El místico sueco también añadió, como era de esperar, varias consideraciones demonológicas igualmente peculiares:
“Los demonios de Emanuel Swedenborg (1688-1772) no constituyen una especie; proceden del género humano. Son individuos que, después de la muerte, eligen el infierno. No están felices en esa región de pantanos, de desiertos, de selvas, de aldeas arrasadas por el fuego, de lupanares y de oscuras guaridas, pero en el Cielo serían más desdichados. A veces un rayo de luz celestial les llega desde lo alto; los demonios lo sienten como una quemadura y como un hedor fétido. Se creen hermosos, pero muchos tienen caras bestiales o caras que son meros trozos de carne o no tienen caras. Viven en el odio recíproco y en la armada violencia; si se juntan lo hacen para destruirse o para destruir a alguien. Dios prohíbe a los hombres y a los ángeles trazar un mapa del infierno, pero sabemos que su forma general es la de un demonio. Los infiernos más sórdidos y atroces están en el Oeste”.
J. L. Borges y M. Guerrero, "El libro de los seres imaginarios" (Editorial Bruguera, Barcelona, 1985).
Por lo demás, siempre tan peculiar, el bueno de Swedenborg dictaminó, en su De Ultimo Judicio (1758) que el Jucio Final ya había acaecido (!), sin que la peña se coscara, hacia finales del año anterior (!!). En realidad no fue como la gente lo esperaba, con tremendas destrucciones y desagradables armagedones. Ocurrió en los “cielos espirituales”, donde Dios vió que las Iglesias habían perdido su verdadera identidad, que es la caridad y la compasión.
Actualmente existen varios grupos swedenborgistas (o swedenborgianos?), llamados neocristianos, nuevos cristianos, o miembros de la Nueva Iglesia. Como era también de esperar, surgieron varios cismas. La Iglesia General de la Nueva Jerusalem tiene su sede en Bryn Athyn (!!), suburbio de Filadelfia, mientras que la Iglesia Swedenborgiana de Norte América se basa, irónicamente, en un agujero llamado Newton, de Boston.
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