Un mito persistente excluye y purga nuestras letras de todo lo que huela remotamente a maravilloso o fantástico. La literatura hispánica es por cojones (o por gracia de Dios),realista. Se aceptan algunas excepciones, claro, porque, dicen, confirman la regla.
Algo cuanto menos extraño cuando pensamos que salieron de las hispanas imprentas oleadas de libros de caballerías (ignorados, los más delirantes, durante siglos hasta su reciente y paciente rescate por editores “heterodoxos y marginales”) que “conquistaron” Europa y las Américas, emblema e icono de la imaginación más estrafalaria como queda patente en el máximo homenaje, a la vez que réquiem elegíaco y metaficcional parodia, que es el Quijote.
Más allá de esa obviedad nos encontramos con cantidad de Libros Increíblemente Extraños olvidados (o, conspiranoicamente, silenciados) de la tradición hispánica. Así los que, en nuestros Siglos de Oro, retomaron la fecunda tradición lucianesca de las metamorfosis jocosas (y algo rijosas). En la filiación de la novela picaresca apunta así Menéndez Pelayo (el ortodoxo heterodoxo, viviente contradicción que refleja la de toda nuestra cultura) el curioso Crotalón, donde, a imagen del Lucio del Asno de Oro, un gallo (llamado Gallo, por cierto) se ve metamorfoseado en «un muy apuesto y agraciado mancebo cortesano y de buena conversación (…) de natural crianza y continua residencia en la corte de nuestro rey, hijo de un valeroso señor de estado y casa real». Como Lucio también se ve envuelto en una aventura amorosa con una de aquellas «grandes hechizeras encantadoras, y que tenían pacto y comunicación con el demonio para el effecto de su arte y encantamiento», pero que, para suerte de Gallo, no es una vieja decrépita como la que le tocó montar a su predecesor asnil… Otro día os hablaremos más de él, ya que hoy queríamos evocar rareza del mismo palo.
Se trata de la muy desconocida continuación del Lazarillo de Tormes, publicada por primera vez en Amberes en 1555, sin nombre de autor, atribuida por algunos a un tal fray Manuel de Oporto (otro de esos frailes cachondos mentales a lo Rabelais). Esta Segunda parte de Lazarillo de Tormes resultó ser un fiasco, tal vez por romper con la línea realista y picaresca del libro original y porponer una fantasía alegórica lucianesca, en la que el protagonista se convierte en atún, se casa con una atuna con quien procrea alegremente peces y sostiene en la Corte atunil todo tipo de guerras contra varios otros pescados. Posiblemente, el desconocido autor (tal vez alguno de los muchos perseguidos que tuvieron que eclipsarse por Flandes), quiso aludir de forma velada a personajes y circunstancias de la “gesta imperial” hispana (quizás incluso a la reforma militar del Gran Capitán), pero la sátira tuvo poco éxito, y solamente se reimprimió en Milán en 1587 y 1615, irónicamente adjunta (cual monstruoso parásito marino) con el primer Lazarillo.
Lázaro “por importunación de amigos” (un poco como Bardamu al inicio de su Viaje al fin de la noche), se fue a embarcar para la guerra de Argel y en uno de los frecuentes naufragios de nuestra literatura aúrea se vio “hecho atún” por la gracia de Dios (¡otra vez!)…
“Finalmente, el Señor, por virtud de su passión y por los ruegos de los dichos y por lo demás que ante mis ojos tenía, con obrar en mí un maravilloso milagro, aunque a su poder pequeño, y fue que estando yo assí sin alma, mareado y medio ahogado de mucha agua que, como he dicho, se me había entrado a mi pesar, y assí mismo encallado y muerto de frío de la frialdad, que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca había sentido, trabajado y hecho pedaços mi triste cuerpo de la congoxa y continua persecución, y desfallecido del no comer, a deshora sentí mudarse mi ser de hombre, quiera no me cate, cuando me vi hecho pez, ni más ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cerrado me habían tenido y tenían. A los cuales, luego que en su figura fui tornado, conocí que eran atunes, entendí cómo entendían en buscar mi muerte, y decían: «Este es el traidor, de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Este es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados que tan executivamente se ha habido con nosotros desde ayer acá, hiriendo y matando tantos de los nuestros; no es possible que de aquí vaya; mas venido el día, tomaremos dél vengança».
