domingo, 9 de mayo de 2010

El Chocheras




¿Cómo están ustedes ?

BIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN

¿Queréis más extrañezas finiseculares ?

SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII

Pues ahí va una de uno de mis Extraños predilectos que, por razones del azar y de su ocupada agenda póstuma (aún tienen que redescubrirlo los ladrones de cadáveres universitarios), ha tardado en personarse en este blog.

Él es Dubut de Laforest, al que podríamos llamar sin temor a la hipérbole el Zola de lo Increíblemente Extraño.

Y es que el Dubut se cascó una monumental saga de treinta y siete novelas (en realidad la recopilación de todas sus obras anteriores) que llamó, sin comerse demasiado el tarro, los Últimos Escándalos de París (1898-1900).

Si ya a Zola le llamaron (sus propios colegas, bueno desde que dejaron de serlo, claro) “El gran fecal” por su fascinación por lo sórdido y abyecto, Dubut se llevó la palma del cropo-naturalismo y la perversión textual.

Basta echar una breve ojeada a cualquiera de sus páginas para encontrarnos con un universo barroco poblado por ninfómanas, sátiros (a lo Marou), homosexuales, lesbianas, morfinómanos, prostitutas, proxenetas, asesinos, sádicos, masoquistas, fetichistas, coprófagos, mujeres fatales, necrófilos, monos e incluso (toda una primicia) inseminaciones artificiales.

Y es que Dubut estaba fascinado por las rayadas sexológicas de la época, catalogadas en plan entomologista por el Über-Extraño Krafft-Ebbing en su Psychopathologia sexualis.

En la obra que hoy nos ocupa se trata de un estudio psicopatológico y muy sexual del viejo chocho.

Le Gaga, en gabacho, que es más rítmico y divertido…

un momento, me diréis, ¿no será como una tal Lady…?

¿Quiere entonces decir que su nombre… es Lady Chocho?

Corred a vuestros móviles y portátiles, difundid el scoop…

Lady Gaga es también una extrañonauta de las nuestras.

Y tiene nombre de aparato genital…

Pero volvamos a nuestro Gaga original…

No se trata de cualquier tipo de viejo chocho, claro. El viejo chocho y pervertido. Chocho por pervertido. Y no al revés, ojo.

“Son miles los hombres que se derrumban antes de tiempo. Todos estos viejos chochos, víctimas de su inactividad, están atenazados por la muerte; y si la muerte tarda y si manos acariciantes, dedicadas y fieles no les protegen, todos estos chochos caen, una noche u otra, bajo el peso de la ley y terminan en las colonias penales o en los asilos de alienados”…

El viejo conde Jacques de Mauval, retoño de « una de las más ilustres familias francesas », es un viejo sátiro, en el sentido clínico de Merou, “el viejo enamorado padecía satiriasis, esa neurosis que es, para los hombres, lo que la ninfomanía es para las mujeres”

El Gaga es ante todo, dirá Dubut en el célebre proceso por obscenidad que provocó su libro, “un libro de ciencia. Para convencerse basta ver el lugar que ocupa la historia de la enfermedad, las páginas dedicadas a la decadencia romana, los relatos sobre íncubos y súcubos, las observaciones puramente médicas relativas a los neurópatas, los chochos y los satiriásicos [sic]…”

Toma ciencia, como diría Rogelio (la marioneta. NOTA: Oscura referencia arqueológica a viejos programas tele-infames).

El chocheras que da título a la obra es un senador chocho y sádico casado con una mujer amantísima, una de esas santas del hogar dispuesta a toda para complacer a su infame marido.

A todo. De ahí el proceso por obscenidad.

A los jueces pareció gustarles especialmente una escena un poquito subida de tono (incluso para 1885) donde la mujer se presta a las abyectas fantasías del viejo monómano, con el loable propósito de tratar de curarlo…. Y devolverlo al lecho conyugal y a la virtud!!

Chocheante a golpe de satiriasis, el viejo senador ya casi no puede ni hablar…
“Su voz no era ya más que un farfulleo, una serie de frases perdidas entre sofocos y gargarismos…. Mascando las palabras en un ruido de ferretería, entrecortado por los silbidos de una vieja locomotora descuarinjada y casi acabada…”
Vemos que en cuestión de lirismo, el Dubut no tiene parangón… y el descuarinje parece más de la frase que del viejo chocho…

La escena se vuelve totalmente hilarante cuando en el capítulo VI Mauval tiene que dirigirse al senado, siendo sólo capaz de articular lo siguiente:

“Me- essieurs Mé-é-é-é-essieurs é-é-é-é-é-essieurs...”

hasta que “ya ningún sonido salía de su garganta”

Y todo por darle tanto a la minga.

