se enrolla con la Bella Helena de la mitología –aquí doble fabuloso de su amor de infancia, Dorothy la Deseada- y hasta con una vampiresa bastante deslenguada en el fondo del Infierno. En el Paraíso, le enseña las matemáticas a Dios mientras discuten de metafísica. Al final del dantesco y faústico perilo que alterna irónicamente personajes de la mitología cristiana con héroes antiguos y fábulas medievales, Koschquei, nuevo Mefistófeles, le devuelve su antigua identidad y su mujer.

Curiosamente esta “comedia de la justicia” que redunda en una apología de la monogamia fue considerada obscena por la Sociedad neoyorquina de lucha contra el Vicio y le valió al autor un sonado juicio que, como suele ser el caso, le confirió una extraordinaria (si efímera) fama internacional.

Dandy marcado por la cultura “fin-de-siècle” de su adolescencia, Cabell había ya vivido envuelto en el escándalo, desde su expulsión del College de Virginia (que ahora, irónicamente, se honra de albergar sus obras en la biblioteca a la cual da nombre) por su relación “demasiado íntima” con uno de los profesores, hasta su supuesto asesinato del amante de su madre.

La extraña versión cabelliana de lo que se daría en llamar la “fantasía heroica” o “espada y brujería” debía más al Simbolismo descabellado de Lord Dunsany o de William Morris que a los pulps que empezaban a conquistar el mercado y las mentes de América. La Mejor de las Bromas (The Cream of the Jest) retomaría así el conflicto entre el ideal erótico y la realidad –clave en la cultura finisecular- apuntado en Jurgen con la historia de Felix Kennaston, novelista de éxito que huye del tedio de la vida contemporánea gracias a los sueños inducidos por un disco mágico que descubre en su jardín. Transformado en un tal Horvendille salva a la bella Ettara a la que persigue incansablemente a través de los sueños y las épocas, desde la Crucifixión hasta el Terror revolucionario del 93. Cada vez que cree poseerla su sueño se desvanece. Hasta que un vecino le convence de que su disco mágico es sólo un vulgar tarro de cosméticos y que su mujer Kathleen, a la que tiene totalmente olvidada con tanto onirismo, no es sino la reencarnación de su soñada Ettara. La reconciliación final está aquí, contrariamente a Jurgen, teñida de tragedia, pues Felix se da cuenta de su error justo cuando su mujer muere, condenándole a la soledad.

El estilo arcaizante del autor, muy marcado por el Decadentismo y por la recuperación que hiciera Audrey Beardsley del ciclo arturiano de Thomas Malory, envejeció súbitamente con la llegada de la “generación perdida”. El perfume escandaloso de Jurgen, saboreado por contemporáneos como Mark Twain o el mismísimo Alisteir Crowley, se desvaneció como había llegado, sumiendo a Cabell en el mismo letargo encantado que sus propias irónicas y frágiles criaturas.

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