viernes, 9 de mayo de 2008

Hélène Smith


¿Preparados para afrontar uno de los Libros Más Increíblemente Extraños evocados hasta la fecha?

Pues ahí vamos…

En 1894 el médico suizo Théodore Flournoy comenzó a interesarse por una joven médium, Catherine-Elise Muller (1861-1929), más conocida como Hélène Smith (!)... En su estudio de la rue de Florissant, en Ginebra, Flournoy congregó a varios académicos para que asistieran a las cada vez más sorprendentes sesiones, tomando religiosamente nota de ellas.

Tras cinco años de investigación salía a la luz publica De la India al Planeta Marte: Estudio de un Caso de Somnambulismo con Glosolalía, obra maestra del Fin de Siglo (si bien hubo que esperar a Breton y los suyos para que Hélène pasara a formar parte del Panteón Surrealista, entre Jarry y el Aduanero Rousseau).

Aún en el contexto bastante agitadillo del ocultismo y el espiritismo finisecular (Edad de Oro, repetimos, de lo Extraño, de la cual tanto se nutren nuestros New Ages), Hélène Smith se salía del mapa.

No sólo podía comunicarse tanto en Sánscrito como en Marciano (sí, habéis leído bien), sino que era capaz de manifestar sus antiguas reencarnaciones, las cuales contenían la Princesa Simandini, onceava mujer del Príncipe Nayaka de la India (siglo XV), la propia María Antonieta (!) y varios visitantes de otros planetas (!!).

Una vez Smith entraba en trance, el venerable Fournoy le tocaba la frente e invocaba el espíritu de “Léopold”, quien no era otro sino el mismísimo Cagliosotro (según Hélène, amante de María Antonieta), guía mediumnístico de las sesiones.

Empezaba el desparrame:

“Martes, 2 de Noviembre de 1896. Tras varios síntomas característicos de salida hacia Marte... Hélène cae en un profundo sueño... Léopold nos informa de que ya está de camino hacia Marte y que una vez allí se comunica con los Marcianos aunque nunca haya aprendido la lengua; él no nos va a poder traducir el Marciano, al serle imposible; la traducción será hecha por Esenale, que ahora está desencarnado en el espacio pero que ha vivido hace poco en Marte y también la Tierra, lo que le permite actuar de intérprete..."

Y poco después aparecía Esenale, diciendo:

“Dode ne haudan te meche metiche Astane ke de me veche"

Lo cual, por si nunca habéis tenido la suerte de estudiar Marciano, viene a decir:

“Esto es la casa del gran hombre Astane al cual has visto”

(Ahora decid: “Esta es la casa grande”… ¿véis qué fácil?).

Flournoy y sus amigos lingüistas (entre los cuales figuraba el propio Padre de la Lingüística moderna, ¡Ferdinand de Saussure!) anotaban, fascinados, lo que consideraban un caso ejemplar de glosolalía (término científico que retoma el empleado por San Pablo para el “hablar en lenguas” de los apóstoles –que luego terminó refiriéndose más bien a los poseídos…). Las glosolalías eran, aunque no os lo podáis creer, uno de los temas candentes del debate científico de la época y no sólo científico.

El mismo año en que terminaron las sesiones de la calle Florissant (¿le habrán puesto los ginebrinos la merecida plaquita?) se produja una extraña epidemia glosolálica en Topeka, agujero perdido de Kansas, inaugurando el movimiento Pentecostal…

Con increíble aplomo Flournoy fue clasificando los grandes “ciclos novelescos”, como los llamaba, de la médium. Poco a poco se descubría que Marte estaba poblado por humanoides un tanto asiáticos (Smith no fue la única en trasladar el Peligro Amarillo a otros planetas), trasnportados por varias maquinarias futuristas. También había criaturas perrunas con caras de col (!) que podían, naturalmente, hablar.

Después de Marte se fueron todos a Ultra-Marte, lugar aún más remoto y magníficamente vago. El Ultra-marciano, contrariamente a su pariente cercano (¿o lejano? No queda muy claro), emplea un sistema alfabético ideográfico y no fonético.

Este Extrañísimo libro documenta también el alfabeto Marciano e incluye los fidedignos dibujos que Hélène esbozó durante sus numerosos viajes interestelares (arriba tenéis un paisaje típicamente ultra-marciano...).

Tras la publicación del libro Hélène se cabreó con Flournoy. Éste había concluído prosaicamente que los trances eran producto de fantasías subconscientes, representando conductas regresivas. De hecho, el muy taimado había tratado en varias sesiones de hacerla “desvelar el secreto” de sus pasados traumas, muy a tono con su contemporáneo Sigmund (curiosamente fue Carl Jung y no Freud quien más se interesó por el caso).

También, cómo no, se planteaba el peliagudo tema de los derechos de autor: Hélène afirmaba (no por ser médium iba a ser tonta) que el libro se vendía más por sus visiones que por los comentarios sesudos del doctor.

Por suerte para ella Hélène logró una rica mecenas americana que financió sus nuevos trances durante treinta años. El año de su muerte el museo de arte de Ginebra dedicó una discreta exposición a su obra gráfica.

Para entonces, como dijimos, el nombre de Hélène Smith, Musa de la Escritura Automática, brillaba con luz propia en la flamígera Constelación Surrealista

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