Ya evocamos alguna vez la Edad de Oro de lo Extraño que supuso el Decadentismo europeo.
Hoy hablaremos de una de sus musas más célebres, Rachilde (más prosaicamente Mme Alfred Vallette) que pasó de ser amiga del inenarrable Alfred Jarry a ser abofeteada por los Surrealistas en un célebre banquete.
Especialista de las sexualidades “fuera de la naturaleza”, según el título de uno de sus novelas, Rachilde (quien gustaba de vestir a lo “amazona” o “ginandra”, como se decía en la época) se centra en La Tour d’Amour (1899) en un tema predilecto del Decadentismo, tal vez El tema decadente por antonomasia, el amor de los muertos.
Desde el caballeresco título, con ribetes trovadorescos, se alude al tema, si bien la Torre en cuestión no es otra que el apocalíptico faro de Ar-men, digno baluarte en la larga lista de faros literarios, de Julio Verne a Virginia Woolf.
Auténtico protagonista de la novela (es un cliché pero en este caso no queda otra), el faro va adquiriendo verdadera vida al modo de las casas malditas del género Gótico (Edgar Allan Poe es aquí, como en el Decadentismo mismo, referencia ineludible).
Completamente aislado en la inhóspita costa bretona, construido a costa de innúmeras vidas humanas, el faro es aprovisionado desde un barco a través de un sistema de poleas. En él habita un viejo solitario, el inolvidable Mathurin Barnabas (onomástica ya maldita) y a él llega un joven virginal, Jean Maleux, relevando en su puesto a un guardián muerto (cómo no) en extrañas circunstancias.
La novela va a seguir la iniciación traumática del joven, iniciación que, fiel al ideario pesimista del Fin de siglo, sólo puede desembocar en el desastre.
Poco a poco nos vamos adentrando con Jean en la locura de Mathurin hasta descubrir su macabro secreto: la obsesión por las bellas ahogadas.
Necrofetichista más que necrófilo propiamente dicho, Mathurin recoge sus cuerpos arrastrados por la marea hasta el faro, les arranca los cabellos (con los cuales se cubre, anticipando a Ed Gein y su célebre trasunto ficticio Leatherface) y les cercena las cabezas, que guarda escondidas como auténticas reliquias.
Sólo la vista de una nueva ahogada puede solazar a este ser totalmente animalizado, ilustrando las teorías contemporáneas de Krafft-Ebing en su Increíblemente Extraño Psychopathia Sexualis (del cual ya hablaremos, no os preocupéis).
Figura del misógino delirante que sólo puede gozar del cuerpo femenino cuando este está muerto y desmembrado, Mathurin es, como el faro que lo alberga (y del cual él es como un Minotauro degradado), un potente arquetipo de la Decadencia.
Jean, poco a poco, irá animalizándose a su vez, poseído por el espíritu mórbido del lugar (que sin duda se cobró la vida de su predecesor). Asistirá a la agonía del viejo y cohabitará durante quince días con su cadáver en acelerado proceso de descomposición.
Cuando llega el nuevo relevo Jean es ascendido a guardián del faro, encerrándose en este y en lo que sabe que es “el inicio de la locura”…
Algún día os hablaremos de las demás criaturas de la singular Rachilde, empezando por la extraña pareja formada por Paul Richard y la Marquesa de Sade…
No hay comentarios:
Publicar un comentario