A continuación es llevado ante un poderoso general atún que toma a su servicio (podéis regocijaros con el capítulo en mi www.freaklit.blogspot.com). Lázaro-atún se hace amigo del igualmente atunil capitán Licio, el cual cae en desgracia en la Corte por culpa de una oscura traición y es encerrado en prisión. Lázaro, ni corto ni perezoso, organiza a sus atunes, liderando una revuelta palaciega para librar a su amigo de la muerte y acabar con el traidor don Paver.
Lázaro logra negociar con el rey de los atunes, haciéndose su privado y casándose con la linda Luna. Luego todo se hace más alegórico (la sombra de Erasmo planea sobre Lázaro como sobre toda nuestra literatura del momento), ya que Lázaro, yendo de caza por un bosque como tantos y tantos caballeros de la tradición céltico-artúrica (no olvidemos que sigue siendo un atún, lo cual es cada vez más Extraño), se encuentra nada más ni nada menos que con “la Verdad”…
“ la cual me dixo ser hija de Dios y haber baxado del cielo a la tierra por vivir y aprovechar en ella a los hombres, y cómo casi no había dexado nada por andar en lo poblado, y visitado todos los estados grandes y menores; y ya que en casa de los principales había hallado assiento, algunos otros la habían revuelto con ellos, y por verse con tan poco favor se había retraído a una roca en la mar.
Esta le cuenta “cosas maravillosas que había passado con todos géneros de gentes”, pero por suerte para el sufrido lector, el narrador pasa olímpicamente de referirnos una alegoría al uso (por muy erasmista que sea) y se va no a freír puñetas pero sí a desovar con las atunas (¡!), donde termina tomado en las redes de unos pescadores, volviendo a su morfología habitual,
“Sentí a la parte que de pece tenía detrimento y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora duquesa y a su marido que, por amor de Dios, me hiciessen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido; y dándoles cuenta del detrimento que sentía, holgaron de lo hacer. Y fue acordado que diessen pregón en Sevilla para que viniessen a ver mi conversión, y en una plaça que ante su casa está, hecho un cadahalso, porque todos me viessen allí, fue juntada Sevilla; y desque la plaça se hinchió, por calles y tejados y terrados no cabía la gente. (…)
“Pues puesto en el cadahalso, y allí, tirándome unos por la parte de mi cuerpo que de fuera tenía, otros por la cola del pescado, me sacaron como el día que mi madre del vientre me echó, y el atún se quedó solamente siendo pellejo. Diéronme una capa con que me cobrí, y el duque mandó me truxessen un vestido suyo de camino, el cual, aunque no me arrastraba, me vestí, y fui tan festejado y visitado de gentes, que en todo el tiempo que allí estuve casi no dormí, porque de noche no dexaban de me venir a ver y a preguntar, y el que un rato de auditorio comigo tenía se contaba por muy dichoso…”.
Tras este renacimiento un tanto blasfemo, entre Jonás y el símbolo crístico del pez, Lázaro, hecho hombre, vuelve al “territorio comanche” de nuestra picaresca, entre Sevilla y Salamanca…
Si os preguntáis porqué precisamente se convirtió el pícaro en atún (la mayoría, descreídos de lo imaginativo y literario lo asumirían como una simple y aleatoria barrabasada más, pero no vosotr@s, mis querid@s Extrañ@s), he encontrado una curiosa relación entre pícaros, atunes y… la tuna (!!) en http://www.tunaempresariales.uji.es/historia2.htm
Tuno sería, en efecto aquel que lleva una vida parecida a los atunes, "vagamunda y holgazana", como los antiguos estudiantes, incluidos entre la caterva de pícaros a los que se dirigían las Instrucciones contra Vagos y Maleantes, tal y como señala Fray Martín Sarmiento en su De los Atunes y de sus Transmigraciones y sobre el Modo de Aliviar la Miseria de los de los Pueblos (!!):
"Los atunes no tienen patria ni domicilio constante, todo el mar es patria para ellos. Son unos peces errantes y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí y a tiempos están allí. Y si por imitación de los atunes no se formaron las voces tuno, tunante y tunar de la voz atún o del thunnus latino, no se puede negar que los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, sin domicilio constante y conocido, sin oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma”.
Por lo demás existía en la tradición francesa un Roi des Thunes o Rey de los atunes, jefe de los vagabundos franceses, a quien se dio el apelativo original de Rey de Túnez en memoria del Duque del Bajo Egipto, jefe de los gitanos cuando sus bandas llegaron a París en el año 1427…
De ahí vendría la sorprendente metamorfosis de una de nuestras más emblemáticas figuras literarias en vulgar Thunnus (atún calvo… claro).