sábado, 31 de mayo de 2008

Borometz


Ya hablamos en su día de los wakwaks, aquellos singulares árboles que daban como fruto seres humanos algo limitados en su vocabulario.

Hoy vamos a hablar del Increíblemente Extraño Cordero Vegetal de Tartaria.

Aunque se hallen menciones crípticas a árboles que dan lana desde Herodoto hasta Teofrasto y Plinio, es una fábula judía la que introduce el tema del “zoófito” a inicios del siglo XIII. Se trata del comentario del rabino Simeón de Sens al Talmud (1235), que refiere una criatura llamada Jadu´a, enigmáticamente aludida en Levitico (XIX, 31):

“Una especie de cuerda sale de una raíz en el suelo y a la cuerda está sujeto por el ombligo, como una calabaza o un melón, el animal llamado jadu’a; pero el jadu’a es igual a los hombres en todo: cara, cuerpo, manos y pies. Lo rompe y lo destruye todo hasta donde alcanza la cuerda. Hay que romper la cuerda con una flecha y entonces el animal muere”.

Un siglo después, la historia del Cordero Vegetal de Tartaria (Agnus scythicus o Planta Tartarica Barometz) aparece en 1330 bajo la pluma del viajero Odorico de Prodenone. Nos informa de que en la región del Cáucaso “nacen melones enormes, los cuales melones, cuando están maduros, se abren por sí mismos y en el interior se encuentra una bestezuela grande y con la forma de un cordero”.

La historia se recoge en los Viajes de John Mandeville en 1355, libro que, pese a ser una hábil fasificación enteramente plagiarística de relatos anteriores, so cubierto de la odisea viajera del héroe homónimo durante 34 años, logró una popularidad inusitada en el mundo tardomedieval.

“Allí crece una especie de fruta que, cuando madura, es cortada para hallar la bestia de carne y huesos y sangre que se encuentra dentro, como un pequeño cordero sin lana, el cual se come así como la fruta, aunque suene muy extraño…”

A partir de ahí la historia de la planta-animal fue repetida hasta la saciedad por los naturalistas más célebres de la primera modernidad: Giulio Cesare Scaligero, Guillermo Postel, Guillaume Salluste du Bartas, Giovan Battista de la Porta o el propio Sir Thomas Browne (Pseudodoxia Epidemica, III.28).

En 1550 el barón Segismundo de Herbertstein fue algo más específico: habló de una semilla que daba lugar al nacimiento de una planta compuesta de un tallo y un cuerpo en todo semejante al de un cordero, cubierto de una lana finísima, usada por los moscovitas para hacer sus valiosos gorros (Rerum Muscoviticarum Commentarii, 1549). La carne de la planta es parecida a la de las vulgares gambas (!) aunque el bicho se alimente, como el Jadu’a de la hierba que crece alrededor de su tallo. Agotado el pasto, se seca y muere…

“Aunque siempre consideré esos Borametz como meras fantasías”, explica el barón, “los relatos que de ellos me hicieron tantas personas fidedignas me hacen trancribirlo aquí”…

En su célebre Historie Admirable des Plantes (1605) Claude Douret refiere doctamente la existencia del

« zoófito, o planta animal, llamada Jeduah en hebreo. Tiene forma de cordero, y de su vientre nace una raíz por la cual este Zoófito se fija bajo la superficie de la tierra, nutriéndose, según la largura de dicha raíz, de todo el pasto que puede alcanzar a su alrededor. Los cazadores eran incapaces de capturarlo o arrancarlo hasta que corten, a flechazos, la raíz, tras lo cual el animal caía inmediatamente prostrado y muere. Sus huesos eran empleados en ciertas ceremonias e incantaciones por aquellos que deseaban predecir el futuro, otorgando instantanéamente el don de profecía.

Poco después John Parkinson (1656) introduce el animal nada más ni nada menos que en el frontispicio de su Extraño Paridisi in Sole. De ahí pasa a Adam Olearius y a la propia Encyclopédie de Diderot (la cual, como era de esperar, se cachondeaba de la credulidad de todos los anteriores). Jussieu le dedica también un artículo en su célebre Diccionario:

"Cette espèce de polypode de Tartarie, polypodium borametz, L., présente dans la disposition de ses parties une forme singulière. Sa tige, longue d'environ un pied et dans une direction horizontale, est portée sur quatre ou cinq racines qui la tiennent élevée hor de terre. Sa surface est couverte d'un duvet assez long, soyeux et d'une couleur jaune dorée. Ainsi conformée, elle rassemble à la toison d'un agneau de Scythie, et on la trouve ainsi citée dans les contes fabuleux imaginés sur quelques singularités du règne végétal.—Dictionnaire des Sciences Naturelles, vol. iv, p. 85.

El éxito de la criatura se extendió también a la literatura de las Luces. En 1781, el Dr. Erasmus Darwin (abuelo de Charles) lo introduce en su poema The Botanic Garden, que no hayamos fuerzas de traducir…

E'en round the Pole the flames of love aspire, And icy bosoms feel the secret fire,
Cradled in snow, and fanned by Arctic air,
Shines, gentle borametz, thy golden hair;
Rooted in earth, each cloven foot descends,
And round and round her flexile neck she bends,
Crops the grey coral moss, and hoary thyme,
Or laps with rosy tongue the melting rime;
Eyes with mute tenderness her distant dam,
And seems to bleat - a vegetable lamb.

Por si no fuera poco, diez años más tarde un tal Dr. De la Croix elogió el incredible “plantanimal” en su Extraña Connubia Florum, Latino Carmine Demonstrata (Bath, 1791), saludada por la crítica de la época como digna heredera de las Geórgicas de Virgilio (!!).

En su camino ve un nacimiento monstruoso
El Borametz surge de la tierra
Sobre un palo está, fijo, un bruto viviente,
Una planta enraizada que dap or fruto quadrúpedos…
Que duermen de día
Y despiertan de noche, plantados en la tierra,
Pastando la hierba que los rodea…”

Si Virgilio levantara la cabeza… se llevaría una buena sorpresa.

Por increíble que parezca, hacía ya un siglo (1698) que un naturalista, Hans Sloane, mostrara que la supuesta piel de borometz eran grandes rizomas peludos de un helecho arborescente oriental.

Desde entonces los intérpretes modernos consideran que la historia del Cordero Vegetal fue una deformación medieval de las informaciones griegas relativas al algodón, mezclando la palabra “lana” con el término latino para “cordero”. Tales meteduras de gamba fueron muy habituales en la translatio studii occidental o “transmisión cultural” de la Antigüedad por los monjes, causando las consabidas chanzas de Erasmo, Rabelais o el propio Lutero.

Pero los mitos, por suerte, son tan tenaces como las criaturas que acogen…


ps. Prueba de ello es que podéis pillaros Odin Sphere (PlayStation 2) y plantar vuestros propios Borometz…

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno. A ver si saco tiempo y sigo leyendo. Enhorabuena desde la Graná nazarí.