miércoles, 9 de julio de 2008

Necronomicón


A petición popular os hablaremos hoy de uno de los mayores mitos literarios de todos los tiempos. El celebérrimo Necronomicón pertenece de hecho a una de nuestras Categorías Extrañas predilectas, la de los Libros Ficticios.

La primera mención del “libro relativo a las leyes de los muertos” (nekros nomos eikon), aparece en la historia de Lovecraft El Sabueso (1922)[1], aunque el supuesto autor, el “Árabe loco Abdul Alhazred ya había aparecido en La Ciudad sin Nombre un año atrás. Se nos dice que la obra contiene una relación de los Primigenios, su historia y los medios para conjurarlos.

Lovecraft afirmó que el título le vino en sueños, tal vez influenciado por el Increíblemente Extraño Rey de Amarillo de R. W. Chambers[2]. El tema del libro ficticio era ya un topos de la literatura gótica desde los primeros tiempos (véanse los libros misteriosamente abandonados en decrépitas bibliotecas de los castillos de Radcliffe o Potocki). Recordemos por lo demás que, retomando esta tradición, Lovecraft se adelantaba unos diez años a los primeros y similares intentos de J. L. Borges.

La idea de hacerlo remontar a un “árabe loco” testimoniaba la influencia del orientalismo en la fantasía moderna desde Galland y sus Mil y Una Noches. Además, históricamente, los grimorios mágicos de procedencia árabe tuvieron gran incidencia en el ocultismo occidental, empezando con el célebre Picatrix, traducción del Ghayat al-Hakim. Por lo demás el simpático nombre de Abdul Alhazerd era un apodo que el propio Lovecraft había adoptado de niño, enloquecido por las Noches y jugando tal vez con su bibliofagia (“el que lo leyó todo”, “all has read”).

En 1927, Lovecraft escribió una historia del libro que sólo sería publicada tras su muerte. El título original habría sido Kitah Al-Azif ("rumor nocturno de los insectos supuesto ser el aullido de los demonios”), compuesto por el poeta árabe Abdul Al-Hazred, adorador de las (adorables) entidades Yog-Sothoth y Cthulhu (del cual volveremos a hablar, si Dios quiere) y descubridor en sueños de la “Ciudad sin nombre” bajo Irem («Que no está muerto lo que yace eternamente / y con el paso de los eones, aun la muerte puede morir») antes de desaparecer brutal y misteriosamente el año 738 d.C.

En 950, Teodoro Filetas (erudito bizantino también ficticio) lo tradujo al Griego, ganando gran difusión e “impeliendo a ciertos experimentadores a terribles manipulaciones”, lo cual llevó a su supresión y quema por el Patriarca Miguel (histórico) en 1050.

Tras dicho auto de fé el libro fue traducido al latín por Olaus Wormius en 1228 (pequeño “detalle” anacrónico, ya que el auténtico Wormius tardaría aún tres siglos en nacer), versión que a su vez sería condenado por el Papa Gregorio IX en 1232. Reediciones en latín fueron publicadas en la Alemania del siglo XV y la España del XVII (¡cómo no!). El célebre nigromante elisabetano John Dee (1527-1609) tradujo al parecer el libro al inglés aunque sólo subsistan algunos fragmentos manuscritos.

El texto griego reaparece furtivamente, en la “quema de la librería de cierto hombre de Salem” (las brujas de Salem ocupan un lugar eminente en el imaginario lovecraftiano, a modo de Pecado Original Americano) y en una reciente quema en San Francisco.

Lovecraft siempre se negó a dar demasiados detalles sobre el contenido del libro, afirmando que “quienquiera que lo intentase sólo podría decepcionar a todos aquellos que se han estremecido con las referencias crípticas a él”. Sabemos que está recubierto de piel, asegurado por metales y que existen (por la investigación de John Merrit) varias ediciones encubiertas (como el Qanoon-e-Islam). Sólo cinco copias existían en la época del Horror de Dunwich: en el British Museum, la Bibliothèque nationale, la Widener de Harvard, la Universidad de Buenos Aires (¿¿guiño transmental a Borges??) y, sobre todo, la magnífica e imaginaria Miskatonic University del mítico Arkham, Massachusetts. Algunos particulares como Joseph Curwen también poseían copias.

Los discípulos del Maestro, entre los cuales August Derleth y Clark Ashton Smith, comenzaron a citar el grimorio en sus propias obras, contribuyendo a la creación del mito. Lovecraft comenzó a recibir cantidad de cartas de lectores entusiastas de la Biblia Extraña Weird Tales relativas al libro del “árabe loco”.

Cantidad de peña se puso a gastar bromas eruditas. Un cachondo coló una ficha identificativa de él en la Librería de la Universidad de Yale, creando una demanda histérica por el inexistente volumen. En la Widener, citada por Lovecraft, la ficha solicita que se “pida en el mostrador” el libro (con el regodeo imaginable hacia los incautos). En la librería de Tromsø, Norway, se alude a una versión abreviada de Petrus de Dacia (1994), claro que “no disponible”.

Evidentemente, aprovechando el tirón del mito, los tiburones editoriales han ido editando varios libros con ese nombre, pese a la sensata advertencia de Lovecraft. En 1973, la Owlswick Press sacó una edición escrita en un idioma ficticio, el “Duríaco” en edición limitada. A finales de la década, un tal “Simón” sacó una “traducción” del “auténtico” Necro, basada en la mitología sumeria y no en la chtuluesca, consiguiendo pese a todo vender casi un millón de ejemplares (claro que el marketing del “libro Negro más peligroso de Occidente” no es moco de pavo…). Otra versión apareció en 1978, editada por George Hay, según un supuesto cálculo informático de textos cifrados de John Dee. Otro listo decidió sacar la “verdadera” (por lo tanto ficticia) historia del libro, The Necronomicon Files (1998).

El más flipante Necronomicón sigue siendo sin lugar a dudas la “versión ilustrada” del Extrañísimo H. R. Giger (la imagen os habrá dado una idea…).



[1] En modo típicamente lovecraftiano: “Lo reconocimos [un amuleto hallado por los protagonistas] como aquel al que aludía el árabe loco Abdul Alhazred en el prohibido Necronomicón: el espectral símbolo anímico del culto de comedores de cadáveres de los inaccesibles Leng, en Asia Central [!!]. Reconocimos las siniestras inscripciones descritas por el viejo demonólogo árabe; inscripciones tomadas de alguna oscura manifestación sobrenatural de las almas de aquellos que mordisqueaban y vejaban a los muertos…”
[2]
A modo de “private joke”, Lovecraft afirmará que Chambers tuvo la idea de su propio libro a raíz de los rumores que envolvían al Necronomicón!!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tío, te estás convirtiendo en mi héroe más oscuro, superando incluso a un ya cansado Tim Burton (espero su nueva peli para que me demuestre lo contrario). Qué pasada de información. Sigo pensando que el Necro está por ahí escondido, y que, cuando lo encuentre, dominaré este absurdo mundo y lo llevaré al caos absoluto. Es decir, lo arreglaré.
Has sacado mi vena friky, que creía que no la tenía. Un muy fuerte abrazo, mounstro (como dicen mis niñas). Más, más (lo que vienen ahora son gemidos de perro ansioso por otro hueso, pero no sé que onomatopeya utilizar... arf, arf?)

Anónimo dijo...

ayer puse en mi modesto blog el Necro como libro del día. Me salió la vena heavy de mis tiempos mozos. ¿Te importa que te robe información?

Jorge Iván Argiz dijo...

Enhorabuena por el blog