Pese a lo dogmático y petardo que puedan resultar varios Movimientos literarios siempre se les puede colar algún Libro Increíblemente Extraño entre ellos.
Tal fue el caso, por ejemplo, del Naturalismo, de tan aburrida memoria para todos los alumnos de Lite. Pese a las pretensiones documentalistas del Papa Zola se le colaron unos cuantos colegas bastante zumbadetes (del propio Huysmans –del cual hablaremos en breve- a Octave Mirbeau por citar a los dos Rayados Naturalistas más conocidos).
Una de las flores más raras que creció a la sombra del movimiento zolesco fue el poco conocido Charlot se divierte de Paul Bonnetain (1883). La peculiaridad de esta novela es que está íntegra y exclusivamente consagrada al tema inagotable de la Masturbación (aludida e irónica "diversión" del título).
No era la primera rareza del género, ya que el propio discurso médico y jurídico sobre el Onanismo nació con un anónimo libelo de por sí Extrañísimo, Onania, El Horrendo Pecado de la Auto-polución y todas sus Espantosas Consecuencias para Ambos Sexos, Considerado (1710), acertadamente definido por un estudioso como “porno soft médico”.
Pero la novela de Bonnetain lleva la paranoia onanista hasta límites insospechados de sordidez decadente, ilustrando los “horrores” del abuso de sí que provocan, como todo el mundo sabe, desde mórbidas alucinaciones hasta impulsos suicidas…
Y ello desde el sorprendente arranque: un accidente laboral. Un obrero lleva al hijo del difunto a su casa. La viuda lúbrica aprovecha para tirarse literalmente sobre el obrero que le trae la mala noticia, violándolo (técnicamente).
A cambio el obrero le da una paliza, a la cual asiste el traumatizado niño que grita “!Papá! no golpees a mamá… No lo volverá a hacer” (!!).
Poco después, tras el entierro del padre, el niño, llamado Charlot, se masturba.
Indignada la madre le mete en una institución religiosa.
El superior, padre Hilarion, secundado por el padre Eusebio pervierten totalmente al joven onanista, “para siempre desquiciado”, según el narrador.
Sigue un pequeño episodio homosexual con un joven colega de escuela, Lucien, durante el cual “Charlot era la mujer, siempre dominada”.
Lucien empieza a interesarse por las chicas y se pira con el Ejército.
Charlot se alista también, siguiendo sus pasos. Ya soldado, vuelve a pajearse compulsivamente.
Un día sus colegas le llevan al burdel. A Charlot, tras el asqueo inicial, le encanta. Pero no tiene suficiente pasta para volver.
Así que se masturba.
Enflaquece alarmantemente. Es despedido del Ejército.
Vuelve a París, encuentra una prostituta, vuelve a asquearse, se masturba nuevamente.
Vagabundea por la capital. Sufre crecientes alucinaciones. Sueña con asesinar a una niña. Se agencia una navaja. Huye. Vuelve a ver a la niña, que le reprocha haber huído.
Se viste de mujer en su casa, se perfuma. Va a misa.
Un día va con un amigo a ver las célebres histéricas del Doctor Charcot, que empleaba (poco hipocráticamente) a sus pacientes femeninas como freaks de feria por una módica entrada.
Entre las locas, Charlot reconoce a su madre.
Vuelta al cinco contra uno, según la consabida expresión francesa.
Una mujer se tira a sus brazos, escapando de la policía mundana. Empiezan a vivir juntos. Ella trabaja la calle. Él se masturba.
Ella tiene un niño.
Charlot, en la última página, se ahoga con la criatura.
Y luego dicen que algunas novelas o pelis actuales son en exceso depresivas…
No es de extrañar que Bonnetain tuviera algunos problemillas con la censura, aunque por aquellas ya no se estaba en la Francia timorata que condenara a Baudelaire. Así que el buen hombre ganó su juicio y siguió escribiendo tan tranquilo su galería de horrores cotidianos, pronto secundado por cantidad de "buscadores de taras" según el título de Camille Mauclair (otro rayado supino del que tal vez hablemos).
Ignoramos si Charles Chaplin, al bautizar a su genial creación, quiso gastar una broma al público edwardiano y si, al fin y al cabo, se “divirtió” tanto como el héroe homónimo de Bonnetain…
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