Claro que es un neurópata.

“Tout s’explique”, como dicen nuestros vecinos.

Para más “ciencia”, Dubut añade al final de la novela una serie de fantasías eróticas del viejo chocho, así a modo de documento psicopatológico. Como haría poco después, en su pequeño gabinete vienés, el joven Sigmund Freud.
Sólo que las guarradas del viejo chocho, por muy científicas que le parecieran a Dubut, no dejaban de ser soberbias guarradas.

Y los jueces, que no eran tontos, se pisparon.

Pero el gaga y su santa esposa no son los únicos colgados de este retablo tremendista (sí, los franceses también son tremendistas, antes, más y mejor que nosotros).

Está el “amigo” del conde, el sadiquísimo marqués de Sombreuse, artífice de su ruina, quien “se arrojaba sobre sus amantes de paso como los grandes monos se arrojan sobre las hembras de los salvajes de América [otra vez el Dubut con sus sinpares símiles!] y, como éstos, capaz de matarlas si se le resistían…”

De hecho, como para ilustrar esta idea, terminará cargándose a su chacha y… a su mono.

Porque resulta que también hay un mono (no sólo de símiles vive el mono…). Y no un monito cualquiera…

Uno de esos monos decadentes que tanto nos gustan. Se llama La Hire y es una especie de eslabón perdido, “supermono” antorpomórfido que recuerda al Hémo de Dodillon, publicado precisamente ese mismo año (vale que la decadencia fuera simiófila y para-darwiniana pero aquí huele un poco a plagio).

Supermono (éste será el título de otra novela extraña de Edme Tassy) o subhomre, La Hire tiene la “talla de un bello caballero francés”, un hocico “poco proeminente, cuyo ángulo no parecía más oblicuo que el de un negro, confiriéndole sorprendente parecido con un humano”… cómo no, hemos reconocido el racismo ordinario de la Europa imperial.

De hecho, por si no quedaba claro, La Hire tiene a su servicio a… un negro!
“En los días más bellos, Jack Novar venía a deshacer la cadena de plata que mantenía al mono junto a su cocotero y ambos, el negro y el animal, como buenos amigos, similares de aspecto y de cara, bajaban a darse una vuelta por el jardín…”

Qué cabrón el Dubut. Lo peor es que en aquella época esto era lo que pensaban, sin pizca de ironía, la inmensa mayoría de los “bienpensantes” europeos.

En el banquete final ofrecido por el marqués de Sombreuse, mezcla alucinante de extrema civilización y extrema barbarie, habrá también un indígena de Tierra-de-Fuego, sacado del Jardín de aclimatación donde estaba expuesto (práctica corriente de las grandes capitales metropolitanas) para mayor recogijo general.
Cuando el banquete degenera en orgía, serán precisamente el mono y el indígena quienes se disputen los favores de… una africana.

Los dos protagonistas de esta fricada se encuentran al final de la orgía cuando el “chocheras” contempla, “saltarineando sobre los cuerpos apelotonados de hombres y mujeres, su pariente y amigo La Hire, el mono riente, rey de la naturaleza”…

Unidos a medio-camino entre la regresión del chocheras al estado animal y la elevación friqui-darwiniana del mono al estado social.

En la nueva escalera evolutiva la regresión del Homo-deus al Homo-sinicus es ya un hecho consumado.

Quizás por ello el extraño Dubut decidió, en pleno apogeo de su éxito, volarse la cabeza en 1902.

sábado, 8 de mayo de 2010

Rabia carnal




Ya os hemos hablado en estas páginas de algunos Libros Increíblemente Extraños de la extrañísima Fin-de-siècle que tanto nos flipa (sin duda por lo mucho que a la vez se nos asemeja y que nos es ya ajena).

Pues bien, quizás la que se lleve la palma del malrollismo y la abyectomanía naturalista es la Rabia carnal (Rage charnelle) del belga Jean-François Elslander (1890).

En esta "novela naturalista" (así reza el subtítulo, por si no nos coscamos) nos presenta a uno de esos palurdos degenerados que tanto gustaban a Maupassant, Zola y compañía (por no hablar, en nuestros lares, de Felipe Trigo o Pinillos, sobre los que os tendré que contar algunas extrañezas en algún otro momento).

