domingo, 22 de marzo de 2009

Un hijo desnaturalizado



Dentro del sangriento panorama del teatro barroco europeo pocas obras resultan tan truculentas como la desconocidísima Tragödie ven einem ungerathenen Sohn o sea Tragedia de un hijo desnaturalizado (¡y tanto!) del excéntrico duque Heinrich Julius von Brunswick.

Obispo desde la tierna edad de los dos años (!!), Heinrich asistió a sesudos debates teológicos (en latín, cómo no) desde los doce años y poco después optó por la Reforma protestante, de la cual se hizo importante artífice. También decidió cambiar la ley Sajona que regía el principado de Wolfenbüttel por la ley romana, comenzando una espantosa caza de brujas y de judíos. Apasionado por el teatro y la arquitectura hizo constuir uno en su castillo, invitando a una importante compañía itinerante del teatro jacobeo (sinónimo, como bien sabemos, de horrores y mutilaciones) para que amenizaran sus veladas con todo tipo de aberraciones.

Motivado por el descubrimiento (viendo realizadas en escena quien sabe qué inconfesables fantasías) el duque parió, entre 1593 y 1594, nada menos que once obras de teatro, cinco comedias de enredo italianizantes (cercanas a la dramaturgia, también desconocida, de su herético contemporáneo Giordano Bruno) y cinco espantosas tragedias que dejan chiquitas las barbaridades de Thomas Kyd y sucedáneos. De ellas se lleva la palma la ya citada del hijo que salió rana.

Nero (trasunto evidente del demente emperador romano), el hijo menor de un decrépito duque (¿Julius, el del propio Heinrich?), es un auténtico rayado. Tras caer en desgracia, finge arrepentirse, tan sólo para cometer una serie de crímenes que hacen de él, más que Macbeth y demás amateurs, el principal psycho-killer (literario) de la era barroca. Empieza por su propio hijo, fruto natural de un culpable coito. Y empieza por todo lo alto, como ahora veréis.

Se lleva a su vástago al bosque, donde prepara una hoguera. El chaval se huele algo e intenta huir, en vano. Como las incautas víctimas de los cuentos, el niño pregunta inocentemente qué es lo que va a a guisar su padre, ya que no se han traído nada para papear. Nero lo tira al suelo, le pone su rodilla en la boca, le abre el vientre con un cuchillo y le extrae el corazón, asándolo lentamente a la parrilla y engulléndolo después. Luego recoge la sangre en un vasito, la mezcla con vino y padentro.

El tema del corazón comido era ya un antiguo topos medieval reactivado por los rumores de canibalismo que llegaban del Nuevo Mundo y la parodia de Eucaristía remitía a las supersticiones católicas denunciadas por los protestantes. Aún así representar la escena constituía sin duda una barrabasada máxima a finales del siglo XVI.

Del bosque Nero pasa a un jardín donde se encuentra con su padre, clavándole a hachazos un taco en el cráneo. Luego, como en la mítica canción de los Doors o en cualquier vulgar matanza estudiantil de los últimos años, sigue su periplo homicida por la corte (¿de Wolfenbüttel?). Se encuentra a su sobrino sobado, estrangulándolo con una cuerda. En ese momento es sorprendido por su madre, a la que corta el cuello.
Luego alerta a todo el mundo, fingiendo inconmesurable dolor ante tamaña masacre. Lo cual le permite ganar un poco de tiempo, cargándose a su hermano y cercenando las cabezas de los tres consejeros de su padre.

En el último acto comienzan los remordimientos (¡!) y las paranoias (esto fue escrito unos diez años antes de Macbeth). Huyendo de extraños ruidos se refugia en el jardín, tumbándose un ratico. Se le aparecen los espíritus de los asesinados. Horrorizado, huye al bosque, encontrándose con los cadáveres descabezados de los consejeros que se levantan a saludarlo. Más allá se le aparece su hijo, con el corazón en una mano y el vasito de morapio en la otra (estampita crística un tanto gore). Clama venganza. El espíritu del padre también se apunta, con un hacha en la mano y el taco aún en el cráneo.

Nero huye, tropezando con el fantasma del sobrino, con la cuerda rodeada al cuello como un fantasmita nipón de reciente cuño. Vuelven los consejeros sin cabeza.
Acorralado, Nero se tira al suelo pataleando y berreando. Intenta por tres veces suicidarse, anunciando a los vagabundos beckettianos. El cuchillo se parte, el cinturón con el que iba a ahorcarse de rompe y el veneno cae al suelo derramándose.

Entonces la obra se va realmente de madre. Aparecen unos diablos apoderándose de él con alborozo y llevándose dios sabe dónde (bueno, claro que sabe dónde, igual que los espectadores). Un corto epílogo nos recuerda la moraleja de toda esta escabechina, a saber que los hijos no deben desobedecer a sus padres (!!!).
“Hija desnaturalizada” del teatro de la venganza inglés, la tragedia de von Brunswick evidencia, más allá de la oleada de horror escénico que se extendió por todo Europa, las tensiones atroces de la era de la caza de brujas (a las que, sintomáticamente, Heinrich tanto contribuyó).

Años después nuestro insólito duque moría alcoholizado en la Increíblemente Extraña Corte praguense de Rodolfo II, del que había llegado a ser consegliere particular. Podemos hacernos una pequeña idea de cuales fueron las criaturas que le asistieron en sus últimos estertores de delirium tremens.


p.s. La imagen de arriba es un gravado de la impresionante biblioteca ducal de Wolfen büttel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me parto...vete preparándote, que te voy a dejar algún comentario ácido en tus blogs
fdo.- tú colega y hermano del visitante golfo que hasta hace poco has tenido
bicos a cat