sábado, 8 de mayo de 2010

Rabia carnal




Ya os hemos hablado en estas páginas de algunos Libros Increíblemente Extraños de la extrañísima Fin-de-siècle que tanto nos flipa (sin duda por lo mucho que a la vez se nos asemeja y que nos es ya ajena).

Pues bien, quizás la que se lleve la palma del malrollismo y la abyectomanía naturalista es la Rabia carnal (Rage charnelle) del belga Jean-François Elslander (1890).

En esta "novela naturalista" (así reza el subtítulo, por si no nos coscamos) nos presenta a uno de esos palurdos degenerados que tanto gustaban a Maupassant, Zola y compañía (por no hablar, en nuestros lares, de Felipe Trigo o Pinillos, sobre los que os tendré que contar algunas extrañezas en algún otro momento).

Se llama Marou y es leñador y cómo no cazador furtivo. Es también un jodido obseso sexual.

Y una de sus obsesiones es la joven y virginal Madeleine, la hija de su ex amante, ya fallecida.

Un día, en la torre derruída que les sirve de cobijo, se propasa y ella huye.

El la busca, enloquecido, or un paisaje que bien podría ser, más que la campiña belga, el trasunto del propio Infierno, a mil leguas de cualquier idilismo pastoral.

Una noche la encuentra, la viola y la mata.

Luego se la lleva cual animal salvaje, arrastrándola por los matorrales hasta una cueva.

Allí, aún más loco si cabe, pasa días y noches (esto es docenas de páginas bastante indescriptibles) profanando el cadáver hasta que, destruído por su fervor bestial y su carencia de alimento (nuevo y necrófilo Quijano que de mucho... y poco... enfin, creo que queda claro, no?)

Y como decía Porky al final de los dibujos de la Warner, "eso es... eso es to... eso es todo amigos"

Os podéis imaginar, tras ver el vuestro en el espejo, el careto que se le quedó a la peña que leyó esta rayada en 1890.

Marou radicaliza la idea naturalista del hombre regido por la tiranía genética de sus instintos, pasándose, como quien dice, tres pueblos.

Si Charlot se divierte nos presentaba el caso clínico del destajismo onanista, la "rabia carnal" de Marou ejemplifica lo que los sexólogos de la época llamaban, en sus latinajos habituales (igual que ahora se angliciza todo para quedar profesional) la "satiriasis".
Y si pensáis que quizás al Eslander se le ha ido un poquito la mano, bastan con echar una ojeada a uno de los numerosos tratados "satiríasicos" de la época para daros cuenta de a donde os pueden llevar los excesos de "rabia carnal":::

Así leemos en el "Tratado práctico de las enfermedades nerviosas" de Claude-Marie-Stanislaus Sandras y Honoré Bourguignon:

"los organos genitales están excitados, calientes, en acción continua. La verga esté en erección violenta; no solo están duros y llenos los cuerpos cavernosos, como en el priapismo; el canal de la uretra y sobretodo el glande están hinchados y duros. Esos órganos están así en tensión durante horas y días y, si vienen a apaciguarse por un momento, se despiertan a la menor excitación.
Un pensamiento, un olor, una visión, la cercanía de una mujer son suficientes para que el paroxismo empieze de nuevo. En este estado algunos hombres repiten el acto venéreo de manera increíble. Los autores citan ejemplos escalofriantes. He curado a un enfermo que todas las noches reemprendía el coito con su mujer al menos doce o quatorce veces, y cuando ella se negaba a tan penosa fatiga, él se masturbaba a su lado. Esos excesos terminaron, en este caso, por una tisis pulmonar tuberculosa de las más agudas. El desdichado había sufrido durante meses la enorme perdida que su satiriasis implicaba. Los ejemplos de cincuenta, sesenta e incluso setenta coitos completos en veinticuatro horas que los autores describen han sido todos casos de satiriasis aguda"...

