jueves, 17 de abril de 2008

Los Ángeles de Scriblerus


Otra de las fuentes inagotables de Libros Increíblemente Extraños es, cómo no, la tradición teológica y eclesiástica en general, constituyendo un catálogo siempre sorprendente de simpáticas monstruosidades y aberraciones.

Una de las más famosas controversias al respecto es sin duda la cuestión de “cuántos ángeles pueden danzar sobre la punta de una aguja sin empujarse”.

Sí, habéis leído bien.

“Sin empujarse”.

Atribuida al Padre de la Escolástica himself, Tomás de Aquino, dicha disquisición es, en realidad, una invención tardía, fruto de las guerras de religión. Así, la primera mención se encuentra en el panfleto de William Chillingworth Religion of Protestants a Safe Way to Salvation (1638, p. 12), donde acusa a los católicos de debatir “si un millón de ángeles pueden caber en la punta de una aguja”.

Se trataba de una buena ocurrencia satírica, otra de tantas de aquella época de tremebundas disputas confesionales donde florecieron, cómo no, cantidad de Libros Increíblemente Extraños.

La broma era tan buena que la encontramos, cincuenta años después, bajo la pluma del Neoplatónico Ralph Cudworth en su algo delirante The True Intellectual System Of The Universe.

Como tantas otras acusaciones protestantes, la idea de la aguja infestada de ángeles haciéndose hueco pasó a nutrir el arsenal literario de las Luces en su guerra sin cuartel contra el oscurantismo eclesiástico.

Y es así como surge el oscuro libelo de Martin Scriblerus (nombre jocoso de latín macarrónico para Martin el Escribanillo), autoridad máxima en ángeles agujeriles.

Martin Scriblerus fue en realidad una de las más célebres gamberradas literarias de la Historia.

Se trataba de la creación colectiva de un grupo de cachondos mentales, liderado por el propio Jonathan Swift (del cual, inevitablemente, volveremos a hablar) y formado por John Gay (el de la Ópera de Tres Peniques) John Arbuthnot, Robert Harley, Thomas Parnell y algún que otro coleguilla, como el Pope de la futura Imbecilíada o Cretiníada.

Habían creado el Club de los Escribanillos en 1714 y decidieron escribir juntos la Autobiografía de su héroe, Martín, en violenta parodia de los hampones literarios que pululaban por el Londres de la Ilustración.

Entre las múltiples barrabasadas que inventaron la famosa cuestión de los ángeles fue destinada a una increíble posteridad, recogida por el influyente Isaac D’Israeli en un compendio donde abundan las rarezas más exquisitas, Curiosities of Literature (1824).

Ello no quiere decir que fuera una “mera” invención.

En realidad se puede hablar de palimpsesto literario, pues la cuestión sí que habría podido ser formulada por la escolástica, y de hecho lo fue en cierta medida.

Las polémicas escolásticas se llamaban Questiones Quodlibeticæ; por lo cual se denominó largo tiempo Quodlibet una cuestión absurdamente confusa. Los Quodlibetarianos constituyen así, desde los primeros humanistas que los odiaron, el emblema de la teratología intelectual, prefigurando monstruos ideológicos de la modernidad, desde el estalinismo hasta el fascismo.

Cada punto relativo a la religión cristiana (aún no católica) era debatido en una serie infinita de distinciones, preguntas y respuestas, todas ellas en “guerra permanente contra el sentido común” según la fórmula de D’Israeli.

Se generaban así temibles mamotretos, el más famoso de las cuales sigue siendo la Summa totius Teología de Tomás (París, 1615), de 1250 páginas escritas en letra minúscula, a dos columnas, con un índice de 200 páginas.

Encontramos allí 358 artículos sobre los ángeles, su substancia, su órden jerárquica, su naturaleza, sus costumbres y demás, “como si Tomás mismo hubiera sido un viejo ángel experto”...

Allí aprendemos, resume D’Israeli, que…

“Los ángeles no existían antes de la Creación del Mundo…

Que los ángeles tal vez existían antes de la Creación del Mundo…

Que fueron creados por Dios…

Que fueron creados inmediatamente por Dios…

Que fueron creados en el cielo Empíreo..

Que fueron creados en la Gracia…

Que fueron creados en imperfecta beatitud.

Que son incorpóreos comparados a nosotros pero corpóreos comparados a Dios.

Que son compuestos de acción y potencialidad; cuanto más superior, menos potencial.

No tienen materia propiamente dicha.

Difieren en especie.

Son de la misma especie que las almas.

No tienen naturalmente cuerpo unido a ellos.

Pueden asumir cuerpos, no para ellos pero sí para asistir a los mortales.

Los cuerpos asumidos son de aire sólido.

Los cuerpos asumidos no tienen virtudes naturales ni operaciones vitales, sino que son como cosas inanimadas [¿serían los ángeles zombis avant-la-lettre?].

Un ángel sigue siendo él mismo cuando ha asumido un cuerpo.

En el mismo cuerpo pueden cohabitar el alma, el cuerpo natural y el ángel sobrenatural.

Los ángeles gobiernan cada criatura corpórea.

Dios, los ángeles y las almas no son contenidas en el espacio pero lo contienen en sí.

Varios ángeles no pueden ocupar el mismo espacio.

El movimiento de un ángel en el espacio no es sino distintos contactos de distintos sitios sucesivos [¡Flash!].

Su movimiento puede ser continuo o discontinuo [¡Matrix!]

La velocidad de su movimiento no depende de su fuerza sino de su voluntad.

El movimiento de iluminación (?) de un ángel es tripartito: circular, recto y oblicuo…”

Por lo demás el bien llamado Doctor Angélico (sin duda su especialidad), se preguntaba si Cristo fue hermafrodita (cuestión candente en lo relativo al debatido “sexo de los ángeles”), si hay excrementos en el Paraíso (importante discusión “urbanística”, eco de las pestilentes ciudades del medioevo) o si los piadosos, el día de la Resurrección, se levantarán de sus tumbas en plena posesión de sus intestinos (vuelta al asunto un tanto escatológico…).

Viendo los raciocinios del Doctor Universal, Maestro indisputable, fácil es imaginar lo que los alumnos (y en especial los “malos alumnos”) podían idear.

Hubo quién se preguntó si el ángel Gabriel apareció a la Virgen en forma de serpiente (un tanto herético, ¿no?), de paloma, de hombre o de mujer. Si era joven o viejo. Cómo iba vestido, de blanco o con más colores. Limpio o sucio.

Si la Virgen, durante su concepción milagrosa, estaba sentada. Si el propio Cristo, en ese momento, también estaba sentado (¡!). O si, al contrario, ambos yacían tumbados…

Como veís, la broma de Collingworth, retomada por Swift y sus colegas, no iba muy descaminada.

Entre los movimientos por lo menos extraños de los ángeles y la cuestión del espacio que ocupan la idea ya estaba más o menos ahí.

Faltaba el detallito de la aguja.

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