martes, 4 de noviembre de 2008

La Isla Afortunada



A los antiguos Griegos les chiflaban las islas. Basta con curiosear un poco en Google Earth para entender la razón, pues el Mediterráneo toma en la órbita helénica cariz de Micronesia…

Y de las islas, como todo sabemos, ninguna mejor que las imaginarias.
Salvando las deliciosas islas homéricas donde uno se puede encontrar desde Cíclopes hasta pivones de escándalo que lo convierten a uno en gorrino (visión poética de lo que sucede en cualquier bareto de nuestro Magalluf balear), tenemos curiosas formaciones como la Nefelococygia de Los Pájaros de Aristófanes, prototipo de las islas aéreas tan socorridas en la Ciencia-Ficción clásica… O la Panchaia de Evemero, ya evocada.

La Isla afortunada de Iámbulo, obra que sólo conocemos –como tantos centenares de otras- gracias a la insustituible Biblioteca Histórica de Diodoro de Sicilia- era una de esas fabulaciones geográfico-delirantes que tanto vendían en los mercadillos literarios de los puertos helénicos.

Se trataba de una especie de utopía social del tiplo de la Atlantis de Platón. El narrador, navegando hacia Arabia con objeto de comerciar era capturado por unos corsarios etíopes que degollaban a todos sus compañeros menos (sorpresa) a él y a otro menda. Pero lo que los aguardaba no era mucho mejor, como en las pelis italianas de caníbales…

Ya que en efecto estaban destinados a “participar”, en el papel de víctimas expiatorias, a una ceremonia celebrada cada 600 años (¡!) en Etiopía. Dicha ceremonia consitía en dejar a dos hombres en una barca a la deriva. Si los dioses (y los vientos) les eran propicios, llegarían a una isla en la que serían recibidos hospitalariamente, con lo que la felicidad de los etíopes quedaría asegurada por otros 600 años.

Al cabo de 4 meses Iámbulo y su colega llegan a una isla redonda de unos 100 kilómetros cuadrados (500 estadios, según el sistema griego) rodeada de un agua dulce y de color violeta (!) y siete islas de misma extensión situadas a idéntica distancia unas de otras (en plan extraterrestre, según las descabelladas y entrañables teorías del viejo Von Däniken).

Pero lo más extraño es sin duda que allí los hombres miden cuatro codos de altos, son imberbes hasta la coronilla (ésta sí coronada con algo de cabello!), tienen una excrescencia nasal semejante a una epiglotis, huesos elásticos y la lengua bifurcada en su raíz, lo que les permite conversar con dos personas a la vez (!!).
Distribuidos en familias y en tribus, gozan de una concordia perfecta, pues desconocen la ambición y la envidia (los cargos públicos son ejercidos por todos alternativamente, en una democracia directa que superaba a la ateniense), viven de la caza y la pesca, adoran al Sol y a las estrellas. Mejor aún, disfrutan una promiscuidad absoluta de sexos, desconociendo la monogamia. Los hijos son criados por distintas madres con objeto de que las verdaderas acaben por no poder reconocerles…

Para colmo viven 150 años, al cabo de los cuales se acuestan sobre una determinada hierba que les proporciona una muerte feliz (!!!). Tienen ciertos animales cuya sangre les permite aglutinar las partes de un órgano mutilado, lo cual alivia bastante el sistema sanitario de la isla. Otros pájaros les sirven de montura, permitiéndoles volar –sueño antiquísimo griego que remontaba a los desafortunados Ícaro y Faetón.

Es tal la utopía que el pobre Iámbulo y su compañero son expulsados tras diez años de felicidad, por jugárseles de malas costumbres. Tras 4 meses de navegación llegan a la India, donde el amigo perece ahogado (un testigo menos, pensaréis los más cínicos) y Iámbulo llega a una aldea donde es rescatado.

1 comentario:

Henry dijo...

Este relato de la Isla es muy semejante a Pandora de Avatar. Por lo visto mr. Cameron ha plagiado de varias partes. Os saludo. Excelente página.