Más específico, el Diccionario de medicina y cirugía práctica de Gabriel Andral explica que:

« Tranquilo o furioso, según el paciente, este delirio monomaníaco viene acompañado de fiebre ardiente: la cara se vuelve roja, los ojos brillantes, y la sobre-excitación del encéfalo complica varias funciones de la vida nutritiva; la boca, dicen los autores [siempre los mismos, misteriosos y ausentes!], deja escapar una bava espumajeante; el enfermo exhala un olor similar al de los animales en celo y tan sólo busca satisfacer su rabia amorosa sobre un objeto cualquiera. Si encuentra alguna resistencia empleará todos los medios para superarla. Así un soldado de Montpellier se precipitó sobre una joven y la violó públicamente... “

Así que, por lo que vemos, Eslander no iba tan mal encaminado en su “estudio clínico”.

Y respecto al tema un tanto chocante del abuso póstumo, no hacía más que imitar al abanderado del Naturalismo belga, el gran Camilla Lemonnier que en Un macho (Un mâle) nos presentaba una escena de corte inverso, esto es, a la joven P'tite (esto es Pequeña) satisfaciendo sus "aviesos deseos de virgen" sobre el cadáver de... un cazador furtivo!!

Pero ahí donde Lemonnier se quedaba en una mera alusión, Elslander se recrea a ojos vistas siguiendo las elucubraciones cada vez más repugnantes de su "héroe".

De hecho, anticipando técnicas novelescas de lo que se dio en llamar la Nueva Novela, consigue aquí un exceso de realismo o sobre-realismo que se convierte en delirio casi fantástico.

El libro, como os podéis imaginar, fue interceptado por la Justicia tanto en Francia como en Bruselas y curiosamente (lo cual demuestra lo falso que es suponer una censura puritana de la que nosotros, los más guais, nos habríamos emancipado) absueltos.

Es más, la revista de Edmond Picard L'Art moderne saludó la obra como "una de las más curiosas publicadas en los últimos tiempos [y tanto] y [al loro] fecunda en auténticas bellezas de estilo (!!!!)"

Elslander, que debía de ser un poco rarito, reincidió en la temática macabra en sus cuentos recogidos bajo el simple y efectivo título de Cadáver (1891). En él tenemos desde una historia de matricidio con uno de los sádicos más sádicos del sadiquísimo fin-de-siècle hasta una historia de un cadáver putrefacto que poco a poco obsesiona a su involuntario asesino

Y ahora, como colofón, el detalle quizás más inquietante de toda esta historia.

Jean-François Elslander fue sobre todo conocido por sus libros de pedagogía, con títulos influyentes como La educación desde el punto de vista sociológico (1898) o, ya mucho más tardía, La infancia liberada (1948)…

¿Acojona, no? Si hasta suena como Freinet… ya decía yo que los pedagogos…

En un pequeño texto teórico sobre “la vergüenza de ser uno mismo”, quizás haya desvelado un poco de su bipolaridad nuestro elusivo e inquietante pedagogo:

“En realidad, sean cuales sean las apariencias, siempre estaremos en rebelión contra las leyes de la moral y de la sociedad, y cuando las acatamos es porque se nos imponen a la fuerza, fuerca convencional o ficticia, fuerza social real. Claro, hay en nosotros un convencimiento más o menos razonado, más o menos poderoso, de la necesidad de nuestra sumisión; pero también sentimos que se oponen a menudo a nuestras necesidades y deseos. Y actuamos de un modo u otro según los casos...”

1 comentario:

Vigo dijo...

"Los autores citan ejemplos escalofriantes. He curado a un enfermo que todas las noches reemprendía el coito con su mujer al menos doce o quatorce veces, y cuando ella se negaba a tan penosa fatiga, él se masturbaba a su lado. Esos excesos terminaron, en este caso, por una tisis pulmonar tuberculosa de las más agudas."

Lo extraño es que no se quedara ciego!!!

Antonio, hiciste en su día un gran blog que yo ahora estoy leyendo detenidadamente (o rápidamente según se mire). No alcanzó muchas visitas. Pero casi todos los que hemos pasado por aquí, tenemos un buen gusto para los libros, las curiosidades o la fibliofilia, y de hecho casi todos los comments son felicitaciones de alguien que navegando por la red, llegó algún día a esta calmada playa.

Pues eso, llego tarde, pero también te felicito. Y hasta la próxima, porque seguramente si tu vas por tu camino, y yo voy por el mío, creo que no será demasiado extraño que nos volvamos a cruzar en otra ocasión.