Se llama Marou y es leñador y cómo no cazador furtivo. Es también un jodido obseso sexual.

Y una de sus obsesiones es la joven y virginal Madeleine, la hija de su ex amante, ya fallecida.

Un día, en la torre derruída que les sirve de cobijo, se propasa y ella huye.

El la busca, enloquecido, or un paisaje que bien podría ser, más que la campiña belga, el trasunto del propio Infierno, a mil leguas de cualquier idilismo pastoral.

Una noche la encuentra, la viola y la mata.

Luego se la lleva cual animal salvaje, arrastrándola por los matorrales hasta una cueva.

Allí, aún más loco si cabe, pasa días y noches (esto es docenas de páginas bastante indescriptibles) profanando el cadáver hasta que, destruído por su fervor bestial y su carencia de alimento (nuevo y necrófilo Quijano que de mucho... y poco... enfin, creo que queda claro, no?)

Y como decía Porky al final de los dibujos de la Warner, "eso es... eso es to... eso es todo amigos"

Os podéis imaginar, tras ver el vuestro en el espejo, el careto que se le quedó a la peña que leyó esta rayada en 1890.

Marou radicaliza la idea naturalista del hombre regido por la tiranía genética de sus instintos, pasándose, como quien dice, tres pueblos.

Si Charlot se divierte nos presentaba el caso clínico del destajismo onanista, la "rabia carnal" de Marou ejemplifica lo que los sexólogos de la época llamaban, en sus latinajos habituales (igual que ahora se angliciza todo para quedar profesional) la "satiriasis".
Y si pensáis que quizás al Eslander se le ha ido un poquito la mano, bastan con echar una ojeada a uno de los numerosos tratados "satiríasicos" de la época para daros cuenta de a donde os pueden llevar los excesos de "rabia carnal":::

Así leemos en el "Tratado práctico de las enfermedades nerviosas" de Claude-Marie-Stanislaus Sandras y Honoré Bourguignon:

"los organos genitales están excitados, calientes, en acción continua. La verga esté en erección violenta; no solo están duros y llenos los cuerpos cavernosos, como en el priapismo; el canal de la uretra y sobretodo el glande están hinchados y duros. Esos órganos están así en tensión durante horas y días y, si vienen a apaciguarse por un momento, se despiertan a la menor excitación.
Un pensamiento, un olor, una visión, la cercanía de una mujer son suficientes para que el paroxismo empieze de nuevo. En este estado algunos hombres repiten el acto venéreo de manera increíble. Los autores citan ejemplos escalofriantes. He curado a un enfermo que todas las noches reemprendía el coito con su mujer al menos doce o quatorce veces, y cuando ella se negaba a tan penosa fatiga, él se masturbaba a su lado. Esos excesos terminaron, en este caso, por una tisis pulmonar tuberculosa de las más agudas. El desdichado había sufrido durante meses la enorme perdida que su satiriasis implicaba. Los ejemplos de cincuenta, sesenta e incluso setenta coitos completos en veinticuatro horas que los autores describen han sido todos casos de satiriasis aguda"...

Más específico, el Diccionario de medicina y cirugía práctica de Gabriel Andral explica que:

« Tranquilo o furioso, según el paciente, este delirio monomaníaco viene acompañado de fiebre ardiente: la cara se vuelve roja, los ojos brillantes, y la sobre-excitación del encéfalo complica varias funciones de la vida nutritiva; la boca, dicen los autores [siempre los mismos, misteriosos y ausentes!], deja escapar una bava espumajeante; el enfermo exhala un olor similar al de los animales en celo y tan sólo busca satisfacer su rabia amorosa sobre un objeto cualquiera. Si encuentra alguna resistencia empleará todos los medios para superarla. Así un soldado de Montpellier se precipitó sobre una joven y la violó públicamente... “

Así que, por lo que vemos, Eslander no iba tan mal encaminado en su “estudio clínico”.

Y respecto al tema un tanto chocante del abuso póstumo, no hacía más que imitar al abanderado del Naturalismo belga, el gran Camilla Lemonnier que en Un macho (Un mâle) nos presentaba una escena de corte inverso, esto es, a la joven P'tite (esto es Pequeña) satisfaciendo sus "aviesos deseos de virgen" sobre el cadáver de... un cazador furtivo!!

