viernes, 13 de junio de 2008

El Arranca-corazones


Rindamos hoy homenaje a una de las figuras más célebres del “surrealismo pop”, extrañamente olvidada hoy, después de ser aparcado como icono adolescente.

Nos referimos, simplemente, a Boris Vian.

Compositor, cantante y trompetista de jazz (con obras inolvidables como Soy Snob o El Vals de las Bombas Atómicas), traductor de novelas negras y de ciencia-ficción (entre ellas el Extraño Mundo de los No-A de Van Vogt, del que hablaremos), pornógrafo, polígrafo, inventor y locutor de radio, noctámbulo empedernido y, más que nada, Cachondo Mental.

Y escogemos, entre sus obras genuinamente Extrañas, El Arranca-corazones.

Publicada en 1953 como primera parte de una trilogía (Las Hijas de la Reina) que nunca vio la luz fue un desastre fenomenal de ventas, trágico anverso de la celebridad de la Espuma de los Días.

Jacquemort (juego de palabras entre autómata y muerte), psiquiatra, llega a una extraña aldea perdida en la cual pretende proseguir con sus experiencias de psicoanálisis integral, asimilando literalmente los pensamientos de la peña, robándoles sus pasados y sus frustraciones, que tan cruelmente echa en falta en sí mismo.

Para en la casa, sita sobre un precipicio, de Angel y Clémentine, a la cual ayuda a parir unos extraños trillizos, Noël, Joël y Citroën.

Un día va a buscar cunas para los recién nacidos y se encuentra con la curiosa “feria de viejos”, donde los ancianos son subastados como antiguallas que son para servir de juguetes sufrelotodo. Jacquemort critica la subasta y se lleva una galleta.

Cuando llega a la carpintería se encuentra con un niño aprendiz que parece un autómata y es, en realidad, resultado de la crítica del psiquiatra (“Deberías tener vergüenza”), eco algo Extraño de tradiciones meditativas hindúes…

Los aprendices, brutalmente explotados, mueren jóvenes, siendo arrojados al Río Rojo.

Allí los repesca (los trozos que quedan de ellos, más bien) La Gloïre, especialista en sacar detritus del agua con los dientes. Él es quién representa la vergüenza del pueblo, subvencionado por éste para sentir remordimientos en su lugar. El Chivo Expiatorio reducido a su máxima expresión, como el Schmürtz (más trágico, no cabe duda) de Los Constructores de Imperio.

Clémentine odia a Angel, al que margina y encierra. Jacquemort le insta a construirse un barco, Noé patético que abandonará el pueblo (tal vez ahogándose en el Río) una vez su tarea acabada.

Sóla, Clémentine se obsesiona cada vez más con sus retoños. Come carne podrida como muestra de abnegación. Para protegerlos arranca los árboles del jardín, levanta paredes y hasta trae una jaula.

Jacquemort propone psiconalizar a la criada, que entiende otra cosa. No muy descontento con el malentendido (parodia de Boccaccio), el psiquiatra la “psicoanaliza” regularmente.

Se consuela psicoanalizando (literalmente, esta vez) a un gato y luego a La Gloïre. Por una extraña ósmosis le va haciendo cada vez más transparente hasta que provoca su muerte.

Jacquemort toma su plaza de Chivo Expiatorio.

Los niños vuelan hasta el cielo gracias a unas babosas azules mientras Citroën consigue sacarse dos dedos suplementarios guiñando los ojos.

Aún así su madre terminará por encerrarlos en la jaula.

Por lo demás la novela flota en una indeterminación absoluta, cronológica (“el 135 abragosto”, etc), espacial (el Río Rojo), material (las flores de Calamina o el chivo de Sodoma son algunas de las extrañas criaturas que la pueblan) y, ante todo, lingüística (desafiando la traducción).

Retomando lo mejor de la prosa surrealista (que por fortuna existió pese a la condena del Papa Breton del género novelístico), especialmente la de René Crevel, Boris Vian logra adentrarnos una vez más en su Increíblemente Extraño universo.

Un Realismo Mágico desencantado, podríamos decir.

Si nos gustaran las etiquetas literarias.

Cosa que por suerte no es el caso.

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