martes, 13 de enero de 2009

La tragedia de México



Las crónicas de sucesos constituyen desde antiguo (al menos desde los Avisos o “canards” sangrientos del siglo XVI, pero también había colecciones de ellos bajo el Imperio Romano) una fuente de sorpresas Increíblemente Extrañas.

Más aún cuando se refieren a una tierra conocida por su extrema familiaridad con la muerte, desde las figurillas tragicómicas de esqueletos hasta la lírica tremebunda de los narco-corridos.

La Tragedia de México (1954) de Jose Lion Depetre constituye así pues una Suma de la Muerte Extraña, fiel anverso de las pesadillas buñuelianas del exilio mexicano que supera cualquier ficción tarentiniana, haciéndonos soñar con una telenovela ultraviolenta de unos Soprano south-of-the-border…

Ved sino. Un policía aborda a una joven. Le hace proposiciones moderadamente honestas. Ella huye. Él dispara. “Si no aceptas mi compañía, acepta la de la muerte”, dice, a modo de epitafio, el lacónico guardián de la ley y el orden.
Un portero se carga a un “pesado” que le preguntó dos veces si tal fulano vivía en su edificio (“Lo mató por preguntón” rezaba el artículo).

Un hombre se detiene ante una parada de autobus donde espera un joven. Pregunta si el 154 pasa por allí. El joven responde que no. El hombre saca un revólver de su guantera y lo deja frito.

Dos amigos, sentados en un café, ven pasar un tipo al que no conocen. “Y ese, ¿porqué no te lo cargas?”. “¿Porqué no?”, cavila el interpelado. Dicho y hecho.

Un asesino afirmó haber matado “por puro gusto” a un tipo que “le gustaba mucho como cadáver”. Un tipo fue asesinado por haber criticado un sombrero en 1953. En varias ocasiones hubo tiroteos en la propia Cámara de diputados.

Más allá de la plétora homicida, la modalidad suicida no se queda corta. Un hombre, festejando el nacimiento de su hijo proclamó que se moría de alegría. Tras haber sido harto vacilado por sus compis hubo de suicidarse para demostrar lo contundente de su afirmación. Inversamente, un joven se mató ante su padre afirmando: “prefiero morir a trabajar” (muy pocos de nuestros adolescentes más desganados se atreverían a tal lógica conclusión del pasotismo integral…).

Más allá de la tragedia socio-político-económica que implica, el absurdismo violento encarna, de modo tremebundo, aquel “ángel de lo bizarro” que los surrealistas bautizaron como “humor negro” integral, provocando, más allá de la molesta sonrisa una cierta inquietud metafísica sobre las magnitudes del azar, tema que, apropiadamente, domina las creaciones del gran mexicano universal Alejandro González Iñarritu…