Pero ahí donde Lemonnier se quedaba en una mera alusión, Elslander se recrea a ojos vistas siguiendo las elucubraciones cada vez más repugnantes de su "héroe".

De hecho, anticipando técnicas novelescas de lo que se dio en llamar la Nueva Novela, consigue aquí un exceso de realismo o sobre-realismo que se convierte en delirio casi fantástico.

El libro, como os podéis imaginar, fue interceptado por la Justicia tanto en Francia como en Bruselas y curiosamente (lo cual demuestra lo falso que es suponer una censura puritana de la que nosotros, los más guais, nos habríamos emancipado) absueltos.

Es más, la revista de Edmond Picard L'Art moderne saludó la obra como "una de las más curiosas publicadas en los últimos tiempos [y tanto] y [al loro] fecunda en auténticas bellezas de estilo (!!!!)"

Elslander, que debía de ser un poco rarito, reincidió en la temática macabra en sus cuentos recogidos bajo el simple y efectivo título de Cadáver (1891). En él tenemos desde una historia de matricidio con uno de los sádicos más sádicos del sadiquísimo fin-de-siècle hasta una historia de un cadáver putrefacto que poco a poco obsesiona a su involuntario asesino

Y ahora, como colofón, el detalle quizás más inquietante de toda esta historia.

Jean-François Elslander fue sobre todo conocido por sus libros de pedagogía, con títulos influyentes como La educación desde el punto de vista sociológico (1898) o, ya mucho más tardía, La infancia liberada (1948)…

¿Acojona, no? Si hasta suena como Freinet… ya decía yo que los pedagogos…

En un pequeño texto teórico sobre “la vergüenza de ser uno mismo”, quizás haya desvelado un poco de su bipolaridad nuestro elusivo e inquietante pedagogo:

“En realidad, sean cuales sean las apariencias, siempre estaremos en rebelión contra las leyes de la moral y de la sociedad, y cuando las acatamos es porque se nos imponen a la fuerza, fuerca convencional o ficticia, fuerza social real. Claro, hay en nosotros un convencimiento más o menos razonado, más o menos poderoso, de la necesidad de nuestra sumisión; pero también sentimos que se oponen a menudo a nuestras necesidades y deseos. Y actuamos de un modo u otro según los casos...”

lunes, 22 de febrero de 2010

Corrupción de las costumbres (1911)



“No soy yo, por mi edad ni por mis circunstancias, intolerante ni búho; pero, con todo, es cosa clara a mi ver, que hemos llegado a una época de grande corrupción de las costumbres. Las costumbres modernas, mayormente las costumbres de las ciudades populosas tiranizadas por la moda y por las exigencias y complejidad de la vida de este siglo, hay que reconocer, francamente, que no tienen nada de patriarcales. La frivolidad de todo se adueña. Los vínculos familiares, sino se desatan a menudo, cuando menos suelen estar harto flojos. Ningún empacho siente la más recatada y linajuda dama de mezclarse y arrimarse a la meretriz elegante y pomposa, en casinos, teatros, paseos y otros lugares públicos. Confieso a usted que, a veces, no sé distinguir bien una duquesa de una ramera, y temo cometer indiscreciones y pifias harto enfadosas tomando a unas por otras; tal es el parecido en trajes, modales, y otros ademanes y apariencias, entre muchas damas y muchas prostitutas. Particularmente de los trajes que usan las mujeres en el día, lo mejor será no hablar: en pocos años hemos avanzando tanto en esto del traje femenino que lo de llevar al aire a todas las horas, cuello, pecho y brazos, usar corpiños y medias caladas y faldas ajustadísimas (…) es ya tan corriente que nadie se asusta como no sea sujeto pacato y bobo. Las incitaciones que de suyo tiene el vicio las aumentamos con otras atracciones, tan bien combinadas y disimuladas que hacemos del vicio la cosa más agradable y más amable del mundo. La obscenidad, mejor que se respira, diré que se masca, aun en plena calle y en pleno día, a ciencia y paciencia de las gentes y no hay más que dar un par de vueltas por la calle de Alcalá, de Madrid…”

Enrique de Benito, 1911

domingo, 31 de enero de 2010

LOS CIRCULOS




Increíbles Extrañ@s:

Estais tod@s invitad@s al lanzamiento de la novela histórico-esotérica y conspiranoica del que suscribe
el día 8 de febrero a las 19h30
en la librería Blanquerna, C/ Alcalá 44 Madrid



