Viendo que os interesa el tema brujeril, fuente inagotable de Libros Increíblemente Extraños, evocaré uno de los manuales técnicos de tortura más célebres del ocaso de la Caza de Brujas, “tal vez el más inhumanamente humano de todos los manuales destinados a los jueces seglares” (R. H. Robbins).
Se trata de las Manières admirables pour decouvrir toutes sortes de crimes et de sortilèges (Paris: I. de la Caille 1659, 342 pp. in 8°) de Le Sieur Bouvet, prevoste general del ejército francés en Italia. El tal Bouvet fue un minucioso casuista del dolor, entrando en sutiles detalles como el modo de torturar a un prisionero sufriente de sífilis o cuándo exactamente los “pacientes” deben gritar de dolor (señal de que el “tratamiento” está siendo debidamente aplicado).
En caso de que alguien aguante el dolor, tenemos el ingenioso capítulo 20, “Qué debe hacerse si el prisionero es sospechoso de usar encantamientos para resistir la tortura”. Pues bien, debe ser desnudado. Cada parte de su cuerpo debe ser escudriñada, especialmente la nariz, las orejas, las partes pudendas, las heridas y eccemas, buscando diminutos trozos de pergamino o piel vieja que encubrieran algo de cera grabada con inscripciones. Si no se encuentra nada hay que quemar el cabello, la barba y el pelo púbico, ya que ahí es donde se esconden prioritariamente los demonios “familiares”.
Si aún no se encuentra nada quiere sin duda decir que el prisionero lo ha tragado. Debe ser aplicado un emético para causar la evacuación del encantamiento. La mayor parte de las veces es en ese momento cuando se confiesan todos los sortilegios efectuados...
En ningún momento el erudito Bouvet piensa en un pequeño “detalle”: que alguien pueda resistir a la tortura por pura fuerza física y mental. Todo prisionero que aguante el dolor está protegido por la magia. De ahí la necesidad del tratamiento citado.
Tal era la lógica impecable de la persecución quimérica (pero terriblemente "concreta") de esas entidades imaginarias llamadas “brujas”.
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