En su auto-publicado (no es de extrañar) periódico, El Archisol, gran archi-diario brillante, proseguía con su logorreica inventividad neologística, proponiendo términos como la asnarquía, la pataticultura (de la expresión francesa “et patati et patata” para designar una sarta de milongas), suiceicidio o Rabiapública…
Publicó, a parte de todo eso, cantidad de obras Increíblemente Extrañas, como la Sataníada del espirito-satanismo, archi-drama espiritida en cinco llamaradas infernales o el Diccionario archi-humano (donde seguía con su idea de Monpanglosis o lengua universal).
La más singular, o simplemente la que más llamó la atención de los caza-heteróclitos literarios, fue su Filantropofagia, publicada a raíz de una terrible hambruna que diezmó Algeria, por entonces colonia francesa.
Para paliar los efectos devastadores de esta plaga, Gagne proponía la creación de una asociación de audaces voluntarios que dignaran ceder parte de sus carnes en beneficio de sus semejantes más necesitados,
“el sacrificio voluntario de hombres y mujeres brindando su carne a las víctimas del hambre es un acto de la más alta sabiduría y la más sublime caridad. Facultativamente, aquellos que no quisieran morir podrían simplemente hacerse cortar las piernas y el brazo menos útil…”
añade con ponderada consideración. Por lo demás el gobierno debería incentivar dicho sacrificio,
“ofreciendo una muerte atractiva gracias a una honorable guillotina, promesas de estatuas, panteones conmemorativos y la esperanza de recompensas eternas (…) Los mortales que se inmolaran por sus semejantes serían verdaderos Cristos salvadores de la humanidad”…
Habréis notado que Gagne se refiere siempre a la tercera persona del plural, no pareciendo muy entusiasta a la hora de predicar con el ejemplo. Poco después, durante el terrible asedio de París de 1870 volvió a proponer su genial idea, esta vez en primera persona:
“Prefiero convertirme en alimento sagrado de mis semejantes que ser estúpido e innoble pasto de los gusanos”…
El gobierno, pese a lo desesperado de la hambruna, no se dignó considerar la oferta del atento filantropófago.
Por sorprendente que parezca este singular individuo logró aparearse y lo hizo con una escritora de libros para niños (¿tal vez con el propósito de preparar las nuevas generaciones para sus avanzadas ideas?), una tal Élise Moreau en quien encontró su más fiel colaboradora y que publicó un curioso plagio versificado de uno de los clásicos Increíblemente Extraños, el Último Hombre de Grainville, bajo el título de Omegar o el último hombre, proso-poesía dramática del fin de los tiempos en doce cantos (1858).
Como en el original, tras la extinción de los océanos, de la vegetación, de los peces y animales y del propio Sol, le toca el turno al último hombre, pasto de los cuervos (pero... ¿los animales no habían...? Esas cosas no se preguntan en los Libros Increíblemente Extraños).
Y en ese momento "la Tierra, sucumbiendo por fin a ese último asalto, giró con una pirueta sobre su eje (!), lanzó un grito desgarrador (!!) y desapareció en la tumba de fuego que le abrieron las olas (!!!), hundiéndose con ellas"...
No es de extrañar que Paulin viera en su cónyuge la prefiguración de la Mesías futura, la Filosofofluida anunciada en La Uniteidad o la Mujer Mesías, gigantesco poema donde encontramos estos versos que nos servirán de epílogo:
“Amor sagrado de la zanahoria,/ Conduce, sostiene nuestros brazos vengadores, / Libertad querida en compota / Combate con tus defensores (…) para que puedan hacer en todo lugar/ Brillar la gloriosa zanahoria”…
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