Si queréis saber más sobre los entresijos de esta singular obra, que estará en librerías a partir del día 9
podéis echar una ojeada a
www.loscirculoss.blogspot.com
en donde se os mantendrá informad@s de todo tipo de asuntos "circulares"

Gracias por vuestro apoyo y por hacer rular estas informaciones a tod@s l@s Increíbles Extrañ@s que conozcais (e incluso a l@s otr@s!)

lunes, 11 de enero de 2010

Todos los sádicos



Dentro de la tradición más puramente pulp de la ingente novela negra francesa (no olvidemos que fueron los franceses los primeros en denominar el género, así bautizado no en honor de la novela gótica dieciochesca sino del color negro de la Série Noire lanzada por el antiguo colega de los surrealistas Marcel Duhamel, que dio a conocer en Europa –y a veces incluso en los propios Estados Unidos- a los autores míticos del “hardboiled” yanqui) pocas obras hay tan Increíblemente Extrañas como la negrísima Ne sont pas morts tous les sadiques (No han muerto todos los sádicos) de un tal Ernst Ratno, “traducida y adaptada del alemán » por otro tal Max Roussel en el post-bélico año de 1948.

Si el negro fue el color predilecto de la colección de Duhamel, extendiéndose al término “film noir” que se ha quedado tal cual en la jerga cinéfila anglosajona, habría que inventarse un nuevo color para definir el espectro negrísimo de la novela del supuesto Ratno. Y eso que la Série Noire empezó pisando fuerte con algunas de las obras más brutales y molestas del repertorio hardboiled, hasta llegar a la celebérrima salvajada de Boris Vian Escupiré sobre vuestras tumbas (y su consiguiente y sonada condena judicial).

Ne sont pas morts es como una auténtica pesadilla pulp filmada en blanco y negro pero con los más sanguinolentos y rojos close-ups del gore primitivo y casposo de Gordon Lewis himself; algo sumamente incoherente y violento, deprimente y abyecto, patético y repugnante. Como (si quisiéramos hallar un símil acorde con la presente manía de citar a todo el mundo todo el tiempo en cada frase supuestamente enaltecedora de la obra inicial de la que supuestamente se tenía que hablar) Goodis follado por Bukowski aplastados por Céline y vomitados por Genet.

Para que entendáis a que me refiero, ahí va un breve descriptivo de este delirio en negro no apto para bienpensantes y buenistas varios.

Alemania, año cero… Un joven, Johan, trata, como en el film de Rosselini cuyo eco no nos abandona ni por un momento (aunque las convenciones del neorrealismo se nos queden aquí cortas), de sobrevivir en medio de las ruinas del Reich que iba a durar un millón de años. Hambriento y congelado va a ver a “la vieja”, patético despojo, con el fin de prostituirse a cambio de un techo y algo de comida. Mientras copula tristemente (sutil variación de la célebre escena dostoievskiana) Johan empieza a flipar, mal rollado, con el gato y la risa de la ancestra. Así, de repente pasamos a la “náusea” existencialista, tan de moda en ese mismo año del 48, pero en versión hardcore: le arranca, con la hambrienta contribución del minino, el desgastado sexo y la estrangula.

Después de este primer incidente, Johan se encuentra con un niño fugitivo, el joven William con su “sonrisa de ángel triste”, al que esconde en la casa de la vieja. Tras haber congeniado con el chaval, Johan decide seguirlo hasta su guarida donde se encuentra con su “mujer”, la adolescente Edma, su hermana Marlène, la pequeña Georgia y el pequeño acordeonista ciego y desfigurado Frantz. Georgia resulta ser un niño al que William y su chica prostituyen, travestido, junto con la hermana del primero, al ritmo desesperante del acordeón de Frantz. A cambio del techo y la comida, Johan termina otra vez vendiendo su cuerpo (esta vez su parte posterior)… “nadie oyó su grito de dolor que se confundió con el viento, los cantos y el bonito vals que profería el acordeón de Frantz. Nadie salvo quizás William, que tuvo un rictus de alegría”… (por si no nos quedaba claro el carácter über-sádico del pequeño).

Johan se hace amigo de los otros niños, enclaustrados por la sádica parejita. Fuera, le dicen, es aún peor: alguien está secuestrando a los niños, matándolos o haciéndolos desaparecer en misteriosos vagones.

Convencidos de los terrores que asolan la cercana ciudad, los chavales siguen sufriendo todo tipo de abusos hasta que un misterioso cazador, Eric, cliente asiduo del siniestro burdel, les explica que en realidad la guerra ha terminado y que todos esos rumores son triquiñuelas de William para explotarlos a sus anchas.

Al día siguiente Georgia trata de escaparse, siendo interceptado por el omnipresente William, el cual lo asesina sin mayor contemplación. Acto seguido, el sádico ordena a Johan que vayan juntos a la ciudad a buscar a un nuevo niño al que disfrazar.

Johan ya no aguanta más y tiene un nuevo ataque de angustia, acuchillando no sólo a William y su pareja (lo que era de agradecer) sino a la pequeña Marlene, a la cual promete “vengar” (!!!) antes de irse a por el acordeonista y, tras pedirle que toque un último vals (al más puro estilo del spaghetti western), volarle la cabeza con una Browning.

Siguiendo con su limpieza en seco, Johan prende fuego a la casa y se encamina hacia la ciudad, vestido aún de mujer y cubierto de sangre.

Meses más tarde, Johan trabaja en un club de alterne para homosexuales. El patrón, Emil, está preocupado por los asesinatos del “asesino de sádicos” que se ha cargado ya a un centenar de invertidos al salir de su local (visto lo cual su preocupación nos parece bastante comprensible, ¿no?).

Una noche llega un cliente que se levanta a Johan. Ya fuera del garito, Johan saca su puñal, dispuesto a cobrarse su cientoyoctava víctima… pero resulta que el hombre se le adelanta. Sabe que él es el asesino y ha venido a buscarle para que se apunte a su organización terrorista (!!!)

Le propone encauzar su manía homicida hacia un objetivo más elevado que la mera homofobia, cargándose a tipos importantes. Pasamos entonces al subgénero del asesino a sueldo, siguiendo distintos atentados puntuados con elevadas dosis de alcohol y poco aleccionantes escenas prostibularias donde Johan, cliente esta vez, afirma guarramente su heterosexualidad. Pero Johan se aburre (como todo buen existencialista). No hay suficientes víctimas para su gusto, ni suficiente alcohol, ni suficientes coños.

Habiéndose familiarizado con los explosivos, decide hacer saltar su antiguo club de alterne por los aires, con sus clientes y antiguos compañeros. Poco después se carga a un ministro y, totalmente borracho, es detenido. Logra escaparse y refugiarse en Ginebra (ironía intencional respecto al alcohol ingerido) donde se dedica… a escribir (!!). Y no sólo eso, ha escribir bajo la influencia de Gogol y… San Juan Evangelista (!!!).

Descubrirá pocos después que el hombre que le introdujo en la organización era en realidad un agente doble. Lo hace venir a Ginebra, lo encañona con su revolver y… lo deja pirarse (otro giro que comparte con sus contemporáneos héroes del absurdo existencialista).

Ya sólo le queda a nuestro “héroe” (¿?) dejar putas, alcohol y libros (!) y… “REUNIRSE CON LA RAZA DE LOS SÁDICOS” (así, en mayúsculas, y con un buen par…).

¿Qué cojones se supone que quiere decir eso? ¿Qué diablos significa esta novela? ¿Qué coño es lo que ha estado ocurriendo? ¿Y quién demonios es Ernst Ratno?

Desafortunadamente no podemos responder a ninguna de estas preguntas.

Tan sólo señalar que Max Roussel publicó una obra casi tan desquiciada como esta en las míticas ediciones del Escorpión (más negras que la negra de Duhamel, big time)… El Festín de las Carroñas (Le Festin des Charognes) del que quizás (si os portais bien) os hablemos algún día. Todo apunta a que Ratno fue el simple pseudónimo de Roussel (haciéndose pasar, en el 48, por un escritor alemán, lo cual no dejaba de ser bastante irónico… y peligroso). Pero la cosa no pararía ahí ya que…

Roussel fue probablemente, a su vez, un pseudónimo para encubrir a un antiguo colaboracionista filonazi (“ceci explique cela” como dicen los franceses)… un tal Ernest Lévy. Salvo que este apellido de resonancias judaicas, atribuido a un nazi añade aún más misterio, si cabe, a este escurridizo y enfermizo creador…

Aunque quizás, pensándolo bien, no querramos saber mucho más de él, por temor a que algo (aunque sea una ínfima parte) de su podrido universo se vierta en nuestro mundo real (tan podrido ya por lo demás).